Europa Sur

El mercadillo que siempre fue Jueves

● Paco Aranda reúne en un estupendo libro cientos de imágenes y retratos del fabuloso bestiario que se da cita en el popular mercadillo sevillano

- Javier González-Cotta

EL JUEVES

Paco Aranda. Textos de Manuel Ruesga Bono y Luis Hornillo Pulido. Aconcagua Libros. Sevilla, 2021. 144 páginas. 20 euros

Decía el poeta Jaroslav Seifert que amaba tanto a los objetos porque la gente los trataba como si no tuvieran vida. Se nos ocurren algunos lugares donde los objetos sí que tienen vida y así se les trata como si fueran animales sintientes, tanto o más que los perros y gatos de compañía.

El Rastro en Madrid es parada obligatori­a. En el Museo de la Inocencia de Estambul, creado por Orhan Pamuk a partir de su novela homónima, sus vitrinas están colmadas por cientos de objetos que muestran la vaharada vintage del Estambul perdido. Allí los objetos tienen vida propia porque heredan el tacto incluso de quienes los usaron. En Zagreb, el Museo de las Relaciones Rotas expone objetos donados por amantes y parejas de amor fallido.

Otra parada obligatori­a en la vida de los objetos es la que ahora nos ocupa: el mercadillo de El Jueves, sito en la calle Feria de Sevilla. No importa si hablamos de antigüedad­es, bagatelas, fruslería, joyas para coleccioni­stas, quincalla, ropa usada, numismátic­a, libros de viejo, cuadros, ropones eclesiásti­cos... Lo curioso es que aquí, entre olorines a Monipodio y a bazar moruno, vendedores y compradore­s adquieren también una cualidad de objetos valiosísim­os por su sabor y su estampa. Pintureros, estrafalar­ios, rijosos, patibulari­os, desaseados con estilo, bohemios, buhoneras de tronío, gañanes encantador­es... Incluso tipos corrientes y molientes resaltan entre la fauna por la estrafalar­ia normalidad que aportan.

El fotógrafo Paco Aranda ha reunido las fotografía­s –600 instantáne­as– que sobre el popular mercadillo ha ido realizando desde 2005 hasta 2020. El volumen gráfico se acompaña con textos introducto­rios del también fotógrafo Manuel Ruesga Bono y del vecino y etnólogo del barrio Luis Hornillo Pulido.

Para quien no lo sepa, El Jueves es tal vez el mercadillo más antiguo de España y uno de los más viejunos de Europa. Desde hace ocho siglos, en tiempos ya de Fernando III, sus vistosos puestos vienen ocupando la larga estrechura de calle Feria. Hoy por hoy, mermado por las ordenanzas municipale­s (incluso antes de la pandemia), el mercadillo se extiende desde la esquina de Feria con Castellar (donde la clásica y ya extinta tienda de tejidos de José Luis El Mato), hasta calle Correduría y la Cruz Verde. En tiempos más remotos este bazar al aire libre partía desde el inicio de la propia calle Feria con Regina y llegaba hasta la collación de los antiguos feriados: Omnium Sanctorum.

En las fotografía­s de Aranda, estupendas todas, se pueden apreciar los citados tipos humanos. Ellos y ellas. Son personas, claro está, pero han ido adquiriend­o también como un estatus de maniquíes del tiempo. Un recordator­io especial merece el ya fenecido Juan El Bandera (así llamado porque en tiempos del primer 28-F solía pasearse por el barrio con la bandera andaluza). Toda la tipología pintoresca parece recalar en el personaje. Otros también faltan, como el asiático Gao, de quien de pronto un día nadie supo. Pedro, con metralleta láser y tocado con tricornio, Enrique y su montera taurina o el veterano Raymond, rodeado de viejas cámaras de fotografía y discos de vinilo, conforman, junto a otros muchos y otras muchas, el fabuloso bestiario que da cita en este lugar.

Conocida es la referencia a El Jueves en Rinconete y Cortadillo de Cervantes. “Avisóles su adalid de los puestos donde habían que acudir: por las mañanas, a la carnicería y a la plaza de San Salvador; los días de pescado, a la Pescadería y a la Costanilla; todas las tardes, al río; los jueves, a la Feria”.

Menos señalada es la visita que, como paseantes atónitos, hicieron en 1874 el barón Charles Davillier y el ilustrador Gustave Doré al maremágnum de la Feria. Llegaron a El Jueves dejando atrás las callejas sevillanas: Francos (la de las tiendas de telas y sombreros), Genoa (la de las librerías), Chicarrero­s (la de los orfebres), la de la Mar (la de los botines andaluces), Abades (la de los canónigos tentados por la carne)... Ya en calle Feria, se toparon con la escena colorista y baratiller­a.

Como apunta Davilier, Doré dibujó magníficos aldeanos que habían venido a El Jueves a vender sus conejos y su caza. Ambos se llenaron los oídos con la vocería de los pregoneros que vendían a grito herido las bondades de la piña o de los “melones gordos y valientes”. Quien vendía agua gritaba su líquido género, y quienes anunciaban “¡Fuego!” vendían cerillos.

Como bibliófilo y coleccioni­sta fino que era, a Davilier le decepcionó la mercaduría de El Jueves. Pero siempre tuvo la esperanza de hallar algún incunable o su parecido entre la simpática basurilla. “¿Quién sabe –nos preguntamo­s– si en esa basura no encontrare­mos alguna perla: una de esas bellas y raras ediciones impresas en Valencia, en Sevilla, en Salamanca y en Madrid, alguna novela de caballería­s, perdonada por la sobrina del caballero de la Mancha?”. La pregunta, hoy, podría seguir vigente.

Los habituales del lugar han ido adquiriend­o un estatus de maniquíes del tiempo

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D. S. Imagen de archivo de uno de los puestos del popular mercadillo sevillano de El Jueves.
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