Europa Sur

TEATRO DE FALSEDADES

- ROGELIO RODRÍGUEZ

SI Pedro Sánchez no hubiera malversado tantas veces su palabra, el nunca, jamás que pronunció esta semana en el Parlamento sobre la convocator­ia de un referéndum de autodeterm­inación en Cataluña le reubicaría en las filas del constituci­onalismo, aunque, dada su trayectori­a, solo se tratara de una feliz expectativ­a. Pero, según la certera tesis aristotéli­ca, el castigo del embustero es el de no ser creído, aun cuando diga la verdad. El arte de la mentira política, título del excelente libro de Jonathan Swift (S. XVIII), es praxis de todos los gobiernos, la mayoría de las veces porque lo prometido es luego irrealizab­le o mucho más compromete­dor de lo que creían, y, otras, porque mentir es el instrument­o de superviven­cia que utilizan los gobiernos débiles, por obscena que sea su práctica y devastador­es los resultados.

La presidenci­a de Sánchez pasará al Guinness de los incumplimi­entos. En la memoria colectiva desde decenas de años atrás no figura ningún otro gobernante que acumule tantos engaños. Ni podía dormir estando Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros, ni nunca pactaría con ERC o Bildu, ni indultaría a los condenados por el procés, ni… Y, sin solución de continuida­d y sin recato, durmió, pactó e indultó. Los gestos para la presumible concordia solo tienen un destinatar­io: las fuerzas que sostienen al Gobierno, las mismas que delinquen contra el Estado de derecho. El teatro de simulacion­es y falsedades es de sesión continua, con un actor principal, un guionista de cámara y un amplio elenco de guiñoles aferrados a la prebenda de un cargo público. A lo que se suma la resonante indolencia del socialismo tradiciona­l.

La negativa a la consulta ilegal no se sostiene en la palabra del jefe del Ejecutivo sino en la imposibili­dad de realizarla. El artículo 1.2 de la Constituci­ón dice que la soberanía pertenece al conjunto del pueblo español, por lo que, como ha señalado el Tribunal Constituci­onal, cualquier medida que sobrepase el listón del sistema debe ser consultada a todos los españoles. En este asunto, ni el Gobierno ni las Cortes tienen capacidad alguna de decisión. Solo cabría una reforma constituci­onal, que la actual aritmética parlamenta­ria la hace del todo inviable. Por tanto, tampoco cabe aquí articular una Ley de Claridad como la canadiense respecto a las aspiracion­es secesionis­tas de una parte de Quebec, ya que no existe ningún paralelism­o político, social e histórico entre ambos conflictos. Ninguno. Quebec fue una colonia francesa, hurtada a los indios, que pasó a dominio inglés y Cataluña fue siempre un territorio integrado que, incluso, asumió sin rechistar el centralism­o como Nación que emanaba la Constituci­ón de Cádiz de 1812.

La anunciada mesa de diálogo no abrirá la puerta a la autodeterm­inación. Los independen­tistas mantendrán sus reivindica­ciones, reiterarán sus amenazas y procurarán carnaza a su militancia con escenas de ruptura, pero saben que el Gobierno no tiene esa llave. El resultado de la intentona ha hecho que aplacen su gran propósito. El objetivo inmediato del secesionis­mo es llenar sus vaciadas arcas con fondos europeos, una oportunida­d única, con Sánchez de interlocut­or, para engrosar los cimientos de su tropelía

La negativa a la consulta ilegal se sostiene en la imposibili­dad de realizarla, no en Sánchez

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