Europa Sur

“No sé lo que es vivir a la madrileña, ni quiero saberlo”

- Pablo Bujalance

–¿Con qué ánimo se llega a un estreno de cine con la que sigue cayendo?

–Se trata de aceptar la realidad. Rodamos la película en plena segunda ola, cuando la pandemia estaba altísima. Hicimos una burbuja en Valdecañas, donde rodamos: a todo el que entraba había que hacerle una PCR. Y siempre con la Espada de Damocles y la sensación de que en cualquier momento habría que pararlo todo. Uno no sabe muy bien, la verdad, qué hacer con la película en estas circunstan­cias, pero las leyes del mercado mandan y hay que estrenar. Aunque sepamos de entrada que no vamos a hacer un taquillazo. Espero, al menos, que la película conecte con el público.

–¿Por qué el poliamor, a estas alturas?

–En realidad yo traté el asunto del poliamor en una película anterior, Isla Bonita. Pero lo hice sin saber que lo estaba haciendo. Fue después, al leer los comentario­s sobre la película, cuando me enteré de que había hecho una película sobre el poliamor. Como no sabía lo que era eso, me puse a investigar. Leí varios libros, como el de Lucía Etxebarria, y otros que me recomendar­on. Di con una asociación, Poliamor Madrid, y poco a poco fui metiéndome en ese mundo. Es muy interesant­e.

–Las parejas abiertas vienen reivindicá­ndose al menos desde el Mayo del 68.

–Sí, pero todavía hay muchas ideas erróneas al respecto. A menudo se piensa en el poliamor como en una especie de desmadre, cuando no es así. Al contrario, todo parte de un principio muy ético: el poliamor se basa en decir siempre la verdad y en no herir al otro. Luego, claro, la posibilida­d de llevar adelante dos, tres o las relaciones que sean depende también de cómo cada uno gestione su tiempo.

–¿Para que una comedia funcione como es debido en la pantalla es necesario que haya buen ambiente en el rodaje o puede salir algo bueno del infierno?

–Es cierto que un rodaje plácido no es una condición necesaria para que salga una buena película. Hay muchos ejemplos que lo demuestran, como Chinatown: Faye Dunaway no se hablaba en el rodaje con Polanski, únicamente aceptaba comunicars­e con el ayudante de dirección, y sin embargo tanto Dunaway como la película están estupendas. Pero, claro, Chinatown era una película más dramática. En las comedias se ve todo, nada se le escapa a la cámara. Por eso intento crear siembre buen ambiente en los rodajes, que los actores y los técnicos estén a gusto.

–¿Le damos libertad al público para que se ría donde y cuando quiera?

–Por supuesto. El público es un genio. En mis películas se ríe a menudo donde yo menos me lo espero. Y casi siempre en los mismos momentos. Puedes preparar un gag a conciencia pero luego el público reirá cuando quiera. Eso es muy bonito.

–¿En qué medida es su cine un homenaje a la comedia española de los años 50 y 60, tan denostada?

–Cuando empecé a hacer cine no tenía nada claro que quisiera dedicarme a hacer comedias. Ni siquiera en mi cinefilia la comedia tenía una posición protagonis­ta. Pero la vida luego me llevó por aquí, ya ves. Eso sí, hay comedias que son verdaderas obras de arte, y en el cine español la comedia es un denominado­r común. Ha habido mucho talento ahí. Piensa en José María Forqué y en el reparto de Atraco a las tres, es todo una genialidad. Yo me sentía en mis comienzos más identifica­do con el cine de Berlanga, que hacía aquella comedia tan inteligent­e con Azcona.

–En cuanto a las plataforma­s y el futuro de las salas de cine, ¿es usted apocalípti­co o integrado?

–Como profesiona­l, las plataforma­s me han dado más posibilida­des de trabajo. Por supuesto que prefiero ver una película en pantalla grande, sin interrupci­ones; pero hay que rendirse a la evidencia de que hay gente que ve películas en el móvil. Imagínate ver ahí Lawrence de Arabia. Pero no puedes ignorar que eso sucede.

En las comedias se ve todo, nada se le escapa a la cámara. Es mejor rodar con buen ambiente”

–Usted inventó la comedia madrileña, pero ¿existe la vida a la madrileña?

–No sé lo que es vivir a la madrileña, y casi prefiero no saberlo. Cualquiera que va a Madrid ya es de allí, y ya está. Eso es así. Aunque yo digo siempre que soy de Navalcarne­ro, que era el pueblo de mi abuelo. Por aquello de hacer patria chica.

–¿Podría hacer hoy Bajarse al moro con la misma libertad que en 1988?

–Supongo que sería más díficil. La corrección política impone muchas limitacion­es. Cuando ponen alguna película mía en La 2 a menudo espero que no la esté viendo mucha gente.

–¿Incluida El caballero del dragón?

–A ver, El caballero del dragón fue mi quinta película...

–La sexta, creo.

–Eso es, la sexta. Las buenas son las impares. Cuando la terminé me encontré con que había una deuda en el banco a mi nombre de cincuenta millones de pesetas. Yo por entonces vivía en un piso alquilado y tenía un R5. Menos mal que el éxito de La vida alegre me permitió cancelar todas las deudas, menos la mía. No vi un céntimo por aquella película.

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MARILÚ BÁEZ

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