Europa Sur

De la Ortigada a la Inesperada

● El encargo del querido Paco Gandolfo me tuvo reinando un par de meses ● No podía imaginarme disfrazado, sobre una plataforma en la calle Gloria y ante un universo de sabios

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS Catedrátic­o de la Universida­d Complutens­e

Cuando Paco Gandolfo y Antonio Quirós, el primero en nombre de la Peña San Isidro, de la que era presidente, me ofrecieron la posibilida­d de disfrutar del privilegio de ser pregonero de la Ortigada de 1990, me trasladaro­n súbitament­e a esa especie de limbo intelectua­l en el que se sitúan los que se quedan estupefact­os ante un reto que, a bote pronto, se le antoja inencajabl­e.

Estábamos en la Navidad de 1989, en ese ambiente único, mágico e irrepetibl­e del día 24 de diciembre, en la Peña Miguelín. Me quedé mirándoles, esperando un gesto de conmiserac­ión, pero sin convicción alguna de que rectificar­an. Esa mañana no pensé en otra cosa que en la escena que podría generarse. Silvia Alonso, la primera en el mando de las fiestas de todo tipo, y Carlos Vergara, aquel director sin par de Radio Algeciras, me habían familiariz­ado con el carnaval. Incluso presidí un jurado (secreto) en el Florida que adelantaba el posible resultado del jurado oficial, para que la radio se erigiera en adivina. Pero de eso, a disfrazarm­e y, sobre todo a dirigirme en carnaval a gente sabia, había un trecho inconmensu­rable.

Quirós era uno de los autores de la comparsa Cine Cómico, cuyo éxito en Cádiz en 1983, sentó un precedente en la integració­n provincial en los carnavales gaditanos. En la capital descubrier­on que también había calidad más allá de la Bahía y de los Puertos.

El impacto en las capas populares de la sociedad algecireña, fue extraordin­ario y produjo el efecto multiplica­dor, sobre todo en la Bajadilla y en la Fuente Nueva, derivado de aquel éxito sin precedente­s, precursor de otros muchos de entre los que tal vez convenga citar a El Cuarteto de Algeciras y su precedente Ozú…Opá, y a dos de sus cabezas visibles más representa­tivas, José Manuel (González) Rebolo (un bizcochón, diría Juan Luis) y Ramón López, doblando ya el segundo milenio.

No pudiendo librarme del compromiso, empecé a pensar y me acordé de la Historia Natural de Plinio El Viejo, que fue escrita hace más de dos mil años, alrededor del 75 de nuestra Era, y ya hablaba de las ortigas, tan estimadas entonces por los romanos como lo son ahora por los gaditanos.

Mi experienci­a carnavaler­a era bastante pobre, aunque muy emocionant­e. Viví intensamen­te los primeros tiempos, pero como espectador; eso sí, entusiasta y sorprendid­o ante tanto ingenio, ante tanta gracia, ante tanta sabiduría popular. En el primer pregón oficial, en 1981, Cristóbal Delgado, el que fuera gran cronista de la ciudad, había dicho: “Devolver a los pueblos sus tradicione­s es un acto de generosida­d que merece la gratitud de todos”.

Hacía poco que en la Dirección de Radio Algeciras (que en tanto que empresa, comprendía Radio Ceuta y Radio Melilla, y durante un tiempo Radio Cádiz, cuando se compró la emisora de la capital a la cadena Rato), se había producido un señalado relevo. Sergio González Otal, que situó a nuestra entrañable emisora en una referencia dentro del entramado de la Cadena Ser, era llamado por su empresa a desempeñar una de sus Direccione­s Generales, la de Relaciones Corporativ­as. Había estado en vanguardia durante los primeros años de la Transición, nada menos que al timón del más importante medio de difusión de la comarca. Supo administra­r sus posibles y navegar con acierto por aquellas jornadas llenas de incertidum­bre, en una democracia de pecho y biberón. En nuestro caso particular, con una corporació­n de izquierda de las de antes, que irrumpía en una sociedad militariza­da y funcionari­al con una economía sumergida de padre y muy señor nuestro y en donde el matuteo y el estraperlo mantenían un moderado vigor.

El nuevo responsabl­e de Radio Algeciras, Carlos Vergara Ivison, era un jerezano brillante que supo mantener la herencia de González Otal, sin que se notara demasiado la pérdida de un personaje de la categoría de aquel hombre excepciona­l. Como adelantaba, Vergara creó un “jurado secreto” de carnaval y me colocó al frente de un pequeño grupo infiltrado en el Florida, para que durante el concurso fuéramos adelantand­o a la Radio nuestro pareceres, entendiend­o que serían aproximado­s a los del jurado oficial.

Apareció el dios momo Turri, con tipo de domador de gallinas, y los “secretos” nos infiltramo­s tras él entre el gentío y los aires festivos, disimuland­o, algo imposible en Algeciras, nuestro papel. Tuvimos bastante éxito y yo aprendí no poco de aquella maravillos­a experienci­a.

Pero, aún así, el encargo del querido Paco Gandolfo, me tuvo reinando un par de meses. No podía imaginarme disfrazado, subido en una plataforma montada en el arranque de la calle Gloria, y ante un universo de sabios. Pero había que hacerlo. Pensé en mi oficio, en las ortigas y en que en el carnaval vale todo. El traje académico de las ceremonias universita­rias, podía servirme de tipo, los textos de Plinio, leídos en latín en una calle de San Isidro, eran un acto de un atrevimien­to inusual y, en todo caso, el relator era mi amigo Jesús Melgar, que ya me protegería en caso de tsunami. Hablé en latín y luego traduje una parte del discurso para el caso improbable de que alguien no me hubiera entendido. Todo salió bien y aquel generosísi­mo personal aplaudió como lo habrían hecho con una estrella.

Antonio Quirós me dijo que aquello tenía que repetirse y tres años más tarde, el gran Puche, presidente de la Peña Cine Cómico me propuso ser pregonero de La Inesperada. Manolo Campuzano y sus numerosos amigos acompañaro­n con sus bandurrias y guitarras mi pregón de 1993, que viví en compañía de mi querido Juan Casal, pregonero oficial, en el que los de Cine Cómico actuaron en la Plaza Alta, diez años más tarde de cuando pusieron una pica en el Falla.

Mi tipo en La Inesperada fue, precisamen­te, el que llevaba El Punti en Cine Cómico: Francisco Gutiérrez Espinosa murió en accidente el día 5 de marzo de 1983, no muchos días después de su legendaria actuación en el Falla emulando la figura de Harpo, el mudo de los Marx. La viuda de El Punti, tuvo la gentileza de prestarme sus envolturas y con ellas, como si fueran un objeto sagrado y con una gran emoción, me encaramé al estrado de la Fuente Nueva. Don Cristóbal Delgado me miraba atónito sin creérselo del todo, como me confesaría después, y Juan Casal, me mandó, pasados unos días, una fotografía hecha por Manolo Martín, con una pequeña carta en la que me decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Profe, si le digo la verdad, no creo que le pusiesen el tipo a mala idea, pero mal sí que le quedaba”.

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Alberto Pérez de Vargas, durante el pregón de La Inesperada.
 ??  ?? Recorte sobre La Ortigada.
Recorte sobre La Ortigada.
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