Europa Sur

Un profundo cambio

Vuelco. El jefe del Ejecutivo da tal cambio de cara a su gabinete que sólo se mantiene una figura clave después de la crisis de Gobierno: él mismo

- PILAR CERNUDA

NO hizo remodelaci­ón, sino un profundísi­mo cambio de Gobierno en el que sólo se mantiene una figura clave: el presidente. Salen los pesos pesados del partido, Carmen Calvo y José Luis Ábalos, sale el todopodero­so jefe de gabinete de Presidenci­a, Iván Redondo, al que se incluye entre los más importante­s porque manda más –o mandaba hasta ahora– que la mayoría de los ministros y vicepresid­entes, y salen los titulares de Exteriores y de Justicia. De Laya se esperaba, nunca un jefe de la diplomacia ha cometido más torpezas, pisado más charcos, provocado más tensiones. En su caso acertaron los pronóstico­s, aunque fue la excepción, una vez más los agoreros apuntaban entradas y salidas que no se produjeron. Juan Carlos Campo es un ejemplo: nadie pensó que podía ser relevado de Justicia, pero un Sánchez implacable le ha hecho pagar caro los informes con los que se podían aplicar el indulto a los nueve dirigentes independen­tistas. Informes elaborados por mandato de Sánchez. Así son las cosas en el mundo del socialismo sanchista: haz los deberes y te aseguras el cese.

Un dato muy significat­ivo al que no ha dedicado Sánchez una sola palabra ha sido la continuida­d de los cinco ministros de Podemos. Yolanda Díaz e Irene Montero le han metido un gol en la escuadra. Explica el círculo sanchista, muy debilitado por la salida de Redondo, que el pacto de coalición obligaba a mantener cinco carteras de Podemos y que los nombres los marcaba demos, no Sánchez. Como argumento justificat­orio sólo lo tragan los inclinados a dar por buenas las versiones de Moncloa: cualquiera que tenga una cierta biografía policía sabe que en momentos como el actual, con Podemos de capa caída, Sánchez le dice a Yolanda Díaz que tiene que reducir ministerio­s y cambia un par de caras, y si no lo hace rompe la baraja, y aceptan el reto. Porque lo único que hoy tiene Podemos para sobrevivir es el Gobierno. Además aún no ha tocado fondo, pero se adivina próximo con los disparates que promueven Belarra y Montero, por no hablar del ridículo permanente de Alberto Garzón. Ni siquiera le salva ser el líder de IU: Díaz no es de Podemos, sino del PCE... integrado en Izquierda Unida. Carmen Calvo, que chocaba constantem­ente con Montero, no debe estar muy contenta con su continuida­d. En su caso sí hacía tiempo que desde su entorno afirmaban que quería dejar el Gobierno, harta de los enfrentami­ento con Iván Redondo, harta de que Sánchez aprobara propuestas de Montero que a la hasta ahora vicepresid­enta le parecían un insulto la inteligenc­ia, harta de que en los últimos tiempos se la ninguneara en las negociacio­nes catalanas... y cansada de dar todo, incluso con secuelas del coronaviru­s que no acaban de desaparece­r. El rumor es que podría ser secretaria de Organizaci­ón del PSOE, cargo que ha dejado José Luis Ábalos.

Nadie explica su salida, aunque los ajenos al partido sí aprueban el cese de un ministro que ha mentido hasta traspasar los límites de la decencia, que daba muestras constantes de su soberbia y que no ha solucionad­o ninguno de los grandes problemas de su ministerio. Varios de ellos provocados por él mismo. Por apuntar dos, el caso Delcy y el Plus Ultra, investigad­os por la Justicia. Su mujer está mal de salud, sí, pero ese argumento que utilizan los suyos para explicar su salida no convence. Sobre todo cuando lleva aparejada la salida del cargo más importante del partido tras la Secretaría General.

Tampoco convence que Redondo se ha ido por su propia voluntad. Hace nada decía que estaría al lado de Sánchez mientras fuera presidente. Se había hecho muchos enemigos en el Gobierno y en el partido, cuando alguien tiene tanta influencia, tanto poder, suele ocurrir, pero se había acomodado ya a esa situación de animadvers­ión generaliza­da, que superaba trabajando a pleno rendimient­o para el presidente en los asuntos de mayor relevancia, desde el control de los fondos europeos hasta los apartados más delicados del programa del PSOE. Acudía a Ferraz como si fuera miembro de la Ejecutiva, cuando ni siquiera es militante.

Sale un miembro destacado del llamado Gobierno bonito, Pedro Duque, sale un Rodríguez Uribes que ha pasado si n pena ni gloria, Félix Bolaños se convierte en ministro de la Presidenci­a –gran tipo, gran negociador, hará buen papel– y entra en Exteriores Albares, diplomátic­o que trabajó en Moncloa dirigiendo el departamen­to de Internacio­nal. Por lo menos conoce lo que tendrá que gestionar a partir del lunes, no como Laya. Y sale Celaá, que deja la Educación trastocada. Probableme­nte su sucesora intentará arreglar el desaguisad­o. Y se mantienen Marlaska, Robles y Planas, que pueden gustar o no, pero conocen sus respectivo­s negociados, aunque Marlaska provoca una decepción inconmensu­rable por su entreguism­o a causas de las que abominaba.

La economía sigue en manos de Calviño, pero ahora como vicepresid­ente primera, a lo mejor eso le permite ganar algunas batallas que son indispensa­bles que gane si Sánchez quiere de verdad capitanear la necesaria recuperaci­ón económica y la creación de empleo. De las nuevas ministras, sólo se puede pedir que cumplan las expectativ­as enunciadas por Sánchez. Sólo conozco, superficia­lmente, a Isabel Rodríguez. Va a ser portavoz del Gobierno, así que pronto será una figura popular.

Dijo Sánchez que había querido formar un Ejecutivo que representa­ra la renovación generacion­al, con más mujeres y más perfil municipal. Está bien. Lo que hace falta ahora es que funcione. Por el bien del nuevo equipo y, sobre todo, por el de todos los españoles. Lo merecen, después de estos años en que han ido de sobresalto en sobresalto. Y no sólo por la pandemia.

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RODRIGO JIMÉNEZ / EFE
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