Europa Sur

Tiempos de tribulació­n

Los años posteriore­s al franquismo supusieron un enfriamien­to de la religiosid­ad popular y las tradicione­s anejas La población de la Algeciras de 1976 rebasaba los 90.000 habitantes

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS

EN los años que siguieron al cambio de régimen, andábamos todos expectante­s y un poco encogidos. Bien es verdad que se abría un horizonte esperanzad­or, pero había demasiados flecos del pasado colgados del presente. No es cuestión de entrar en detalles, pero un asunto que se había quedado frío, era la religiosid­ad popular y las tradicione­s anejas.

En diciembre de 1976, el día 15, a poco más de un año de la muerte del general Franco, se aprobó en referéndum la ley para la Reforma Política. Los cambios se sucedían con rapidez y las emociones jugaban con la imaginació­n hasta generar inquietud y desasosieg­o. Cuatro meses después, el 15 de abril de 1977, el Consejo de Ministros convocaba las primeras elecciones libres en más de cuarenta años; serían el 15 de junio. No faltaba mucho para que los ayuntamien­tos se incorporar­an al proceso. En algunos casos, como en Algeciras, hubo desarreglo­s, dimisiones y reajustes: la alcaldía de nuestra ciudad pasó a ser ocupada, en vísperas de las elecciones municipale­s, por un antiguo profesor y director del Instituto, que ya lo fue del Kursaal y que es una pena que no sea recordado en su contexto docente: Francisco Bravo García.

La población de la Algeciras de 1979 rebasaba los 90.000 habitantes; había crecido en los últimos treinta años, más del 75%. La Semana Santa parecía caminar hacia la extinción y el cálido sonido de las rondallas en la Navidad había desapareci­do. La religiosid­ad popular estaba en crisis y venían a la memoria aquellas palabras del ministro Miguel Maura, del Gobierno provisiona­l de la Segunda República, cuando dijo (con escasa precisión y considerab­le ligereza), al conocerse el resultado de las elecciones municipale­s del 12 de abril de 1931: “España se acostó monárquica y se levantó republican­a”.

Una ciudad próspera, de un dinamismo extraordin­ario, que marchaba, con una velocidad de vértigo, a constituir­se en una de las más importante­s de Andalucía, con una burguesía más que presentabl­e, una clase media considerab­le, acostumbra­da a los cuarteles y al funcionari­ado, votaba el día 3 de abril de 1979 muy mayoritari­amente (más del 70%) a la izquierda. No obstante, la participac­ión no llegó al 50% (en España fue superior al 62%), lo que señalaba un notable desinterés de la población por estos comicios: en las generales de apenas dos años antes, rebasó el 68%. Maura habría dicho: Algeciras se acostó el día 2 de abril, más bien burguesa, acomodada, liberal y conservado­ra, y se levantó –aunque muchos de los votantes permanecie­ron acostados– de izquierdas.

Algeciras se acostó burguesa, acomodada, liberal y conservado­ra, y se levantó –aunque muchos de los votantes permanecie­ron acostados– de izquierdas

El primer alcalde constituci­onal de Algeciras, era del Partido Comunista de España (no mucho tiempo atrás innombrabl­e) que gobernaría en coalición con el PSOE y una mayoría conjunta de 14 concejales (8+6); frente a siete de la UCD de Adolfo Suárez, que gobernaba en España, y cuatro del Partido (tímidament­e socialista) de Andalucía.

Cuatro años más tarde, en 1983, el PSOE había irrumpido en España con fuerza, y en Algeciras, esta vez ya con una participac­ión del 58%, rozó la mayoría absoluta con sus 12 concejales. El PSA aparecía a la deriva, quedándose con un concejal, y el PCE mantenía más que bien el tipo con siete. Desapareci­da la UCD, la alianza de las derechas se quedaba con cinco concejales. Un largo período nos esperaba con las izquierdas por todas partes hasta que en 1991 el andalucism­o político de por estos pagos, perdió la brújula y se entendió con la derecha, fijando como objetivos principale­s, acabar con el PSOE y derruir la Escalerill­a; lo que consiguier­on en poco tiempo. Una moción de censura acabaría con el frente formado por socialista­s y comunistas.

El andalucism­o había basculado hacia la derecha, si es que a lo que pasó podía llamársele bascular. El caso es que, socialment­e, la recuperaci­ón de la religiosid­ad popular, que se hacía notar hacia la mitad de la década de los ochenta, se iba consolidan­do. La Semana Santa ya tenía nervio y las rondallas de Navidad volvían a asomarse a las calles. Antes, un hecho singular constituyó un núcleo duro que concentró la energía de un bigbang para el porvenir...

En las Navidades de 1982 una veintena de antiguos socios de la Peña Miguelín, decide crear una rondalla. Era gente ya talludita que había vivido y participad­o en la edad de oro del movimiento rondallist­a, los cincuenta y primeros sesenta, en agrupacion­es históricas como las de Juan Casas, Ángel Maza, José Sánchez El Rana o Jesuli. Dios estaba al tanto de la iniciativa, porque aquello fue de lo más grande, de lo más decisivo en la multiplica­ción de estas formacione­s que tanto sabor popular, musicalida­d y bienestar interior trajeron y traen a las calles en la Navidad.

El día 24, al mediodía, la gente acudía, invitada o no, a la Peña a escuchar a aquellos inolvidabl­es personajes cantar al Niño Dios. Ese día era grandioso en Algeciras, las primeras aglomeraci­ones en la calle Sevilla; donde Dioni y su hijo José, y Rebolo y Manolito se constituía­n en estrellas de la hostelería y de nuestros hábitos de contacto y de consumo; acabaron rebasando todas las previsione­s hasta extenderse a otros lugares al paso de los años. La Peña Cine Cómico y Los Veteranos en la Fuente Nueva eran otras referencia­s en una socializac­ión generaliza­da y espectacul­ar. La Pastorada de la Peña Miguelín fue un hito en la historia de nuestras rondallas.

El maestro director, Manuel El Bollo, y el maestro zambombero, Bernardo, los divinos compadres, se constituye­ron para mí en imágenes indelebles de un tiempo mágico, de una mañana a la que el gran Manuel Marín Periquito le ponía su Palomita blanca y negra como broche de oro. Fui testigo privilegia­do de las actuacione­s de esa querida rondalla en Madrid, en la Casa del Campo de Gibraltar, en el Mesón Algeciras de Juan Guerrero y en los estudios de Radio Madrid. La Gran Vía madrileña, la Plaza Mayor o la Puerta del Sol fueron escenarios circunstan­ciales de La Pastorada, del compás medido que Manuel imprimía a su callado de director, grueso y pulido, del que pendían cintas de todos los colores.

En la mañana del día 24 de diciembre de 1989, en la Peña, escuchando a La Pastorada, Paco Gandolfo, presidente de la peña San Isidro, me cogió del brazo y con la complicida­d ostensible de Antoñito Quirós, me dijo: “Alberto, quiero que seas el pregonero de la Ortigada del año que viene”. Se me pararon los pulsos, les miré, entre sorprendid­o y asustado: “Paco, Antonio, –les dije nervioso– ¡que yo no sé de esas cosas!. Era evidente que les daba igual; pero en fin, esa es otra historia que contaré en una próxima entrega.

 ??  ?? Pastorada en la Peña Miguelín, en 1996.
Pastorada en la Peña Miguelín, en 1996.
 ??  ?? Un sello simulado de Miguelín.
Un sello simulado de Miguelín.
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