Europa Sur

“El fantasma de la Guerra Civil tiene más influencia de lo que se piensa”

- Alejandro Martín

–¿España tiene problemas con la memoria histórica?

–Parece evidente, si 46 años después de la muerte del dictador seguimos aún debatiendo sobre cuestiones básicas que en otros países de nuestro entorno se despejaron hace tiempo. También es verdad que España tiene peculiarid­ades, aunque hay tener en cuenta con quién te comparas. No es lo mismo compararse con Alemania que con Italia, o con algunos países de la Europa del Este. Y también hay que tener en cuenta el momento con el que comparas. El ajuste de cuentas con el pasado tiene su ritmo y cada sociedad tiene el suyo. España ha abordado

esta cuestión con retraso, con pasos no completos, pero va avanzando en la buena dirección.

–¿Es un peaje de la transición?

–Sin duda. El hecho de que en España el dictador se muriera en la cama condicionó la visión hacia el pasado reciente por parte de las nuevas elites políticas.

–En los últimos dos años se han dado pasos muy simbólicos, como el traslado de la tumba de Franco o la reversión del Pazo de Meirás. ¿Mirando atrás, no se podían haber hecho antes?

–Se deberían haber hecho antes con un mayor consenso. Del mismo modo que un gobierno socialista hizo una reforma laboral, este paso debería haber sido dado por un gobierno conservado­r con el apoyo de la izquierda. El problema es que la memoria histórica, que yo prefiero decir memoria crítica hacia el pasado dictatoria­l, se convierte demasiadas veces en un campo de batalla político y no en un terreno consensuad­o en el que los derechos humanos y la denuncia de este tipo de dictaduras deberían ser un primer paso.

–También es una consecuenc­ia de que en los institutos, muchas veces, no se llega al final del temario en la asignatura de historia donde se trata el pasado reciente de España. ¿La forma

Uno de los principios del patriotism­o constituci­onal es la continua revisión crítica del pasado”

de enseñar historia es también un problema?

–Sobre todo la historia reciente. Si se llega, se hace mal y de forma superficia­l. Y no hay una asignatura específica sobre la historia de España en el siglo XX, que haga pedagogía cívica y valores democrátic­os. Y en cuanto a la historia en general, hay demasiado recurso memorístic­o y da que pensar la ligereza con la que se tratan en la esfera pública española temas tan delicados como el Holocausto. Son cuestiones que deberían formar parte de una materia específica.

–Pero es muy difícil si los propios partidos la usan como arma arrojadiza.

–Se nota no sólo el hecho de que la transición fue como fue, sino también el fantasma de la Guerra Cvil, que tiene mucha más influencia en el presente y el futuro de lo que se piensa. En Italia hubo una guerra civil en el norte entre 1943 y 1945 entre fascistas y antifascis­tas. Pero la política de la memoria atribuyó todos los crímenes a los

ocupantes alemanes y se negó que hubiera habido una guerra civil. Este mecanismo no era posible en España porque la guerra civil tuvo lugar antes de la Segunda Guerra Mundial y fue un fenómeno endógeno. Y aquí también hay temor a que una memoria excesivame­nte crítica del franquismo ponga en peligro no sólo el sistema político actual y algunas de sus institucio­nes fundamenta­les,

como la Corona, que fue fruto de un pacto de los monárquico­s exiliados y la propia dictadura con la bendición de los aliados occidental­es, sino también la propia unidad del país. Cuando tanto se invoca el patriotism­o constituci­onal se olvida que uno de sus principios fundamenta­les es la continua revisión crítica del pasado.

–¿Dónde debería mirar España para mejorar?

–No hay un ejemplo virtuoso. En el caso alemán, podemos aprender de las políticas educativas a partir de los años noventa, con una actitud vigilante para evitar cualquier reproducci­ón de gestos de extrema derecha y su forma de enseñar el III Reich. He vivido varios años en Múnich. A mi hija mayor la llevaron con 16 años a ver el campo de Dachau. Es una parte del currículum escolar. Pero tengamos en considerac­ión que para eso pasase, Alemania tuvo que perder la guerra y que murieran millones de alemanes. Y que aún así, las primeras medidas de desnazific­ación las tomaron los aliados, imperando durante treinta años una política de silencio. Compare la España de los 80 con la Alemania de los 60 y no hay tantas diferencia­s.

–¿Las nuevas generacion­es están más preparadas?

–Por un lado sí. Hay más informació­n disponible que nunca. Pero es un hecho que los nietos recuerdan y la generación de los bisnietos tiende a olvidar. Lo ven de una forma muy lejana, como nuestros abuelos veían las guerras carlistas. El problema es que ese pasado se banalice y se idealice. Se vio en Italia. Con el paso del tiempo, los mensajes que se dejaban en el libro de visitas de la tumba de Mussolini parecían más dirigidos a una estrella de rock que a un líder fascista.

–En ese sentido, es clave saber qué hacer con el Valle de los Caídos, ¿no?

–No soy partidario de dejarlo como está ni de dejarlo caer. Creo que habría que resignific­arlo sin quitar la cruz, porque tiene un valor patrimonia­l. Pero se debe compensar con una deseculari­zación de todo el recinto, incluida la Basílica, y su conversión en un lugar de memoria laico, con su centro de interpreta­ción .

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