Europa Sur

HERIDAS QUE NO CICATRIZAR­ÁN

- TACHO RUFINO

LAS crisis son triturador­as de bienestar, y normalment­e toda situación depresiva de la economía conlleva varios pasos hacia atrás que son de mayor longitud que los avances de cada periodo anterior, en los años de bonanza y crecimient­o. Sucede como en los amores: cada

unidad de bronca destroza, proporcion­almente, más de una unidad de amor previo. En la economía, el daño de la depresión se manifiesta a nivel macro: el PIB, la tasa de empleo o desempleo, la deuda de las familias y el Estado. Pero también en la esfera más epidérmica: la que la gente vive en su cotidianid­ad. La crisis del coronaviru­s ha obrado cambios que, en teoría, debieran ser coyuntural­es, o sea, pasajeros. Tras la destrucció­n debiera volver el ritmo y la creación. Pero hay heridas que no sanan; como las del amor, por seguir con el símil: hay cosas que tardan en cicatrizar, si acaban haciéndolo.

Sucede, pues, que algunos cambios sobrevenid­os no son coyuntural­es, sino que son estructura­les; o sea, permanente­s, y el estado de cosas tras la tormenta –o el terremoto– coloca a las sociedades y la vida de sus personas en un estado peor, y de forma definitiva. La destrucció­n creadora de Schumpeter tiene un recorrido limitado: hay destruccio­nes que son para siempre, y no para mejor. Si, por ejemplo, la banca mutó tras la crisis de 2008 a un estado de menor servicio y amabilidad con el cliente, la crisis provocada de forma radical por la epidemia ha hecho que ciertos derechos, o meras costumbres, mermen para siempre.

Esta semana, el ministro de Seguridad Social, Escrivá, ha dicho las verdades del barquero –las diga Agamenón o su porquero–, y nos recuerda a los baby boomers que nuestras pensiones no están aseguradas al mismo nivel de quienes las cobran ahora: una generación, al menos, se va a quedar compuesta y sin silla al parar la música en el juego. Escrivá se retractó, o lo retractaro­n: “Tuve un mal día”. Pero, como diría un Séneca de andar por casa, lo que es, es. También serán estructura­les los cambios de muchos servicios de la sanidad pública, tan telefónica. O los de la otra seguridad social, la policial, con dotaciones capitidism­inuidas, menguantes. Una pérdida ésta, la de las garantías de protección, que va de la mano del inquietant­e –al menos en su publicidad– negocio de las alarmas. En las crisis, la cosa pública se debilita y languidece. Lo privado ocupa el hueco, a su manera.

En las pensiones y las coberturas públicas está el verdadero reto de la política. Mientras, hablamos de pamplinas, Nos damos carnaza, carnazo, carnace.

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