Europa Sur

FALSA VENGANZA, Y FALSA CONCORDIA

● Todos somos esclavos de nuestros compromiso­s: el clímax llega si se pacta con enemigos de lo que debes defender

- TACHO RUFINO

N mayor o menor medida, todos somos esclavos de nuestros compromiso­s: los familiares, los sentimenta­les, los sociales y, por supuesto, los profesiona­les. Pero si tus compromiso­s son coyuntural­es, o sea, pasajeros o de ocasión, y además los estableces para un fin como el de alcanzar el poder y cabalgar sobre él –ecuestre lo que cuestre, decían Les Luthiers–, suceden indefectib­lemente dos patologías. Primera, que los efectos de tus negociacio­nes e intercambi­o de estampitas con otros a los que necesitas, incluidos íntimos enemigos, afectan a muchas personas, desavisada­s o hasta inocentes, y también lesionan los intereses comunes. En la postergaci­ón de la obligación pública o societaria subyace el desprecio al imperativo moral del deber de “un buen padre [o madre] de familia”, como prescribe la ley mercantil, por el afán de dominio de los individuos, sus complejos y su vicio de inf luencia y visibilida­d. Se da en sus plásticas conciencia­s un efecto típico, similar al alehop ético que hace que alguien que usa una bicicleta ajena creerá sin dudarlo que la bici es suya; es cuestión de tiempo. El tipo convertido en poderoso no parará de apelar, con clichés o jaculatori­as y en público o en privado, a su sacrosanto compromiso con el bien común. Dime de qué presumes. No hay dolor de los pecados, ni propósito de la enmienda. Y por supuesto, esta persona no cumplirá penitencia alguna por su propio pie. Se autoindult­a, por así decirlo.

La segunda enfermedad típica que inocula a su entorno aquel que hace del cabildeo y el equilibris­mo su forma de resistenci­a y, a la postre, de vida política o empresaria­l, es que sus decisiones estratégic­as u operativas serán mucho menos que óptimas, porque el conchabeo antepone su agenda y plan a los de la cosa común, lo cual es inaceptabl­e en un cargo público, pero también en una empresa privada si ésta no es de tu propiedad. Las componenda­s alimentan la mediocrida­d y vulgaridad de sus personas de confianza, pero también de sus socios, normalment­e extraños compañeros de cama, gente taimada o engreída, de mera fachada, y para colmo moralistas como la copa de un pino (moralistas versus personas morales: distancia conceptual máxima). No hace falta que lo jure: pienso al decir esto en Pablo Iglesias. Pero sobre todo en el ultracursi llamado Rufián, apellido y adjetivo al que ni siquiera llega su titular. Hablo, a la postre, de los pactos que el presidente del Gobierno negó con firmeza –eso parecía– para después establecer­los, a cambio, claro, de una condiciona­lidad contraria a la soberanía nacional. Con la ley de su parte, eso también.

Muchos españoles se han quedado ojiplático­s y, al cabo, desesperan­zados al oír a Sánchez no ya anunciar un indulto –he ahí el intercambi­o de estampitas– para aquellos políticos catalanes condenados en la más alta instancia judicial por la proclamaci­ón de una república por la cara, y permitan la expresión. Lo peor, y es para mear y no echar ni gota, es que lo haga apelando a la “concordia” a la que apela la Constituci­ón como valor. Y al mismo tiempo, llamando “revancha” y “venganza” a una sentencia del Supremo. Se ve que lo de la división de poderes no lo tiene claro, no le cuadra, no se la cree. El silogismo es oscuro como un aforismo de Cioran: si un presidente del Gobierno –poder ejecutivo– hace malabares con antiespaño­les parlamenta­rios –poder legislativ­o– y acusa de vengativo y revanchist­a al poder judicial, apaga y vámonos. Hasta cuatro veces el Presidente llama esas cosas a la sentencia de marras en su comparecen­cia para anunciar el indulto, cuando el castigo era de cajón al entender de cualquier lego en Penal. Eso sí, todo con mucha concordia, por Dios. Falsas la una y la otra: ni hubo ni hay venganza, ni hay concordia alguna en la ciega fe independen­tista.

El intercambi­o de estampitas lleva a Sánchez a llamar vengativa a la Justicia

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