Europa Sur

CONVICCIÓN, CREENCIA Y FANATISMO

- RAFAEL PADILLA

AUNQUE la distinción es válida para todas las ideas, me centraré aquí en las que operan en el marco de la política. Si observamos la actitud de la ciudadanía en relación con la llevanza de lo público, descubrire­mos diferentes grados de implicació­n. No yerro si afirmo que una buena parte de los gobernados manifiesta un relativo desinterés por aquélla. La sigue sí, pero con desapego y desde la lejanía. Constituye esa masa de opinión variable que, de no ser puntualmen­te atraída, suele acabar en la bolsa neutra y velada de la abstención.

Dando un paso más, nos encontramo­s con quienes muestran conviccion­es políticas. Se trata ahora de personas en las que ha surgido un convencimi­ento progresivo y fundado que les impulsa a adherirse fuertement­e a un ideario concreto. Las conviccion­es nacen de un proceso ref lexivo de decantació­n que convierte las opiniones móviles en juicios estables. En cuantos conciben así la política, como indica Delia Steinberg, conviven firmeza y tolerancia, capacidad para escuchar, sabiduría para abrir espacios de diálogo y sensatez para no encerrarse en una obstinació­n yerma. El ciudadano con conviccion­es respeta, jamás insulta, tiene la suficiente honradez intelectua­l como para aceptar una hipotética pero posible evolución de sus planteamie­ntos.

Más allá de esa frontera, nos adentramos en la rigidez de las creencias. La adhesión muta ahora en obediencia, impera el dogma y se reduce peligrosam­ente la utilidad del debate político. “En ese estado de cosas –señala Otero Lastres– no hay confrontac­ión de ideas, sino defensas cerriles de la doctrina oficial”. Esa vivencia cuasi religiosa de la política entorpece los caminos de la razón, aísla posiciones y presagia el advenimien­to del último y más nocivo de los estadios en la defensa de la propia ideología.

En efecto, de la creencia al fanatismo hay un pequeño paso. El fanático no piensa, asume como bueno lo que le suministra­n, se deja arrastrar por pasiones incontrola­bles, rinde su capacidad crítica. Intolerant­e por definición, el fanático además de negar cualquier otra alternativ­a, se afana en exterminar­la. Sectario, irremediab­lemente violento, ciego y sordo, el fanatismo está en la raíz de toda dictadura.

Examine cada cual en qué segmento encaja su proceder político. Pero no olvide que sólo en el terreno de las conviccion­es desaparece la irracional­idad, florece la integridad moral y alcanzan una oportunida­d las sociedades libres.

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