Un repetido fracaso de la comunidad internacional
Haití, el país más pobre de América y con una historia plagada de violencia y convulsión política, se ha convertido en un gran lunar para la comunidad internacional, que fracasó repetidamente en sus intentos de estabilización después de que las potencias extranjeras complicaran su progreso.
El asesinato del presidente Jovenel Moise vuelve a situar el foco sobre la nación caribeña tras unos años en los que el mundo casi parecía haber renunciado a buscar nuevas soluciones para un Estado que vive en permanente crisis.
“¿Por dónde se empiezan a corregir décadas de inestabilidad?”, se pregunta el experto Thomas Weiss, profesor del Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), que recuerda que, a pesar de haberle dedicado mucha atención, la comunidad internacional nunca “ha resuelto realmente ninguna de las cuestiones básicas” en Haití.
Primera colonia de Latinoamérica y el Caribe en independizarse (1804), Haití sufrió desde su nacimiento el acoso extranjero, empezando por la desorbitada deuda que le exigió Francia.
Hasta 1990 no tuvo a su primer presidente elegido democráticamente, Jean-Bertrand Aristide, pero no tardó en ser derrocado por un golpe militar, al que siguieron años de represión que llevaron a miles de personas a huir a EEUU.
Ahí arranca la era moderna de intervención internacional en Haití, cuando EEUU, con el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU, lideró el envío de una fuerza con más de 20.000 efectivos al país para reponer a Aristide y supervisar la vuelta a la democracia. El futuro de Haití quedó estrechamente ligado a la ONU, que permaneció sobre el terreno con sucesivas misiones de paz.
Un devastador terremoto en 2010 hundió nuevamente a Haití, dejando 300.000 muertos y 1,5 millones de afectados y, para colmo, las tropas de la ONU introdujeron un brote de cólera que terminó por causar al menos 10.000 muertes y que dejó por los suelos la imagen de la organización.