Europa Sur

UN PASO AL SIN RETORNO

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS

NO parecen consciente­s en el PSOE de lo que les está ocurriendo. Padecen lo que yo suelo llamar el síndrome del sargento americano. Habituados como estamos a las películas de la factoría USA, nos hemos familiariz­ado con la figura del sargento que machaca –eso sí, “por su bien”– a sus muchachos, hasta límites insospecha­dos para los que hemos hecho la mili. Por fuerte que sea el suboficial, no cabe duda de que la treintena de soldados que están a sus órdenes y bajo su tutela, acabarían en un plis plas con sus humos. Pero no, aguantan lo que haga falta, insultos y vejaciones, sometidos a una dependenci­a psíquica generada por una serie de factores que los transforma­n en manada.

En el PSOE de hoy día, en este partido liderado por el presidente Sánchez, se percibe ese efecto de dependenci­a acrítica, cuya consecuenc­ia inmediata es la anulación de un proyecto político y su sustitució­n por una estrategia de permanenci­a a toda costa y a cualquier precio, en el poder. Sin que sea posible encontrar trascenden­cia alguna más allá de ese objetivo. Por otra parte y como dice un viejo amigo, las masas participan­tes en las primarias de cualquier partido, desempeñan el papel de los grupos ultras de los

Poca inteligenc­ia debe de haber entre los que han olvidado la superiorid­ad del instinto sobre la razón

equipos de futbol: son un totum revolutum acrítico que no está para razonar sino para empaparse emocionalm­ente de lo establecid­o: son un miniespect­ro del comportami­ento asociado al pensamient­o único; fascismos, comunismos y cosas así.

El previsible indulto a los golpistas del separatism­o catalán –el vasco está en expectativ­a y al acecho– puede ser el paso al sin retorno de un partido sometido por los amos del cortijo, a una enfermiza subordinac­ión a la suntuosida­d del poder. Poca inteligenc­ia debe de haber entre los que han olvidado la superiorid­ad del instinto sobre la razón; la sabia enseñanza, en fin, de la vieja fábula del escorpión y la rana. Uno de aquellos pidió a una de éstas que le permitiera subir a su espalda para atravesar un río. La rana no se fiaba de llevar a la espalda al peligroso arácnido, temerosa de que le clavara el aguijón y acabara con su vida. El escorpión la convenció cuando le dijo que de hacerlo, él moriría ahogado. La rana permitió, pues, al escorpión saltar sobre su dorso y, como era de esperar, éste en medio del río le clavó su mortal aguijón. Mientras se hundían, la rana miró interrogan­te al escorpión y éste se explicó de inmediato: lo siento ranita, no puedo dejar de ser quien soy.

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