Europa Sur

OJO CON LOS QUE LEEN POESÍA POR LA MAÑANA

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN

LO mejor del día del libro es comprobar la cantidad de sandeces que dicen los personajes públicos sobre los volúmenes que tienen en la mesita de noche. Primero, porque dudo de que muchos tengan esa mesita, dado el minimalism­o imperante en la decoración del hogar. Y segundo porque de verdad que no me creo que tanta gente que maneja los presupuest­os públicos lea poesía por la mañana. Tequiyá, que dicen en Cádiz. Los libros leídos se deben notar en el habla y a la hora de escribir. Ocurre como con los viajes. A no ser que se consuman lecturas y ciudades, en vez de libros y destinos turísticos. Que no es lo mismo leer y vivir que consumir. Mira uno el escaparate de la Casa del Libro de cualquier ciudad andaluza y los ejemplares expuestos coinciden, oh casualidad, con las obras referidas por nuestros políticos. Lo siento, pero los días que más mienten nuestros políticos es en campaña y en la jornada dedicada al libro. Te sueltan unas milongas de autores rusos, búlgaros e iberoameri­canos que son más falsas que los pollitos que andan a pilas que venden los manteros. Deseando estoy que haya un político que diga que no tiene tiempo de leer. Que están todo el día enredando, maquinando, elucubrand­o y metidos en tácticas que verdaderam­ente no les da tiempo a ese ejercicio de libertad e intelectua­lidad que es la lectura. Y así no tendríamos que soportar mentiras que son vergonzosa­s, postureo barato y paripés de baja estofa. Lo sentimos, pero la política actual no es buena aliada de la lectura. No son los tiempos de Calvo Sotelo, Guerra o Anguita. El márquetin no casa con el acto reposado de la lectura. Dejen de hacer el ridículo. Son criaturas enganchada­s a las páginas de citas literarias en internet. La última vez que me creí una cita dicha en el Congreso de los Diputados fue la del ministro Wert referida al toro que se crece en el castigo. Desde entonces, todo banal, superfluo, epidérmico e insustanci­al. Gabilondo, al que se presupone nivel y que estuvo a punto de sacar un ley de Educación por verdadero consenso, acabó haciendo un ridículo espantoso en el debate electoral de Madrid al echarse en el regazo de un impresenta­ble encantador de serpientes como Pablo Iglesias. ¿Se dan cuenta? Aquí no manda el prestigio intelectua­l, sino los cálculos electorale­s. Un señor respetable acaba hocicando ante un chufla muy peligroso que tiene una tremenda habilidad para decir una cosa y la contraria, que sueña con igualarnos por abajo, empobrecer­nos y que seguro que lee poesía por las mañanas. Mucho cuidado.

Resulta irrisorio la de mentiras que dicen nuestros políticos de todo signo en las campañas electorale­s y el día del libro

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