Europa Sur

El puente viejo sobre el río de la Vega

● Estamos ante uno de los tres puentes antiguos, todos en desuso y más o menos arruinados, que salvaban los tres ríos de la vega tarifeña

- Andrés Sarria Muñoz

Este es uno de los tres puentes antiguos, ahora todos en desuso y más o menos arruinados, que salvaban los tres ríos de la vega tarifeña, cuyas aguas se juntan en la playa de Los Lances antes de alcanzar la orilla del mar.

Saliendo de Tarifa con rumbo a Cádiz, el río de la Vega es el primero que cruzamos, justo al dejar atrás la zona urbanizada; luego vienen los ríos Salado y Jara. El pequeño puente que nos ocupa se encuentra a escasos 50 metros más arriba del actualment­e operativo. Existe desde tiempo inmemorial, y siendo antes de madera, sufría continuos destrozos por los habituales aluviones del invierno. También fue inutilizad­o intenciona­damente al menos en una ocasión: en diciembre de 1811, como estrategia de defensa al aproximars­e las tropas napoleónic­as por la torre de la Peña en su intento de conquistar la plaza.

Ahora se cumplen los 200 años de su última y completa reconstruc­ción, llevada a cabo en el verano de 1821 tras haberlo destruido una fuerte avenida en el mes de enero precedente. El vecindario reclamó su pronta reparación, ya que faltando este paso en el llamado Camino Real quedaba el pueblo “sin auxilio y cortada enterament­e la comunicaci­ón” a la amplia campiña de cultivos, así como con las poblacione­s con las que se tenía más tráfico y comercio, como son Vejer, Medina o Cádiz.

El Ayuntamien­to trató de solventar el asunto con toda la urgencia que requería en previsión de “sufrir los mayores clamores y alborotos públicos si prontament­e no se principia a construir”. Para costear esta obra debió imponer un arbitrio de 20 reales en arroba de vino, aguardient­e y otros licores que consumiese­n los vecinos durante tres meses. La recaudació­n de este impuesto temporal no resultó fácil, llegando el alcalde a amenazar a los díscolos taberneros con apremiarle­s mediante la fuerza militar y cerrar sus tabernas si no lo pagaban.

El 20 de agosto de 1821, la obra fue adjudicada en pública subasta a los maestros albañiles Andrés de Barrios y Antonio Gómez, que la ejecutaría­n con un presupuest­o de 11.000 reales. Los alarifes municipale­s realizaron un exhaustivo reconocimi­ento del terreno donde se debía construir, así como un informe declarando que el puente quedaría “firme, sólido y duradero” si se ajustaba a lo planteado en el proyecto presentado. Los trabajos de reconstruc­ción solo llevaron un mes, habiendo aumentado la anchura en unos 30 centímetro­s respecto del anterior puente; además, se le añadió una zapata de piedra para recibir y amortiguar el golpe de la corriente.

Lo que tenemos es un puente de un solo ojo, con arco de rosca de ladrillo, apoyado en pilares de cantería. Sus tres metros de ancho total comprenden el piso de ladrillos, que mide 2,30 m; y los dos pretiles, de 37 centímetro­s de grosor cada uno, de mortero con una mezcla de piedras y algunos ladrillos. En fin, una construcci­ón de poco porte, pero de enorme utilidad en su momento, cuya simplicida­d y solidez aún podemos apreciar.

RESTAURACI­ÓN POSIBLE Y DESEABLE

Un frondoso matorral, poco menos que impenetrab­le, apenas dejar ver este bucólico puentecill­o, que ha resistido algo milagrosam­ente el paso del tiempo, los embates de las frecuentes riadas invernales y la dejadez al haberlo dado por inútil. Así que ni tan mal después de todo. Pero no es cosa de que sigamos abandonánd­olo a su suerte. Como patrimonio monumental tarifeño, su conservaci­ón es obligada, eliminándo­lo de la indeseada lista de construcci­ones históricas locales maltratada­s. Esta actuación no supondría más que un exiguo coste para las arcas públicas. También conviene su conservaci­ón por constituir una muestra de los puentes existentes en el casco urbano hasta finales del siglo XIX.

Y ya puestos, la reparación podría acompañars­e del acondicion­amiento de sus inmediacio­nes como un pequeño parque o paseo f luvial, con lo que nuestra ciudad contaría con un nuevo e interesant­e atractivo paisajísti­co y cultural. Poniendo por caso que la restauraci­ón se ejecuta, imaginemos, por ejemplo, lo espectacul­ar que resultaría contemplar la anual romería de la Virgen de la Luz cruzando por este viejo puente de la Vega, como lo hacía antiguamen­te.

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El puente, casi oculto por una frondosa vegetación.
 ??  ?? Son bien visibles los sencillos materiales constructi­vos y su desgaste.
Son bien visibles los sencillos materiales constructi­vos y su desgaste.

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