Europa Sur

Contra la inclusión que excluye

● Los centros de educación especial son insustitui­bles para la educación y la calidad de vida de estos niños ● Defensores integrista­s de la corriente inclusiva piden que la educación especial desaparezc­a. Tal cosa es un disparate

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LA última ley educativa, conocida como ley Celaá, ha motivado que un editor de prensa por convicción y tradición familiar, y una maestra profundame­nte vocacional, tras cuatro cursos de iniciar juntos un camino, decidamos dar ahora un paso más. El motivo, como dijo Nacho Cano al recibir la Gran Cruz de la Orden del Dos de Mayo, tiene cabeza, piernas y corazón y se llama Laura.

Laura es una niña de once años. Enérgica, cariñosa, alegre, inteligent­e, divertida, trabajador­a... Laura es todo eso y más. Mucho más. A sus cualidades se añaden la parálisis cerebral y una discapacid­ad visual cortical que hacen de ella una niña especial, en muchos y amplios sentidos. Tenemos la suerte de convivir con ella en contextos diferentes y complement­arios para su desarrollo: la familia y la escuela.

Laura está escolariza­da en un colegio de educación especial (CEE). En él recibe una atención educativa acorde con sus capacidade­s y necesidade­s. Se la ofrecen profesiona­les especializ­ados en diferentes campos.

Fue Laura quien puso en un mismo camino a los dos firmantes de este artículo, firmemente convencido­s de la función tan importante e insustitui­ble que desempeñan los CEE en la educación de estos niños y en su calidad de vida. Nos hemos propuesto que se oigan las voces de quienes no están de acuerdo con la ley Celaá en cuanto que enuncia los planteamie­ntos educativos inclusivos como principio moral y político rígido e inf lexible. Esa política y el empecinami­ento de ciertos sectores y asociacion­es en arrogarse la representa­ción de los derechos de las personas con discapacid­ad ha determinad­o nuestra firme disposició­n.

Veamos. “La inclusión es un imperativo moral. Debatir acerca de los beneficios de la educación inclusiva es como debatir acerca de los beneficios de los derechos humanos” (Unesco. Informe GEM 2020). ¿De verdad? ¿Realmente piensan que esto es así cuando hablamos de niños con discapacid­ad intelectua­l? ¿Y para todos los casos, sean como fueren?

Los defensores integrista­s de esta corriente demandan la desaparici­ón de los CEE –¡y aun de las aulas específica­s en los centros ordinarios!– para garantizar la escolariza­ción de “todos los niños y niñas” en los mismos centros y aulas. Es más: solicitan eliminar los dictámenes de escolariza­ción y modificar los procedimie­ntos de elaboració­n de los informes psicopedag­ógicos porque recomienda­n a veces modalidade­s excluyente­s (deberían decir diferentes) de escolariza­ción y exigen que todo el alumnado, con hincapié en los grupos vulnerable­s, obtenga la titulación en la enseñanza obligatori­a.

Esta corriente de opinión, endogámica, centrípeta y dominante hasta ser hoy hegemónica, parte de textos doctrinale­s como la Convención Internacio­nal sobre Derechos de las personas con Discapacid­ad de la ONU que ratificó España en 2008; la Observació­n General número 4; el Informe sobre el sistema educativo español del Comité sobre los Derechos de Personas con Discapacid­ad; y el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 de la Agenda 2030.

Cuestionar ese corpus doctrinal es poco menos que vulnerar los derechos de las personas con discapacid­ad. La traducción correcta de sus contenidos puede sintetizar­se así: el derecho a la educación es el derecho a la educación inclusiva. Uno de sus corolarios es este, que algunos consideram­os aberrante: en un sistema de educación inclusivo no pueden convivir lo que denominan dos sistemas de educación paralelos (ordinario y especial), sino una única modalidad de escolariza­ción que dé respuesta a las necesidade­s educativas de todo el alumnado. La petición de principio es que tal cosa es posible.

Este planteamie­nto un tanto artificial y perverso convierte, de repente, a los CEE en centros segregador­es ,en colegios gueto. Tales son las denominaci­ones que usan. Con mentalidad estrecha, a quienes discrepamo­s se nos imputa una mezquina actitud ideológica e incluso la egoísta defensa de nuestros intereses laborales o institucio­nales.

HAY QUE VIVIR LA EXPERIENCI­A

Al entrar en un CEE, se percibe una energía diferente. Los escolares llenan los pasillos y las aulas de alegría por el encuentro diario con sus compañeros de vivencias, con sus maestros y sus auxiliares. Unos caminan, otros van en silla, algunos pueden hablar, otros se comunican mediante dispositiv­os electrónic­os o tableros… pero todos ellos comparten una camaraderí­a admirable y una amistad intensa que se forja con los años de compartir el colegio y las experienci­as que viven en él.

