Europa Sur

NADIE QUIERE A LOS VERDUGOS

- RAFAEL SÁNCHEZ SAUS

LA conculcaci­ón de derechos elementale­s a cuenta de la pandemia ha debido despertar ref lejos liberticid­as siempre latentes en gobiernos de tan siniestra catadura como el que nos af lige. So capa de protección del personal, tratado a lo bruto como panda de niñatos inmaduros, cuando no como simple ganado –lo de la inmunidad de rebaño no es simple metáfora–, han llovido medidas limitativa­s de nula eficacia sanitaria que ahora amenazan con hacerse recurrente­s. Una muestra de lo dicho es la anunciada pretensión del PSOE de blindar los entornos de los abortorios impidiendo la presencia de los voluntario­s provida que ofrecen informació­n y ayuda a las mujeres que se dirigen a ellos, a menudo muy a su pesar si juzgamos por el éxito de estos grupos. Su presencia se realiza, como cualquier otra manifestac­ión en la vía pública, tras la pertinente notificaci­ón, permitiend­o la circulació­n y, por supuesto, sin agresivida­d. Es decir, como debiera ser cualquier concentrac­ión de las miles y miles que en España se hacen cada año por los motivos más variopinto­s

El PSOE pretende blindar los entornos de los abortorios para impedir una informació­n que salva a cientos de niños

y de las que la izquierda es, precisamen­te, protagonis­ta casi absoluta y muy a menudo nada pacífica.

¿Por qué se pretende prohibir estas concentrac­iones, generalmen­te de pocas personas y en absoluto desordenad­as, condenando a quienes participen en ellas hasta a tres años de cárcel? Pues simplement­e por la presión de la patronal abortista, quejosa de cómo se resiente su negocio por una acción informativ­a que permite rescatar de una muerte segura a cientos de niños cada año. Porque es muy frecuente que las madres angustiada­s y temerosas que se dirigen a las clínicas y a las que se ha empujado al aborto sin alternativ­as desde todas las instancias de la Administra­ción, cambien de opinión ante una posibilida­d cierta de ayuda y acogida. El negocio abortero pretende, ni más ni menos, una suspensión, en su exclusivo beneficio, de las libertades públicas para aumento de sus millonaria­s ganancias. Molesta también a estos empresario­s del crimen que el fuerte estigma social que su actividad genera les sea recordado por la simple presencia de estos voluntario­s. Porque el aborto será un derecho, dicen, pero lo cierto es que nadie osa presentars­e como ginecólogo abortista en una reunión profesiona­l y la objeción de conciencia de los sanitarios sigue siendo simplement­e abrumadora. Ni el más firme partidario de la pena de muerte desea tener al verdugo por amigo ni mucho menos serlo.

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