El SEPE contra el SEPE
La historia reciente del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) es la de un servicio esencial de la administración del Estado que se muestra incapacitado para administrar. Preguntar a los trabajadores del SEPE sobre su tarea cotidiana equivale a aquel momento recurrente en los tebeos de Mortadelo y Filemón: ¿un ente que contribuye al desarrollo de la política de empleo?, ¿que gestiona el sistema de desempleo?, ¿que informa sobre el mercado de trabajo?, ¿que procura la inserción y permanencia en el mercado laboral? Pues no, no lo conozco.
Así viene a contar el personal del organismo estatal su labor. El SEPE no da abasto; su personal, se entiende. Lleva sin darlo durante tiempo, pues la saturación en el servicio del que fue el INEM hasta 2003 es un mal estructural, pero la irrupción de la pandemia y la asunción de las tareas derivadas del aluvión de expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) han desembocado en la gota que ha colmado el vaso. Y el personal se rebela contra sus jefes. El SEPE contra el SEPE a la espera de una nueva prórroga de los ERTE después del 31 de mayo.
Javier es el nombre ficticio del responsable de una oficina del SEPE en la comarca sevillana de la Campiña y prefiere ocultar su identidad “para no señalarme”, aclara. Como el resto de trabajadores del SEPE de Andalucía y del resto de España, Javier padece el problema de la acumulación del trabajo, vasto e incesante, durante más de un año de pandemia de sucesivas incidencias. La carga de trabajo se ha sextuplicado en comparación a los años anteriores, cuenta Javier, quien recuerda con una mezcla de horror y orgullo a sus compañeros cumplimentando expedientes durante un buen número de días festivos, incluida la Semana Santa.
La lista de incidentes es infinita. Entre las más sonadas consta ese ataque informático que supuso la interrupción del servicio para la desesperación de los desempleados y el temor de los cerca de 100.000 trabajadores sometidos a ERTE. El retraso de los pagos, aparte del abanico de problemas registrados tienen consecuencias que, naturalmente, no las sufren los dirigentes del ente estatal, sino el personal funcionario. “Ha habido ataques a las oficinas pero, aunque siempre los hubo, durante el último año han sido repetidos y virulentos. La gente la paga con los trabajadores, que estamos a mano, no con los responsables, que están lejos y tampoco dan la cara”, explica Javier.
Colapso, parada, encefalograma plano... Hablar con Javier implica la aparición de términos más relacionados con una unidad de cuidados intensivos que de una oficina de empleo: “El SEPE necesita un servicio del siglo XXI y, sin embargo, los equipos son de los años 80”. En sus palabras aparece una letanía de avisos y lamentaciones que van desde “la picaresca de ciertas empresas a la hora de introducir a trabajadores con identidades irreales” a la repercusión en la bolsa del paro de cada trabajador en ERTE “desde octubre”, desde las “directrices de incluir al mayor número de beneficiarios posibles” a las “horas extraordinarias”, aunque hay una queja insistente: “La imposibilidad de estudiar el detalle de cada ERTE”, que deriva del problema nuclear. “La gestión del personal es un sindiós”, resume Javier.
Hay anomalías del tipo de la existencia de “trabajadores auxiliares que hacen la labor de un técnico, pero con menos dinero, y que sólo es contrarrestada por su solidaridad actitud con la sociedad” o el progresivo caudal de prejubilaciones. “Todos los días tengo comunicación de gente que se va nada más que cumple los 60 años, lo que añade un problema a la ya de por sí falta de trabajadores y a la falta de reposición”.
Y, cómo no, la chapuza consistente en refuerzos –los interinos Covid– que quitan tiempo a un personal funcionario ya de por sí saturado y que, al final, acaban haciendo “fotocopias”. Y todo sin una normativa ni unas directrices claras. La imagen de una administración desadministrada.
Los ataques vandádicos a las oficinas han aumentado durante el último año de pandemia