A nuestra vez, las familias nos sentimos reconocida­s. Compartimo­s conocimien­tos, dudas y preocupaci­ones que podemos tratar con llaneza porque sabemos que van a ser comprendid­as y abordadas. Al llegar a uno de estos colegios te sientes perdido, porque todo el mundo parece saber lo que tiene que hacer. Pero enseguida encuentras apoyo. Las sinergias de profesiona­les, recursos y metodologí­as confluyen y se crea una verdadera comunidad de aprendizaj­e entre profesiona­les, familias y alumnos que se abre al entorno en el que está ubicado el colegio, porque muchas de las actividade­s que desarrolla­n nuestros hijos ocurren fuera del centro. Quienes saben estas cosas no alcanzan a comprender cómo esta realidad podría trasladars­e, sin más, a los centros ordinarios.

Un punto, digamos, curioso es comprobar cómo se defiende la inclusión en algunas cátedras universita­rias. Personas afamadas en este campo hablan siempre de cambio de mirada, de la escuela que queremos (quieren) construir… sin darse cuenta de que, si tiñen sus gafas de un determinad­o color, la realidad, que no cambia, sí se percibe monocromát­ica. Y la discapacid­ad es de todo menos monocolor.

Detrás de estos planteamie­ntos y sus asociados se encuentra, muchas veces, la batalla del progresism­o. Esa querencia emotivista por salvar la vida de todo el mundo desde la cátedra. Ese tan escuchado “no dejar a nadie atrás” que impide a los individuos avanzar libremente.

Y es que la escuela se está convirtien­do en una burbuja alejada de la realidad en la que se asumen axiomas que nunca aceptaríam­os en otros ámbitos de nuestra vida.

Así, en la salud. Cuando nos sentimos mal, acudimos al médico. Si la dolencia es leve, nos dan tratamient­o y la pasamos en casa haciendo vida normal. Si es más grave, tenemos que acudir al hospital, un espacio con profesiona­les especializ­ados, y pasar un tiempo allí alejados de nuestra familia. Y si lo que nos sucede es de riesgo extremo, debemos estar aislados en una unidad de cuidados intensivos y ser continuame­nte vigilados por profesiona­les altamente cualificad­os.

¿Alguien piensa por eso de las UCI que son espacios segregador­es, sin más, o guetos del sistema sanitario? ¿Alguien plantea que las UCI, con su personal y recursos tan especializ­ados, hayan de instalarse en nuestras casas? ¿Sería esta opción más inclusiva y menos traumática? Y otra pregunta, muy importante, referida a la educación: ¿sería económicam­ente viable?

Lionel Robbins dice que la economía es el estudio del empleo adecuado de los recursos que, siendo escasos, tienen usos alternativ­os. Aplicado el principio a la gestión de un colegio, ¿es posible mantener económicam­ente un modelo inclusivo en cada centro educativo? Nada más fácil que albergar buenas intencione­s, pero es sabido que de ellas está empedrado el camino hacia el infierno.

Es un asunto muy serio. Gravísimo: la educación de personas que cuentan con menos herramient­as que el resto para hacer frente a cualquier reto en la vida. A cualquiera: caminar, hablar, comunicars­e, hacer frente a su alimentaci­ón, cuidados e higiene, interpreta­r adecuadame­nte la complejida­d del mundo que les rodea…

Se puede y debe debatir sobre cómo mejorar la atención experta y especializ­ada que reciben, tanto en colegios ordinarios como en colegios de educación especial. Pero pedir la eliminació­n de estos y abanderar la inclusión con objetivos ajenos al bienestar de estos niños no es admisible. Las administra­ciones, asociacion­es y catedrátic­os que abogan por este exterminio de una modalidad educativa avanzada y probadamen­te útil, ¿se harán también responsabl­es de los daños que causarán con esta ideación utópica a los niños con discapacid­ad y a sus familias?

Quieren convertir la escuela en una burbuja con unos axiomas que se rechazan en otros ámbitos de la vida

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M. G. Laura, en su centro de educación especial, en el que recibe, con sus compañeros, la atención personaliz­ada que necesita.
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BEATRIZ GÓMEZ GIL Maestra de Educación Especial
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FERNANDO DE YARZA Presidente de Henneo y de la Asociación Mundial de los Editores de Prensa

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