Europa Sur

ANDALUZ ANTES QUE MINISTRO DE ESPAÑA

● Clavero antepuso el interés de Andalucía a su ambición política ● Su dimisión como ministro de Cultura alteró el modelo territoria­l del Estado

- JOSÉ AGUILAR

Cuatro horas encerrado en el ascensor oficial: metáfora de su soledad en el Gobierno y UCD

Un sí abrumador ganó en todas las provincias, salvo Almería, donde no superó el 50% del censo

NO hay mejor metáfora de la trayectori­a pública de Manuel Clavero Arévalo que su encierro involuntar­io en un ascensor del Ministerio de Cultura una noche sombría de invierno de hace casi cuarenta años. El ministro era él. Venía de vuelta de una reunión tempestuos­a en la que se había quedado solo en defensa de la autonomía andaluza frente al Gobierno del que formaba parte y al partido (UCD) en el que se había integrado en los albores de la democracia. Cuatro horas de aislamient­o por la avería de un ascensor y muchos días de soledad por una causa justa e incomprend­ida. Fue entonces cuando sacrificó su cartera ministeria­l por la dignidad de Andalucía. Es lo que le hizo entrar en la Historia. Por la puerta grande.

Ocurrió porque aquel catedrátic­o de Derecho Administra­tivo con vocación inequívoca de servicio público se había tomado en serio la solución ideada por los padres de la Constituci­ón de 1978 para resolver uno de los problemas más agudos de la España contemporá­nea: la articulaci­ón territoria­l del Estado. Sí, Clavero se tomó en serio el Estado de las Autonomías como fórmula de descentral­ización del poder desde la igualdad y la solidarida­d. Creyó firmemente que la conquista de las libertades tenía que venir acompañada por la consagraci­ón institucio­nal de la pluralidad de los territorio­s y los pueblos que componen España. Pensó que la restauraci­ón de la Generalita­t de Cataluña, que pilotó con Tarradella­s como ministro para las Regiones, era sólo un primer paso para la construcci­ón de un Estado democrátic­o y descentral­izado en el que todas las comunidade­s tendrían su papel y su reconocimi­ento. Sin privilegio­s ni discrimina­ciones. El café para todos, se dijo.

Fue el 15 de enero de 1980 cuando el comité ejecutivo nacional de la Unión de Centro Democrátic­o decidió que Andalucía alcanzara la autonomía por la vía del artículo 143 de la Constituci­ón, lenta y de menor contenido, en vez de por la vía del artículo 151, más rápida y con mayores cotas de autogobier­no (la aplicada ya a Cataluña, País Vasco y Galicia con el argumento de que éstas sí eran comunidade­s históricas, como si Andalucía hubiera nacido anteayer...). En realidad lo que se hizo ese día fue imponer el designio acordado por los poderes fácticos de reservar la autonomía plena para las tres “nacionalid­ades” que tuvieron estatutos efímeros durante la Segunda República y conceder a las demás “regiones” españolas una autonomía de segunda categoría. Andalucía estaba destinada a derribar ese proyecto, aunque aún no lo sabía.

Al día siguiente llegó el corolario esperpénti­co del frenazo al proceso autonómico de Andalucía: la propia dirección de UCD anunció que en el referéndum, que ya había sido convocado, el partido pediría la abstención. “¡Andaluz, éste no es tu referéndum!” fue el desdichado lema de una campaña electoral insólita: el Gobierno que convocaba la consulta a los ciudadanos llamaba a los mismos ciudadanos a no participar en ella.

En aquellas horas sombrías, en la soledad del ascensor estropeado del Ministerio de Cultura, Manuel Clavero Arévalo tomó la decisión más trascenden­tal de su vida pública: cambiar el cargo por la dignidad. Dejar de ser ministro de Cultura para volver a Andalucía a pelear por el SÍ en el referéndum saboteado por su partido y su gobierno. Ejercer de andaluz antes que de político en el poder. Lo pensó y lo hizo de una manera típicament­e andaluza: “¡Ea, ya estoy yo en mi casa!”.

La dimisión era la única salida con honor al conf licto planteado. Desde junio de 1979, cuando Rafael Escuredo sustituyó a Plácido Fernández-Viagas como presidente de la Junta preautonóm­ica de Andalucía, los cuatro partidos representa­dos en este gobierno provisiona­l sin apenas competenci­as (PSOE, UCD, PCA y PSA) se juramentar­on para conquistar la autonomía plena por la vía del artículo 151 y Clavero, como presidente regional de UCD, impulsó decididame­nte este proceso, pese a que la dirección nacional no se aclaraba al respecto y surgieron reticencia­s entre dirigentes centristas de algunas provincias orientales de Andalucía.

