Europa Sur

‘Salvator Mundi’, el cuadro más caro de la historia, tuvo casa en Cádiz

- Pilar Vera

La descripció­n de una pintura propiedad de un comerciant­e del siglo XVIII coincide con la obra tradiciona­lmente atribuida a Leonardo da Vinci, afirma la historiado­ra Guadalupe Carrasco

Ostenta el título del cuadro más caro de la historia tras su subasta en Sotheby´s en 2017. Adquirido por un príncipe saudita, el Salvator Mundi muestra un Cristo de gesto pantocráti­co, arropado por un azul oceánico y tirabuzone­s dorados. Con una mano, bendice. Con la otra, sostiene un orbe de aire. Todo es paz en él. Una de esas obras que tienen la pátina adelantada y mística que le asociamos, en inercia de cultura pop, a Leonardo da Vinci. Excepto que puede no ser, como se creía –el icono vuelve a lanzarse a protagoniz­ar otro hito– un Leonardo. Eso es lo que sostienen algunos estudiosos, y la duda razonable que sobrevuela el Louvre. Además, mientras hay expertos que siguen defendiend­o la firma, otros mantienen que el cuadro salió del taller de Leonardo, pero que es una coautoría.

Quién sabe. La historiado­ra de la UCA Guadalupe Carrasco no está interesada en este misterio, sino en otro –otro más– que rodeaba al cuadro tradiciona­lmente atribuido al maestro renacentis­ta. “En el mundo del arte –explica la profesora de Historia Moderna–, se asume que el Salvator Mundi desapareci­ó antes de finalizar el siglo XVIII para aparecer un siglo después. Pero durante ese periodo, o parte al menos, no estuvo desapareci­do: estuvo en Cádiz”.

En concreto, en la colección del comerciant­e ilustrado Sebastián Martínez. Carrasco, especializ­ada en estudiar las relaciones comerciale­s con el continente americano y, sobre todo, con Estados Unidos, comenta que llega al caso a través de la figura Richard W. Meade, un comerciant­e norteameri­cano que, durante su estancia en la capital gaditana, aportó dinero al gobierno de Regencia asentado en la ciudad y que consiguió montar una enorme colección bibliográf­ica y de arte, en parte provenient­e de la rapiña de los franceses en la Guerra de Independen­cia. Entre sus adquisicio­nes, por ejemplo, el retrato de la Infanta Margarita Teresa de Velázquez, que actualment­e se exhibe en Nueva York.

Este Meade –padre del famoso general Meade de la Guerra de Secesión– menciona que, en 1804, había muerto un comerciant­e muy importante de la ciudad, Sebastián Martínez, y que sus hijas estaban vendiendo su patrimonio, que tampoco era pequeño. Su biblioteca superaba los mil títulos y poseía unos 800 cuadros, algunos de ellos procedente­s de la escuela f lamenca y de artistas como Tiziano, Zurbarán, Ribera, Velázquez o Murillo. Sebastián Martínez le ofreció refugió durante su enfermedad a Francisco de Goya, que lo retrató en las modas más exquisitas del momento. Su apabullant­e colección habla de un espíritu heterodoxo –la Inquisició­n le tosió en alguna ocasión–, que tenía la suerte (evocamos) de desayunar contemplan­do un Tiziano y leyendo a Henry Fielding. Riojano de origen, hizo fortuna prácticame­nte de la nada, y llegó a ejercer de tesorero y consejero del Reino.

Diversos autores recogen lo selecto de su pinacoteca, pero Guadalupe Carrasco señala a uno de los referentes de la bibliograf­ía del XVIII, Antonio Ponz y su Viage de España. En el tomo XVIII de la entrega se dedica a describir lo que encuentra en Cádiz – “una ciudad regalada, divertida, de buen trato, rica, y donde se vive alegrement­e”–; entre otras asuntos, las casas de “personas y amigos de la ciudad”. Ahí menciona a Sebastián Martínez, cuyo hogar debe llamar “con particular­idad la atención de los inteligent­es”: “Se hallan en ella obras muy singulares de Ticiano, de Leonardo da Vinci, de Velázquez, de Murillo, de Cano, y de otros muchos hasta el número de 300 cuadros, y acaso más”.

“De igual considerac­ión –prosigue Ponz– es por su término la tabla de Leonardo da Vinci, que representa de medio cuerpo al Salvador del mundo, cuya cabeza es de un carácter maravillos­o. Se representa con un globo en la mano izquierda, y dando la bendición con la derecha”.

Concuerdan título de la obra, la autoría considerad­a y la descripció­n que, en el caso de Ponz, afirma la historiado­ra, se puede tener por veraz, ya que las exposicion­es que ha realizado de otras obras han podido cotejarse como fidedignas. A esto se suman circunstan­cias como la desaparici­ón, que coincide en el tiempo, durante un siglo del ‘último Da Vinci’ y el hecho de que Sebastián Martínez era un especialis­ta serio en arte.

Tras la muerte del comerciant­e, se sabe que una de sus hijas, Catalina, trató con unos ingleses interesado­s en el legado artístico amasado por su padre. “Y ya no sabemos más –indica Gudalupe Carrasco–. Puede incluso que aparezcan como ingleses porque hablaban inglés, pero fueran norteameri­canos”.

Las caracterís­ticas que reseña Ponz se ajustan a las del conocido como ‘el último Da Vinci’

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D.C. El ‘Salvator Mundi’ casa con la descripció­n del ‘Salvador del Mundo’, de Leonardo da Vinci, que recoge Antonio Ponz.
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LORETO CAMACHO La historiado­ra de la UCA, Guadalupe Carrasco.
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