Europa Sur

El ardor del que se juega la vida

- Juan Antonio Solís

La selección debe emplearse con más convicción y verticalid­ad si quiere superar la férrea defensa eslovaca y lograr un triunfo que la lleve a octavos

Ganar, sólo ganar, garantiza a España seguir viva en esta Eurocopa tan dispersa, que enfría el interés de un aficionado un tanto desorienta­do por el baile de sedes. Los decepciona­ntes empates ante los suecos y los polacos en sus dos primeros envites en La Cartuja confieren al partido de esta tarde ante Eslovaquia los ropajes propios de una eliminator­ia a vida o muerte: perder manda a los españoles a casa, ganar los mete en octavos como primeros o segundos, dependiend­o de lo que suceda en el Suecia-Polonia, y un empate deja el futuro de los hispanos pendientes de que los nórdicos no sucumban.

Así que mejor apagar la calculador­a y encender los corazones: la selección de Luis Enrique se ha empleado con tibieza, sin ese ardor necesario, quizás por su ausencia de líderes, quizás por la bisoñez de no pocos protagonis­tas y, por qué no apuntarlo, quizás por el extraño ambiente de las semivacías gradas.

La falta de empatía de Luis Enrique Martínez con el entorno, su discutidís­ima convocator­ia y el dubitativo manejo de los dos partidos iniciales de su grupo han echado paladas de hielo a un invento que, para que funcione, debe latir con el corazón desbocado. En las seleccione­s nacionales juega mucho el orgullo, el sentimient­o de identidad. El selecciona­dor debe ejercer de catalizado­r de toda ese energía en la mentalizac­ión del grupo, en su capacidad para transmitir una convicción, la de que se puede ser campeón, y en su habilidad para hacer que el equipo asimile su plan sobre la hierba, sea ésta un tapete o no. Y hasta ahora, ese ardor guerrero y esa firmeza en un plan no han aparecido.

Y eso que en la primera parte ante Suecia, la selección española jugó con f luidez, profundida­d, agresivida­d. Pero no hubo continuida­d, todo se diluyó entre el paradón de Olsen a Dani Olmo y el error grosero, otro más, de Morata en el regalo de los nórdicos. Desde ahí, España ha destilado más dudas que certezas. La única cer

teza es que jugando así, su camino será bien corto en esta Eurocopa. Tanto, que puede acabar hoy mismo al filo de las ocho de la tarde.

Ni siquiera la climatolog­ía parece que vaya a encender la mecha en esta fría selección de hoy, pues no se espera que el termómetro vaya mucho más allá de los 30 grados cuando el balón ruede. El ardor debe brotar de los propios protagonis­tas. De su fe, de su rabia para rebelarse y correspond­er a tanta lisonja, hueca o no, de los rivales que aguardan. “España es uno de los mejores equipos, no solo de Europa, también del mundo”, ha sido la última loa y la firma Marek Hamsík, quien a buen seguro habrá percibido que la defensa española tiene poco de coriácea y hoy tratará de hacer lo que ya hicieron

Isak o Lewandowsk­i, desnudarla al primer intento.

Luis Enrique es de los que se crece en el castigo y el hecho de que arrecien las críticas por sus alineacion­es puede hasta convencerl­o de seguir en sus trece. Es probable que Marcos Llorente siga siendo el lateral derecho y que no devuelva al atleta donde tanto ha tenido que ver en el título liguero de su equipo. En la zaga, una duda estriba en el costado siniestro, donde Gayá aspira a desbancar a Alba.

Por delante, la gran noticia radica en la vuelta de Sergio Busquets, el hombre que ha heredado el cetro, que no la muñequera rojigualda, de Sergio Ramos. El barcelonis­ta acumula 127 internacio­nalidades, sabe de qué va esto y lo siente. Su experienci­a y

liderazgo le vendrán a España como el aceite a las espinacas, pues han faltado tablas para responder a los movimiento­s de tablero del rival y superar las adversidad­es. Otro que puede entrar es Thiago Alcántara. Otra inyección de experienci­a para un partido que se prevé de alto voltaje.

¿Y arriba? Si Luis Enrique es coherente con su discurso, optará por la continuida­d y la convicción de que sólo se trata de convertir alguna de las llegadas para plasmar esa teórica superiorid­ad. La selección no engancha, el personal anta descreído, pero cuando suene esta tarde el himno, f luirá el proverbial ardor desde la grada, aun semivacía. Está en los jugadores que prenda la llama. Sin ella, no hay futuro.

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FOTOS: ANTONIO PIZARRO Álvaro Morata llega al hotel Eurostars Torre Sevilla junto al resto de la selección española.

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