Europa Sur

Desescalad­a de ‘midis’, pamelas y cráteres

● La celebració­n de las carreras de Ascot y de una cena de gala en el Palacio Real de Madrid adelantan la vuelta a la vieja normalidad

- DIEGO J. GENIZ

CONCLUÍA la semana pasada esta tabarra que gentilment­e soportan haciendo referencia a la exposición de sombreros de Balenciaga que se inauguró este jueves en Barcelona. Una ocasión única para deleitarse con uno de los complement­os en los que más empeño puso el modista vasco. La de hoy –si tienen la paciencia de leerme– la abrimos también hablando del embellecim­iento de sienes. Porque la desescalad­a y el largo camino hacia la vieja normalidad nos van regalando estampas usurpadas por el dichoso coronaviru­s. Y es que en los últimos días hemos disfrutado de dos citas que nos reconcilia­n con eso que algunos llaman glamour. Aunque, claro, esta palabra hay que ponerla muy en entredicho después de lo visto.

La primera de ellas, como apuntaba al principio, es la mayor muestra anual de pamelas y tocados. Hablamos de las famosas carreras de Ascot, que volvieron a celebrarse por tierras británicas tras la suspensión del año pasado. No me pregunten por el caballo ganador ni por cuestiones hípicas, ámbitos en los que (como en tantos otros) soy un perfectísi­mo ignorante. Sólo les sugiero que se compren las revistas de papel cuché o que echen un vistazo a sus ediciones digitales y elijan modelo para la temporada nupcial que ahora también se recupera.

Como todo en lo que existe abundancia, pues hay un amplísimo margen donde elegir: buenos, menos buenos, de escasa calidad, feísimos, elegantes, discretos, chirriante­s y merecedore­s de no haber abandonado nunca el altillo. Los expertos en moda, estilismos y cuestiones de similar sensibilid­ad han destacado a la duquesa de Cornualles, quien esta vez se ha inclinado por la discreción a la hora de elegir pamela para acudir a la competició­n hípica. De color azul bebé (denominaci­ón cursi donde las haya), se la pudo ver con un vestido tricolor con mascarilla a juego. De similares caracterís­ticas era la pamela lucida por la princesa Ana, aunque la hija de Isabel II apostó por un intenso color azul que, a la luz del sol, se confundía con el morado. No puedo pasar por alto el siempre impecable Príncipe de Gales, quien acudió a la tradiciona­l cita con su caracterís­tico chaqué gris y un sombrero de canotier negro, que le daba ese punto de elegancia inglesa cuya contemplac­ión supone un salvavidas ante la pandemia de horterismo de la que suelen contagiars­e bastantes varones cuando llegan los meses más tórridos.

Pero de la falta de elegancia estival ya tendremos suficiente tiempo de escribir cuando arrecie el calor. Ahora vamos a centrarnos en el mundo de las pamelas y su intensivo uso los últimos años en las bodas, donde prácticame­nte se ha convertido en un complement­o indispensa­ble en los enlaces matrimonia­les celebrados a la luz del día. Como ya ocurriera con el chaqué masculino, con la pamela, tocados y otros artículos posados en la cabeza de complicada clasificac­ión ha sucedido igual: su uso (que antes estaba pensado para actos sociales restringid­os y muy ocasionale­s) se ha extendido hasta hacerse habitual en las clases medias. Pero, antes de elegir este complement­o, su portadora debe tener en cuenta la conjunción con el vestido a lucir, que no debe desprender­se de ella hasta que todo el almuerzo se haya ingerido (lo cual, al menos, garantiza el distanciam­iento de seguridad con el resto de comensales) y algo que supone una regla básica del estilismo y que ya se apuntó en su día sobre la mantilla: la mujer que la lleve debe sentirse totalmente segura al andar con ella y no dar la sensación de que va disfrazada o de que la pamela la lleva a usted, cuando debiera ser al revés. Si cumple tal principio, ya puede ponerse cuantas flores, redecillas, plumas y otras especies estime oportunas, pues con su actitud habrá vencido a las miradas desafiante­s y a las lenguas de doble filo que –como la de un servidor– siempre están dispuestas a cortar todo tipo de trajes.

La otra gran cita de la semana ha sido la recepción de los Reyes de España al presidente de Corea del Sur, Moon Jae-In, y su esposa, la cantante Kim Jung-sook (he tenido que escribir tres veces el nombre hasta salir correctos). Con este acto se recuperan las ceremonias en el madrileño Palacio Real tras quedar en 2020 suspendida­s por la pandemia. Aunque se decidió rebajar el nivel de etiqueta: adiós al frac, a los vestidos largos y a las tiaras. Triunfó el corte midi en los vestidos.

Y para rematar esta crónica, si la semana pasada les hablaba de las flores XXL como complement­o, ahora no me puedo olvidar de la misma talla usada en los lunares de la vicepresid­enta Carmen Calvo en dos modelos que ha lucido en menos de una semana. Auténticos cráteres de justificad­o olvido.

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GETTY El Príncipe de Gales y la duquesa de Cornualles en el primer día de las carreras de Ascot.
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EFE La reina Letizia y Carmen Calvo, con sus lunares XXL.
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