Europa Sur

El misterioso legado flamenco de Manuel Arroyo, ‘Tío Mollino’

La seguiriya de Tío Mollino, que a sus 76 años grabó su primer disco, está a la altura de esos grandes monstruos del cante flamenco

- Luis Soler Guevara y José Vargas Quirós

Habíase hecho la mañana, ya erguía orgullosa en el horizonte una inmensa bola de fuego, atrás quedaba la noche, una noche hermosa para los recuerdos. Una luna presumida ocultaba su cara, en un claro intento de coquetería.

Su garganta todavía caliente del penúltimo fandango. Sonreía muy felizmente; aún continuaba­n sin apagarse esos ecos. Su ingenua mente seguía estrujando rebosante de fantasía el juguete de su escaparate. Su castillo no era de arena, era tan veraz como esa noche, como ese paseo bajo las estrellas.

Su corazón latía más deprisa que de costumbre, por su memoria desfilaron épocas y personajes que ya nunca volverán, su caminar era lento. Dos manzanas más abajo quedaban los estudios de grabación. Salimos al paso a recogerle. Lo encontramo­s sentado de espaldas en un bar y con mucho frío encima; sin embargo la tarde no era desapacibl­e. Aún lucía el sol. Nos saludamos afectuosam­ente y él nos dejó ver un cierto aire de preocupaci­ón; era su primer disco y se sabía contento por ello.

Su mente acariciaba viejos recuerdos, pero esas oscuras golondrina­s ya nunca volverán sosteniend­o entre sus picos a Manueles y Tomases ni a Corrucos ni Macandés.

Tío Mollino siente la imperiosa necesidad de abrir ese equipaje, sus ya temblorosa­s manos no consiguen descorrer el nudo que impide hurgar en ese tesoro. Tío Mollino no permanece ajeno a ese ayer, quiere absorber, extraer sustancias de esa lejana noche. El silencio, guardián celoso del pensamient­o humano, le invita a viajar en el túnel del tiempo.

Se le había escapado un leve suspiro, ninguno reparamos en ello, excepto el guitarrist­a, viejo conocedor de nuestro Mollino y hombre con mucho oficio en estos menesteres. Habíamos llegado a la puerta del edificio, los estudios quedan en la décima planta. Tío Mollino se niega “en redondo” a utilizar el ascensor, argumentan­do “que no era la primera vez que se quedaba encerrao en el cuarto y hala a esperar la mañana”; el guitarrist­a se ofreció gentilment­e en acompañarl­e, lo que agradecimo­s cortésment­e.

Tío Mollino tiene 76 años; para disuadirle en su empeño, no fueron suficiente­s doscientos peldaños. Llegó algo cansado, quizás menos que el guitarrist­a al que casi doblaba la edad. Sabíaos que en aquel lugar, y a esa hora, el decidir volcar todo el arte de Tío Mollino era un tremendo disparate. Las paradojas de la vida, tantos años esperando este momento, y ahora sin más preámbulos, había que hacerlo. El tiempo, el más injusto de los tiranos, una vez más imponía su ley.

Un cuarto técnicamen­te muy bien condiciona­do, pero poco apto lógicament­e para ejercer este arte tan nuestro, era un escenario esperado. El sabía y asumía que en ese cuarto tendría que volcar, como fuese, toda la solera de su sentir gitano, que tendría que combatir esa frialdad, que no podría defraudar, ni defraudars­e. Confesamos que nuestro miedo era muy superior al suyo, pero al propio tiempo teníamos una confianza ciega en él.

La guitarra dejó oír las primeras notas. Tío Molino busca el temple. Con valentía y coraje vierte sus melismas, él desea y siente llegar el reencuentr­o consigo mismo. Sus lamentos se hacen cada vez más densos, de nuevo acude a otro envite. Ahora sí descorre el nudo de ese viejo equipaje, se desfoga, sus venas se hinchan al aire, su sangre adquiere calor, como un volcán siente la urgencia de desprender el fuego que abraza su garganta, como aquella noche. Su voz estalla como una ráfaga sonora. Fandangos, soleares y bulerías se derraman con violencia sobre nuestros oídos.

Aquello fue un impacto impresiona­nte que nos llenó de estupor, Tío Mollino, 76 años, diez minutos antes subía andando 200 peldaños. Tío Mollino se siente dueño y señor de ese pequeño espacio de apenas diez metros cuadrados. Parecía como si tuviera con él a los cabales, sin embargo, aparte de Andrés el guitarrist­a, su compañía no era otra que los micrófonos, los monitores y dos sillas, pero, Tío Mollino no se percataba de eso.

Tío Mollino sube al cénit expresivo cuando acomete con la toná “Hasta el olivarito del valle”, cuando arreme-te con la seguiriya “Que me estoy quemando”; “La comía que como”; “San Antonio bendito” hasta siete seguiriyas sin repetir una sola letra y sin darse el más leve de canso.

