“Me considero una trovadora del siglo XXI”
con mucho carácter. El arpa triple es más celestial, más dulce. Tienen colores muy diferentes.
–¿Por qué ha tardado tanto en reivindicarse el arpa para las interpretaciones historicistas?
–No han quedado instrumentos históricos. Mi padre tuvo la suerte de tocar sobre violas auténticas, pero las arpas que han sobrevivido (hay algunas en el museo de Ávila muy bonitas) se encuentran en un estado que no permite tocarlas, pasa como con los laúdes. Pero la tradición del laúd es más fuerte. En España el arpa clásica dominó durante mucho tiempo. No hubo mucho espacio para otras arpas, como la celta o las históricas. Poco a poco el movimiento de la música antigua fue sacándolas. También aparecieron lutieres. En el momento en que hay lutieres buenos que hacen buenos instrumentos, los músicos se animan a tocar.
–Una de sus especialidades es cantar acompañándose a sí misma. Hay pocos que hagan eso en el ámbito de la música antigua.
–Porque no es fácil. Tienes que tener el talento para las dos especialidades, una buena voz y saber tocar un instrumento con nivel. Yo tuve la suerte de formarme en ambos terrenos desde muy joven. Cuando empecé con el arpa celta, ya cantaba mucho con el arpa. En los países celtas, Irlanda, Bretaña, Escocia, también existe esta tradición de cantar. El arpa es un instrumento que combina muy bien con la voz. Es una combinación mágica. Si te acompañas a ti misma es como más mágico aún. Es un trabajo que hay que hacer. Coordinar las dos cosas. Pero naces con eso o no naces. Lo veo desde que enseño, hay gente que tiene ese talento y quien no.
–De todos modos en este álbum sólo canta en cuatro de las dieciséis piezas...
–Sí, porque quise dejarle más espacio a las arpas solas. Hago cosas muy personales, que hace mucho tiempo que me acompañan, y otras que son más nuevas y que han sido todo un reto para mí. El disco lo grabé en 2018 en el Castillo de Flawinne en Bélgica, en una sala muy bonita con una acústica más bien seca, pero quería este sonido íntimo, cercano.
–¿Puede comentar el repertorio?
–Hay piezas de trovadores, que siempre me han apasionado, yo misma me considero un poco una trovadora del siglo XXI, porque también compongo. En concreto, hay un trovador francés y otro catalán, una Cantiga de Santa María y alguna pieza del Renacimiento, como esa preciosa Fantasía de Mudarra sobre este arpista Ludovico, del que no sabemos mucho. Mudarra era vihuelista, pero también tocaba el arpa. El arpa siempre ha estado entre dos mundos, compartiendo la música de tecla y la de vihuela. Tanto en España como en Italia muchos compositores escribían para tecla, arpa y vihuela. Finalmente, el Barroco ocupa el espacio más importante. He querido hacer esta Españoleta de Ribayaz, que me encanta. Y luego con la folía he hecho algo especial. Me gusta mucho componer. Esta parte creativa la tenía ya cuando estudiaba piano de pequeña. Y la apliqué en el arpa. Así que para las Folías de España cogí las de Gaspar
Sanz, que están escritas para guitarra barroca, pero en su prólogo también habla del arpa, y le van muy bien. Y luego también tomé de Santiago de Murcia, de Ribayaz, de Marais, y entre medio hago improvisaciones mías. Las improvisaciones a veces en los conciertos las fijo y se convierten en una composición, porque siempre las hago así, mientras que hay partes que las dejo libres y siempre son improvisadas. Así que de una improvisación sale una composición o un arreglo.
–¿El apellido pesa?
–Sí. Es una pena. Me gustaría decir lo contrario. Pero sí. Y eso pasa sobre todo en los países del sur, Francia, España, Italia, en los que hay esta mentalidad que hace que a los hijos de artistas famosos no se les deje el espacio suficiente. En el norte de Europa estas etiquetas pesan menos. Y ha sido una traba. He tenido que mostrar mucho mi propia personalidad. A mí me gusta mucho la música antigua, me encanta lo que hace mi padre. Pero he tenido que desarrollar más mi parte más creativa, de compositora, de arreglista. Sentí que tenía que buscar otra cosa. A mí me habría gustado hacer solo música antigua, y de hecho este disco es todo de música antigua. Y por supuesto la base de lo que hago es la música antigua. Me gusta también mucho la música tradicional. Cuando fundamos Hirundo Maris lo tuvimos claro: daríamos mucho espacio a esta parte más creativa, con instrumentos antiguos o tradicionales.
–Vive entre Suiza y España, ¿cómo lleva la pandemia?
–Hemos tenido suerte, porque en Suiza nunca ha habido un confinamiento duro, y en España hemos tenido los conciertos. Hay que felicitar a España, porque a partir de julio los conciertos funcionaron. Excepto las cosas que teníamos en Cataluña y alguna que pudimos hacer en Austria y Suiza hasta octubre, lo demás se canceló todo. Hay mucha incertidumbre. Aunque aprovechamos para grabar un disco nuevo que saldrá en septiembre en el sello Fuga Libera. Es un disco muy original, porque hacemos música de los siglos XIX y XX (García Lorca, Toldrá, Schumann, Schubert, Fauré…) escrita originalmente para voz y piano, pero la hemos adaptado para el grupo, con dos guitarras, arpa triple, violín, contrabajo y percusión. Tendrá una sonoridad muy especial, muy diferente a la del piano.
El arpa combina muy bien con la voz. Es una combinación mágica. Más áun si te acompañas tú”