La vía elegida estaba llena de complicaci­ones. Exigía que tres cuartas partes de los ayuntamien­tos de cada provincia acordaran en sesiones plenarias adherirse al procedimie­nto y hacerlo en un plazo de seis meses. La carrera de obs

Defendía la autonomía sin discrimina­ciones ni privilegio­s: el café para todos, se dijo entonces

Tenían que impulsar el autogobier­no del 151 las tres cuartas partes de los ayuntamien­tos

táculos no acababa ahí: posteriorm­ente habría que celebrar un referéndum de ratificaci­ón en el que en cada una de las ocho provincias se pronuncias­e a favor la mayoría del censo (no bastaba, pues, que hubiera más votantes a favor que votantes en contra). Rafael Escuredo se recorrió toda la comunidad y Manuel Clavero se quedó sin vacaciones aquel verano para movilizar a alcaldes y concejales y reactivar lo que ya era un sueño colectivo y transversa­l de transforma­ción de Andalucía mediante la palanca del autogobier­no.

Quizás por la fuerza de sus conviccion­es andalucist­as, por ingenuidad o por desconocim­iento de las intrigas de la Corte, Don Manuel –así le hemos llamado hasta su muerte– no supo interpreta­r las señales que emanaban del Gobierno acerca del proceso autonómico andaluz. Confiaba en el seductor Suárez, que ya había pactado con Escuredo la fecha del referéndum (por cierto: acordaron el 1 de marzo, pero el portavoz centrista andaluz, Miguel Sánchez Montes de Oca, avisó de que ese día era sábado, de modo que se retrasó la consulta al 28 de febrero, viernes, buscando una mayor participac­ión).

Por eso no se alarmó por el hecho de que Adolfo Suárez, que le había hecho ministro dos veces, no despachara a solas con él desde septiembre, que el ministro de Autonomías, Antonio Fontán, dijera en noviembre “no estoy en condicione­s de asegurar que el referéndum se celebrará el 28 de febrero”, o que en los mentideros políticos de Madrid se diera por supuesto que el diseño final del Estado autonómico sería asimétrico, de dos categorías, y que Andalucía quedaría en la segunda y, por tanto, la vía del artículo 151 sería inexorable­mente interrumpi­da, aunque nadie sabía cómo.

Se supo más tarde. En enero de 1980. El procedimie­nto no fue otro que posicionar­se contra el triunfo del referéndum, con toda la potencia del Gobierno y de UCD, y boicotearl­o por todos los medios, lícitos e ilícitos. Valía todo. Desde la contradicc­ión de un gobierno que convoca por ley un referéndum y demanda a los ciudadanos que no acudan a votar a la redacción abstrusa e ininteligi­ble de la pregunta que parecía destinada a generar confusión (merece la pena recordarla: “¿Da usted su acuerdo a la ratificaci­ón de la iniciativa prevista en el artículo 151 de la Constituci­ón, a efectos de su tramitació­n por el procedimie­nto establecid­o en dicho artículo?”. ¡La gallina! Desde la rebaja de la campaña institucio­nal a quince días, frente a las tres semanas de las campañas de los referendos catalán y vasco, hasta el regateo de fondos públicos para hacerla (125 millones de pesetas concedió el Ministerio de Hacienda al consejero preautonóm­ico de Interior, Antonio Ojeda, menos de la mitad que a las campañas de País Vasco y Cataluña). El Gobierno fue claramente beligerant­e en contra de la autonomía de Andalucía utilizando todos los recursos a su alcance para favorecer la posición del partido que entonces lo ocupaba.

Y fracasó. Los estrictos requisitos impuestos por la Constituci­ón en el camino hacia la autonomía plena y rápida fueron cumplidos por los andaluces de largo, con la excepción de Almería, donde los votos a favor superaron con mucho a los contrarios, pero no se alcanzó la mayoría absoluta del censo de votantes. No obstante, la victoria del SÍ había sido tan rotunda, en una coyuntura de efervescen­cia y movilizaci­ón ciudadana nunca repetida, que el Congreso de los Diputados habilitó una solución singular que, finalmente, consagró la autonomía de Andalucía y, de paso, liquidó el modelo de descentral­ización asimétrico contra el que Manuel Clavero se había rebelado.

Así fue como un político conservado­r, moderado y discreto se convirtió en el líder de la subversión del orden (territoria­l) establecid­o y defensor de los derechos de los (pueblos) pobres. Decidiendo, en la soledad de un ascensor averiado, volver a Andalucía sin ministerio pero con dignidad. Eso hizo don Manuel.

 ??  ?? Manuel Clavero celebra, junto a muchos andaluces, la victoria del sí en el referéndum del 28-F, en el Casino de la Exposición de Sevilla.
Manuel Clavero celebra, junto a muchos andaluces, la victoria del sí en el referéndum del 28-F, en el Casino de la Exposición de Sevilla.
 ??  ?? Clavero Arévalo, con los periodista­s. Aquí atiende, tras un acto pro autonomía, a Joaquín Durán; detrás, José Aguilar.
Clavero Arévalo, con los periodista­s. Aquí atiende, tras un acto pro autonomía, a Joaquín Durán; detrás, José Aguilar.
 ??  ??
 ??  ?? El ministro para las Regiones interviene en el homenaje a Blas Infante, Padre de la Patria andaluza, en su pueblo natal, Casares, en agosto de 1979.
El ministro para las Regiones interviene en el homenaje a Blas Infante, Padre de la Patria andaluza, en su pueblo natal, Casares, en agosto de 1979.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain