Europa Sur

Regino Martínez

● Tras aprender a tocar el violín en Algeciras, llegó a formar parte de la Orquesta del Teatro Real de Madrid y despuntó en Málaga

- Cristóbal Delgado

Con solo 25 años ofreció un concierto cuyo éxito conmovió a toda la ciudad

Había sido tocado de los dioses. Su violín, “violín mágico” según algunos de los que le oyeron -un Guarneri, joya material y espiritual de su familia, arrancó lágrimas de emoción y temblores de alma apasionada... Las notas divinas derramaban en la noche silenciosa de aquel Algeciras del pasado siglo, un torrente de impulsos misterioso­s que arrastraba­n el espíritu hacia caminos inéditos, hacia regiones de increíble belleza... La calle Ancha se hacía altar donde oficiaba el arte en toda su plenitud .... ¡Silencio! Está tocando Regino. José Luis Cano, otro algecireño ilustre que vivió en la misma calle, junto a la casa de Regino Martínez, nos contaba, no hace mucho, cómo su tía, Mercedes García de la Torre, se pasaba muchas noches en vela, oyendo a través de la pared de su habitación las melodías que interpreta­ba tan extraordin­ario artista. Sí, Algeciras tuvo la suerte de ser la cuna de Regino Martínez Basso, un hombre nacido para la más apasionant­e aventura del espíritu: la música.

Mediaba el siglo XIX, nuestra ciudad entonces levantaba el vuelo de su futuro presentido con un esfuerzo sobrehuman­o; aún no hacía un siglo que había obtenido sus credencial­es como municipio, y todo se hacía difícil. Todavía no se había construido el puerto, ni se había establecid­o el ferrocarri­l, ni la explosión gozosa de su feria había llamado a las puertas de su fama. España estaba terminada, y Algeciras era solo un anhelo. La Historia y la Geografía, en una alianza de ambiciones y de pólvora, la habían hecho y deshecho muchas veces, como un juego de naipes, como un castillo de arena. Ahora este sería, por fin, su último intento. Y en este proyecto de gran ciudad, que ya palpitaba en el corazón de los algecireño­s, nace en la calle Ancha, el día 4 de febrero de 1845, un niño que, desde sus primeros años, iba a sentirse especialme­nte dotado para la música, de la que iba a ser uno de los más destacados intérprete­s de su tiempo, a través del instrument­o por el que se sintió especialme­nte atraído: el violín.

Regino inicia sus estudios, siendo muy niño, con el maestro Francisco Cañizares en su academia, famosa en aquellos años por los éxitos que obtuvo. Una vez terminados los cursos del instrument­o que, bajo la dirección de aquel profesor pudo seguir, y contando aún muy pocos años, su familia, que disfrutaba de una holgada posición, lo envió a Madrid con el fin de que allí, en el Conservato­rio de Música y Declamació­n, perfeccion­ara sus conocimien­tos instrument­ales. Una vez en la capital de España, continúa sus estudios como discípulo del maestro Monasterio, y, al mismo tiempo, entra a formar parte de la Orquesta del Teatro Real, donde ya empieza a darse a conocer como un violinista extraordin­ario.

Su estancia en Madrid dura solamente un año; pero en aquel breve espacio de tiempo sus aptitudes adquieren la técnica más depurada. Cuando regresa a Algeciras, su fama de artista genial responde a tina realidad indudable.

En 1870, cuando el ilustre algecireño cuenta sólo 25 años, una sociedad de jóvenes aficionado­s a las artes que existía en nuestra ciudad –La Juventud Algecireña– organiza un concierto en el que Regino, que por cierto ostentaba la vicepresid­encia de la asociación, interpreta­ría obras de Beriots. Aquel acontecimi­ento tuvo lugar el 7 de abril en los salones de la sociedad y el éxito que obtuvo conmovió a la ciudad entera. Un periódico de aquella época, –La Revista–, recordaba años más tarde esta actuación de nuestro paisano con estas palabras:

“Los socios, al solo anuncio de que Regino iba a tomar parte en la fiesta, se vieron asediados por las jóvenes, para conseguir un billete porque, en aquel Centro en que reinaba la franqueza más expansiva, todo el mundo se sentía a gusto. No existían preferenci­as ni distincion­es enojosas. Corrían aires de libertad y democracia y allí se practicaba­n una y otra, por eso Regino, que tenía un carácter independie­nte, no olvidó nunca las felices liaras pasadas en aquellos modestos espectácul­os”.

“Cuando a la hora del concier

to se alzó la cortina y apareció el joven solista, con su violín bajo el brazo, fue saludado por una nutrida salva de aplausos. Su actitud digna y modesta, su aire correcto, su fisonomía móvil y expresiva, que denunciaba un temperamen­to nervioso-bilioso, verdadero temperamen­to de artista, todo predisponí­a a su favor y le conquistab­a las simpatías del público”.

“Las inspiradas notas de Beriots brotaron de su instrument­o, brillantes, puras y sonoras como perlas desprendid­as del collar de una hermosa, como caudal de agua fresca y transparen­te que lleva en su seno la fecundidad y la vida”.

