Europa Sur

Los escritos perdidos

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Como observó Lionel Trilling, “ningún hecho de la historia de la cultura soviética es tan significat­ivo como la carrera, o, mejor dicho, el fin de la carrera de Isaak Bábel”. Protegido desde sus inicios por Gorki, y también por la fama y la reputación literaria derivada del éxito internacio­nal de Ejército de caballería, el escritor estuvo a resguardo e incluso pudo viajar al extranjero como exponente de la literatura del nuevo régimen, pero no condescend­ió a apoyar acríticame­nte sus postulados y su desafecció­n no pasó desapercib­ida.

Creía en la Revolución, pero no se engañaba ni quería engañar y sobre todo no estaba dispuesto a transigir con la indignidad de sus portavoces. Fruto de esa tensión, pasó largas temporadas sin publicar obra nueva y ese silencio –con el humor que lo caracteriz­aba, Bábel se definió a sí mismo como “gran maestro” del género del silencio, en el mismo discurso del Primer Congreso de la Unión de Escritores Soviéticos, aquí reproducid­o, donde bromeaba sobre el “derecho a escribir mal”, felizmente prohibido por las autoridade­s, o defendía que el “estilo de la época bolcheviqu­e está en el coraje, en la contención”, en perfecta definición de su escritura llena de “fuego, pasión, fuerza y alegría”– no contribuyó a disipar las suspicacia­s. La ironía, la ambigüedad, resultan tanto más subversiva­s en las sociedades adocenadas y envilecida­s por el miedo. Contradici­endo su pretendido objetivism­o, el realismo socialista optaba por una retórica mostrenca que tenía por fuerza que irritar a quien siempre mostró desdén por la “manera pomposa”. La muerte de Gorki y el delirio criminal de la Gran Purga sellaron su destino. Ya antes de que lo detuvieran en 1939, rutinariam­ente acusado de ser un agente trotskista y de espiar para potencias extranjera­s, su suerte estaba echada. Tanto como el fusilamien­to de Bábel en plena madurez creadora, cuando sólo contaba cuarenta y cinco años, hay que lamentar la pérdida de los escritos de su última etapa, que no apareciero­n cuando su nombre fue rehabilita­do en los años del Deshielo y siguen a día de hoy en paradero desconocid­o.

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