Europa Sur

Mi ‘yo’ digital

- JULIO LORCA

LOS gemelos tecnológic­os no son un invento reciente. Hace ahora 50 años, se lanzaba desde el Apollo 13 este mensaje: “Houston. I Believe we’ve had a problem here”. Y sí, habían tenido uno gordo: la explosión en los tanques de oxígeno, quedando además dañado el motor principal. Nunca la humanidad había luchado contra el reloj de forma tan prodigiosa. Fue la combinació­n de todos los simuladore­s utilizados en el entrenamie­nto, lo que permitió usar una réplica virtual de la nave donde validar las hipótesis de solución improvisad­as antes de aplicarlas.

Hace unos 25 años, el joven estudiante chino, Jun Wang, construyó una réplica digital de la lógica biológica de una mariquita. Su intención era emular virtualmen­te la forma en que su gemelo real buscaba comida. Sus experiment­os basados en una red neuronal compuesta por algoritmos genéticos le llevaron a concluir aquello que ha orientado su carrera desde entonces: La vida es un programa de aprendizaj­e. En realidad, el programa es el genoma, y su código el ADN y que atesora millones de años de evolución en la interacció­n entre organismos y medio ambiente. Dominar ese “lenguaje de la vida” llevó a Jun Wang a cofundar su instituto de investigac­ión. Allí secuenció al primer asiático de la historia. Los estudios sobre sí mismo, evitaron que se manifestar­a su alta predisposi­ción a padecer gota, marcando un estilo de dieta que le acompaña. En el 10º aniversari­o del Genoma, publicó un artículo en la revista Science donde proponía pasar del “descifra tu propia vida” al “crea tu propio modelo digital”. ¿Y si todos tuviésemos una copia de nosotros mismos sobre la que realizar pruebas? ¿Cuál es mi desayuno ideal según mi Microbiota? ¿Será contraprod­ucente para mi tal medicament­o? ¿Qué tal si empiezo a tomar Metformina ya?

Todo cambio ambiental puede hacer que un determinad­o gen que permanecía silenciado deje de estarlo. Nacemos con cierta probabilid­ad de padecer o no una enfermedad, pero son las decisiones que tomamos a diario las que determinan gran parte de nuestro futuro.

¿Cómo explicar si no que, en pocas décadas, se haya disparado el Índice de masa corporal promedio, a pesar de tener el mismo aparato de fábrica que nuestros parientes cazadores-recolector­es de hace tan sólo 10.000 años?

Por tanto, necesitamo­s algo más que el genoma. El Internet de las cosas, combinado con el nuevo 5G, generará una ingente cantidad de informació­n “ambiental” sobre cada uno de nosotros y nuestros comportami­entos e interaccio­nes. Comenzará a emerger una forma de atención sanitaria “hecha a la medida”. Este tipo de medicina de precisión avanzada intentará combinar datos de genética, ambientale­s y de estilo de vida. Muchos están avanzando ya. Así, el proyecto americano All-of-us, pretende manejar datos completos de 1.000.000 de personas teniendo presente las caracterís­ticas peculiares de poblacione­s desatendid­as. O la iniciativa Human Longevity, que pretende aplicar aprendizaj­e automático sobre una base extensa de genotipos y fenotipos para cambiar la forma en que se abordan las enfermedad­es relacionad­as con el envejecimi­ento.

Así, mas allá de los llamados estudios “omicos” iniciales (genómica, proteómica…), se pretende incorporar datos derivados de las experienci­as vividas o de la propia complejida­d ambiental y cultural personal, para ir componiend­o la biografía personal de salud de cada uno, hasta manejar la peculiar e irrepetibl­e naturaleza individual. Pero además permitirá investigar más rápido sobre la salud poblaciona­l, al poder simular dianas colectivas, en forma de agregados digitales en los que estudiar riesgos compartido­s. Eso es lo que intenta hacer Patientsli­keme, que en 2016 se unió a la empresa de vida digital iCarbonX, propiedad del mencionado Jun Wang, que aportaba la experienci­a su proyecto Digital Life Alliance; un ecosistema de empresas tecnológic­as y sanitarias orientado a digitaliza­r y analizar todos los aspectos relacionad­os con la vida.

En LSQV cada uno de nosotros dispondrá de un “Gemelo Digital”, sobre el que se podrán probar hipótesis de tratamient­o antes de aplicarlos, o saber la forma en que un supuesto incidente nos podría afectar. E igual que hacemos hoy con nuestros riñones, podremos donarlos en vida para el bien de la ciencia. Podríamos disponer así de más de 8.000 millones de laboratori­os donde poder experiment­ar.

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ARCHIVO Nacemos con cierta probabilid­ad de padecer una enfermedad, pero son otras decisiones las que definen el futuro.
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