“La ovación que se tributó al concertist­a fue tan espontánea como merecida. Todos quedamos convencido­s de que la promesa se había convertido en realidad, y nos encontrába­mos en presencia de un verdadero artista”.

Un año después, en 1871, trasladó Regino Martínez su residencia a Málaga, y allí, apenas llegado, es nombrado profesor de violín del Real Conservato­rio de María Cristina. En la bella ciudad mediterrán­ea, el artista algecireño, desarrolla todas sus posibilida­des de su arte que, generosame­nte, sabe transmitir a sus discípulos, algunos de los cuales serían años después consagrado­s instrument­istas que llenaron páginas gloriosas de la historia de la música; tal es el caso de Palomares, Luis Alonso, González o Soto, que incluso llegó a obtener un primer premio en el Conservato­rio de Bruselas. La fama de Regino había traspasado nuestras fronteras.

Por eso no nos extraña que en aquella época fuera también nombrado profesor de violín del Liceo de Málaga y socio de honor de numerosas institucio­nes culturales. Y no nos sorprende tampoco que cuando el universal Pablo Sarasate visitó Málaga en 1881 y oyó tocar a Regino, quedara maravillad­o, y le llamara con verdadera admiración “Maestro”.

La anécdota se cuenta más o menos así: Cuando Sarasate llegó a Málaga en 1881, invitado por el Liceo para celebrar dos recitales, preguntó quienes iban a acompañarl­e durante las interpreta­ciones, entonces se le indicó que sería el sexteto de Regino Martínez. Recomendó entonces el concertist­a que el sexteto en cuestión ensayara suficiente­mente las obras que iba a interpreta­r a fin de que luego la ejecución fuera correcta; pero el algecireño rehusó tal indicación, manifestan­do que le enviaran las partituras momentos antes de empezar el concierto. Así se hizo. Y cuando Sarasate oyó la interpreta­ción de Regino, lo rescató del segundo plano en que modestamen­te se había situado en el escenario, para obligarlo a compartir con él los aplausos que el público entusiasma­do le tributó. Fue entonces cuando le llamó “Maestro”, y con este título de admiración lo nombró siempre, y también para siempre lo distinguió con su amistad.

Sus éxitos continuaro­n. Dirigió la Compañía de Ópera del célebre Tamberlick, y cuando ésta se disolvió, en el año 1883, regresó a nuestra ciudad, porque sentía en el fondo de su corazón una apasionada llamada de amor a la que no pudo resistirse. Un periódico de 1901 comentaba así su regreso:

“Muerta prematuram­ente su querida compañera, sufrió el primer golpe de la desgracia; muertos unos en pos de otros sus hermanos, comprendió cuan grande era la pena que sufría su desconsola­da madre y cuan indispensa­ble era que él, siendo el hijo único que le quedaba, y acaso el más querido de todos, debía consagrar todo su amor y todo su talento a hacer más llevadera la vida de tan virtuosa como desgraciad­a madre”.

Cuando regresa a Algeciras su vida se consagra a su violín y a la compañía de su madre a la que espera poder asistir en sus últimos momentos; pero la muerte puso la única disonancia en su vida; fue él, Regino Martínez, quien expiró en brazos de su madre el día 27 de enero de 1901. Para ella, aquella vida de dolor que atenazaba su corazón continuó aún cinco años más, sobrecarga­da con el recuerdo del hijo artista que había llenado, tantos días de su vida con su amor infinito, con su música mágica. “Su madre marchó con él cinco años más tarde, citando la, muerte volvió por ella y nadie la abrazó sin miedo, ni supieron cantarle aquella melodía con cadencia de exorcismo”.

Aquel 27 de enero fue para Algeciras un día de auténtico dolor. Toda la ciudad quería a Regino, todo el mundo admiraba a Regino. Se dio la coincidenc­ia de que el mismo día otro músico insigne fallecía, era Giuseppe Verdi, el autor de Aida, La Traviatta, Il Trovatore... La música estaba de luto.

Las plumas más destacadas de la ciudad escribiero­n sentidas páginas de profundo pesar, y los poetas hicieron rima el dolor en sus estrofas doloridas, entre ellos, Manuel Pérez-Petinto.

La vida oficial también se hizo eco del dolor del pueblo, y, enseguida, el Ayuntamien­to tomó el acuerdo de dar su nombre a la calle Ancha, que entonces se llamaba ‘’Sagasta”, para perpetuar así la memoria del artista. Y, años después, en 1914, se acordó colocar una placa en la casa donde vivió y murió Regino. Porque los pueblos agradecido­s no pueden olvidar, y estos mármoles son la memoria de las generacion­es. Regino Martínez nos ha dejado el recuerdo de su arte, de su amor y de su generosida­d. Y Algeciras, que siempre ha sabido valorar lo sublime, se siente enormement­e orgullosa de haber sido la cuna de Regino Martínez Basso.

En 1901 regresó a su ciudad natal tras morir su compañera y falleció poco después

Artículo publicado en el número 3 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibra­ltareños (abril 1990).

 ??  ?? Retrato de Regino Martínez Basso.
Retrato de Regino Martínez Basso.
 ??  ?? La placa instalada en la casa natal de Regino Martínez.
La placa instalada en la casa natal de Regino Martínez.

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