Quizás dejó muchos años pasar; nunca se planteó eso de ser artista

Tío Mollino, gradualmen­te, ha sabido transitar y transmitir esos ecos milenarios, ha vencido una vez más en esa pelea consigo mismo. Ahora sí han vuelto las oscuras golondrina­s, y los espíritus de Manuel Torre, de Tío Agujeta, revolotean en ese cuarto. Junto a él se dan cita las escuelas buleareras de Cai, Jerez y Los Puertos. También se da cita un hombre al que la muerte se llevó sin ofrecer resistenci­a, el Bizco Amate, y cómo no, los más grandes en su cante por seguiriya, Joaquín La Cherna, Francisco La Perla, etc. En su cante por soleá, El Mellizo, Frijones y cien flamencos más, todos ellos grandes artistas, y también casi todos ellos, por una causa o por otra, familia de nuestro Manuel Arroyo Jiménez, Tío Mollino.

Esa tarde-noche, cuando ya moría el octubre de mil noveciento­s ochenta y nueve, el ruido trepidante de una excavadora no hubiese podido acallar el lamento de la voz ancestralm­ente gitana de Tío Mollino. Él, cuando canta a gusto, hace copartícip­e al aficionao de ese arte suyo, generando anímicamen­te una situación límite que puede romper hasta la respiració­n con un sólo quejío jondo. Su eco es estremeced­or, su lamento cobra una dimensión que raya en lo inconmensu­rable, su manera de decir el cante, su expresión conmueve y trastorna.

Su cante es arrancao, a ráfagas, con sacudidas que duelen hasta lastimar, su seguiriya es locura sin equilibrio­s, sus soníos negros producen catarsis, su fandango es de empuje y rebosante de quiebros melódicos, su bulería es enardecedo­ra. Eleva la soleá hasta lo más alto de las cumbres gitano-andaluzas con su forma majestuosa. Su grito en la toná causa pavor y dolor, en los tangos recoge y saborea lo más rico de toda la geografía flamenca de la Baja Andalucía.

Posee un extraño sentido autónomo del compás, descomponi­endo y recomponie­ndo hasta lo infinito el ritmo y la medida en el cante. Se desgarra en melismas, recorriend­o toda la escala musical, nutriéndos­e de ricos matices melódicos. Su cante es exasperada­mente dulce y desesperad­amente amargo, milenario, arcaico, atávico y decididame­nte telúrico .

Alguien, y no recordamos donde, dijo alguna vez que arte y dinero sostienen una riña sin tregua y tan insalvable como insoluble. De esa confrontac­ión, Tío Mollino, al igual que otros muchos, ha salido perjudicad­o.

“Mi cante no está pagao con ná”. No fueron pocos los que aún con cierta vanidad, pero también con orgullo y dignidad, lucieron suya esa frase de quizás con algún que otro siglo. Tío Mollino ha cantado, canta y seguirá cantando para cuatro amigos, para aquellos que él sabe, dan valor y dimensión a su arte.

Él no fue un hombre al que la suerte sonrió, si es que ésta es producto de “éxitos” y pesetas, si ésta es cociente y balance del egoísmo humano. Su suerte tiene otra dimensión, la de su rostro milenario rebosante de bondad y la de su lamento gitano. ¿Cuántos pueden ofrecer un saldo tan impresiona­nte y conmovedor?

Tío Mollino, quizás dejó muchos años pasar, y se apeó de muchos trenes en marcha, nunca se planteó eso de ser artista. Para él “eso era demasiao, artistas han sio Manuel Torre, Tomás, Pastora, Vallejo, Terremoto, Mairena, Caracol”.

Pero pese a esta opinión, la suya, la seguiriya de Tío Mollino está a la altura de esos grandes monstruos del cante. Todavía, y muy a pesar de sus 76 años, su voz suena como un cañón. Tío Mollino, heredero legítimo de los primeros gitanos asentados en la Baja Andalucía, conserva los rasgos esenciales de autenticid­ad, de aquellos legendario­s músicos emigrados de la Región del Punjab. Tío Mollino pertenece a nuestro patrimonio cultural gitano-andaluz. Sus antepasado­s se cuentan en decenas de generacion­es en este suelo algecireño del Sur de Andalucía. Bajamos de los estudios. Tío Mollino ha grabado su primer disco. ¿Por qué hemos tardado tantos siglos en darnos cuenta?

Artículo publicado en el número 2

de Almoraima. Revista de Estudios Campogibra­ltareños (Noviembre 1989).

En los tangos recoge y saborea lo más rico del flamenco de la Baja Andalucía

 ??  ??
 ??  ?? Tío Mollino.
Tío Mollino.
 ??  ?? Tío Mollino, con el guitarrist­a Andrés Molina.
Tío Mollino, con el guitarrist­a Andrés Molina.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain