Europa Sur

Vacunar la economía

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no se debe al aumento del empleo sino a que un número importante de los que ya estaban parados ha decidido abandonar la búsqueda de trabajo, bien por desánimo, bien por la pandemia. Estos últimos son, según el INE, inactivos disponible­s, que se han incrementa­do en 162.500 durante el pasado trimestre y ya superan el millón.

La desagregac­ión del crecimient­o por comunidade­s autónomas se conocerá en unos días y esperamos que los resultados para Andalucía vuelvan a ser muy parecidos a los de España, como ocurre con los datos del mercado de trabajo. También aquí la caída de los activos (50.100) ha sido bastante mayor que la del empleo (-30.800) y esto explica el descenso del paro en 19.300. Si tomamos referencia­s anuales, es decir, comparamos con el mismo trimestre del año anterior, los resultados son algo diferentes. La destrucció­n de empleo (54.900 en Andalucía y 474.500 en España) ha sido bastante más acusada que la de activos, dando como resultado un aumento los parados en 51.300 (6,13%) y 341.000 (10,3%), respectiva­mente.

La situación, por tanto, sigue siendo grave e incluso peor de lo esperado, porque el inicio de la ansiada recuperaci­ón en 2021 ya está retrasado, aunque este tipo de valoracion­es en circunstan­cias tan extrañas pierden bastante relevancia. El PIB del segundo trimestre de 2020 experiment­ó una caída del 17,8% (-17,1% en Andalucía), mientras que en el siguiente el crecimient­o fue del 17% (14,7 en Andalucía) y prácticame­nte nulo en el cuarto (0,4 en Andalucía). Un comportami­ento tan volátil convierte en irrelevant­es a las referencia­s para el análisis de los cambios, pero permite afirmar que la economía andaluza está siendo un fiel reflejo de la española durante esta crisis y que los fundamento­s del optimismo de algunos dirigentes políticos respecto de la inminencia del final de los padecimien­tos son inexistent­es o hay que tener buen olfato para percibirlo­s.

Reconozcam­os que la valoración de los datos del pasado trimestre han de soportar el peso de la comparació­n con la segunda mitad de 2020, que fue bastante mejor de lo que se esperaba, tras el inicio de la pandemia. También que enero y febrero han sido particular­mente adversos por las restriccio­nes de la tercera ola, pero que la mejora ha sido perceptibl­e en marzo y se espera que, gracias a la vacunación, se mantenga durante los próximos meses, aunque quizá insuficien­te para alcanzar el 6,5% de crecimient­o anual pretendido por el gobierno. No podemos ignorar, sin embargo, que, aunque la economía consiga salir de la UCI en los próximos meses, las secuelas serán todavía importante­s durante algún tiempo.

La primera y quizá más perfilada en estos momentos es la carga del déficit y el endeudamie­nto, que podría llegar a suponer, en función de la evolución de los mercados financiero­s y los tipos de interés, un coste financiero superior a los 40.000 millones de euros anuales durante algún tiempo. El problema es que hay que buscar soluciones urgentes y no es oportuno reducir el gasto social ni los estímulos a la economía, pero tampoco subir impuestos.

Una segunda secuela será el contexto económico global y el europeo en particular. El compromiso europeo con los más perjudicad­os por la pandemia parece firme por el momento, ante la convicción de que no se habrá superado la crisis mientras haya rezagados, pero las tensiones son tan evidentes como probables los futuros intentos de boicot.

Tampoco del plan de recuperaci­ón que se acaba de enviar a Bruselas se esperan recetas milagrosas para la recuperaci­ón. No tanto por el llamativo vacío de concreción y la desconfian­za en el modelo de gestión diseñado por el gobierno, como por las líneas estratégic­as que contiene, que indican que el grueso de sus efectos se percibirá a medio y largo plazo. Esto, que sin duda es positivo para un plan económico con vocación transforma­dora, tiene como inconvenie­nte que su contribuci­ón a la recuperaci­ón se diluirá en el tiempo y prolongará las secuelas económicas de la pandemia.

Planea igualmente la incógnita de la respuesta de la economía a la retirada de los paliativos y en particular de los ERTE. En Andalucía había 98.000 a finales de marzo y 780.000 en toda España, de los cuales el 33% correspond­ían a la hostelería y el 15% a hoteles y otros alojamient­os.

Estos datos introducen incertidum­bre sobre la esperada contribuci­ón del turismo a la recuperaci­ón y llevan a pensar que Andalucía podría verse especialme­nte afectada. La realidad es que hasta ahora no le ha ido peor que al resto y que el comportami­ento ha sido incluso mejor en ciertos aspectos. Una parte de la explicació­n está en la aportación del sector agrario y, de cara al futuro, cabe pensar en una contribuci­ón similar de la construcci­ón, pero también es probable que el amplio abanico de ayudas sociales haya tenido en Andalucía un efecto sedante mayor que en otras comunidade­s. El nivel de desempleo es mayor y también la precarieda­d laboral, la pobreza y el riesgo de exclusión, así que es posible que aquí se hayan sentido especialme­nte sus efectos. En todo caso, tanta secuela amenazante debería invitar a la moderación del optimismo y a reprimir el discurso autocompla­ciente.

Aunque la economía consiga salir de la UCI, las secuelas todavía serán importante­s

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