Europa Sur

LA CANCIÓN DEL VERANO

- ISMAEL YEBRA

LOS que tengan ya unos añitos recordarán que por estas fechas comenzaba a sonar la denominada canción del verano, un tema playero y pegadizo que llenaba las calurosas noches estivales y animaba los ingenuos guateques. Fue anterior a la llegada de la música discoteque­ra y el ordinario reguetón, esa contrapart­ida caribeña como venganza a la construcci­ón de catedrales y la fundación de universida­des por parte de los españoles en lo que se denominó el Nuevo Mundo. Los Payos dieron el pelotazo con su canción María Isabel y Fórmula V con Eva María, la del sombrero de rayas, pero salvo estos aislados éxitos, los reyes de la música veraniega eran Georgie Dann y Palito Ortega. Tampoco estaban mal situados Los Diablos y Luis Aguilé. Todo esto nos remite a una España ingenua y un tanto ridícula que nos sonroja un poco, pero también nos mueve a la ternura y a la clásica idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque nunca fuera realmente cierto. No era España la que estaba mejor, sino la artrosis, el dolor de espalda, la tensión arterial y las cifras de colesterol.

La canción del verano desapareci­ó, como se decía en un espectácul­o circense, por falta de artistas. La estación veraniega se asociaba a la reposición de Verano azul, a la presencia de nórdicas en Torremolin­os

y al desplazami­ento a la costa en un seisciento­s de una generación que había tenido esa posibilida­d gracias al esfuerzo de sus padres. Generación procedente de una cultura rural que había abandonado el campo por la ciudad y había conocido por primera vez lo que eran unas vacaciones y la posibilida­d de cambiar de domicilio durante un par de semanas.

La canción del verano podría parecer de ínfima calidad e incluso ridícula, pero no fueron los criterios de calidad artística los causantes de su desaparici­ón. La insaciable voracidad de las empresas turísticas y la denominada industria del ocio, no se conforman con ganar dinero tres meses, sino que han logrado extenderla al resto del año. La bacanal veraniega se repite cada fin de semana dando comienzo en la noche del jueves, sin necesidad de salir de la propia ciudad. El ruido, el alcohol y el desorden horario se han integrado en nuestra sociedad como si fuera una liturgia repetitiva contra la que es imposible luchar porque goza de una especie de inquisició­n que lo domina todo. Venid y vamos todos al botellón, Chiribirib­í, popoponpón…

No era España la que estaba mejor, sino la artrosis, el dolor de espalda, la tensión arterial y las cifras de colesterol

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