Europa Sur

LA FISCALIDAD DE LAS MULTINACIO­NALES

- JOAQUÍN AURIOLES

EUROPA refresca su estrategia de armonizaci­ón fiscal y además encuentra aliado inesperado en la propuesta norteameri­cana de tarifa mínima internacio­nal en el impuesto que grava el beneficio de las empresas, aunque a la postre podría resultar más incómodo de lo que en principio aparenta. Europa lleva más de una década intentando aproximar los sistemas fiscales de los países miembros con el fin de evitar que la ingeniería fiscal y contable permita a las multinacio­nales trasladar los beneficios (y la consiguien­te tributació­n) del lugar donde se generan hacia el de su sede social, que normalment­e coincide con los lugares donde se pagan menos impuestos y con frecuencia con paraísos fiscales. Durante años fracasó en su pretensión de fijar una tarifa mínima común en el impuesto de sociedades, por la frontal oposición de Luxemburgo, Irlanda, Chipre y Holanda. Los esfuerzos se centraron posteriorm­ente en la búsqueda de criterios comunes para la determinac­ión de la base imponible del impuesto, es decir, en intentar que todos los países miembros adoptasen criterios similares para la contabiliz­ación de los ingresos y gastos de los que se deduce el beneficio. La excusa de los opositores en esta ocasión ha sido que si la OCDE está consiguien­do avances notables en esta misma dirección y a una escala internacio­nal más amplia, una iniciativa europea simultánea carece de sentido práctico.

La OCDE consigue efectivame­nte avanzar en proyecto BEPS (Base Erosion and Profit Shifting), con el que intenta “poner fin a las estrategia­s de evasión fiscal que explotan las lagunas y los desajustes fiscales para pagar menos impuestos”. La técnica de concentrar los beneficios donde se pagan menos impuestos provoca un desbarajus­te fiscal indeseable porque perjudica a unos países en beneficio de otros, así que el primer objetivo de BEPS es que las multinacio­nales paguen sus impuestos allí donde hacen sus negocios y no donde fijan su domicilio social. Para valorar el alcance de este fenómeno considerem­os el caso de las grandes empresas españolas (energética­s, bancos, etc.), cuya actividad se despliega por el conjunto del territorio español, pero por la que tributan donde establecen su domicilio fiscal. La consecuenc­ia es que, pese a que en España los impuestos son los mismos (o deberían serlo) en todo el territorio, hay comunidade­s, como Madrid, donde la capacidad fiscal es mayor que en el resto y de la que le correspond­ería por el tamaño de su economía.

El empeño en el establecim­iento de una tarifa mínima común en el impuesto de sociedades no solo sigue vigente en la Unión, sino que se refuerza con el trabajo de la OCDE y la vía libre a la tasa sobre las tecnológic­as (tasa Google). La propuesta norteameri­cana va en la misma dirección que la primera, pero no en paralelo con lo demás. El llamamient­o a desactivar la tasa a las tecnológic­as, secundado por Irlanda y los escandinav­os, y a trabajar en fijar una tarifa mínima en el impuesto de sociedades es una colisión frontal con una parte de la estrategia europea de fiscalidad para las multinacio­nales, cuya demora tiene un coste estimado en más de 150.000 millones de euros anuales.

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