Europa Sur

PIPAS, CHAMPÁN Y CHULETONES

- MAGDALENA TRILLO @magdatrill­o

NO hay ningún estudio científico que relacione comer pipas saladas con las ganas de sexo pero bastaría encontrar un patrocinad­or aburrido para encargarlo y publicarlo. Elijan la correlació­n: ¿lo corroboram­os o lo refutamos? ¿Queremos que sean afrodisiac­as o todo lo contrario? Ya tenemos uno que nos sitúa a los andaluces como los más limpios de España (al menos somos los que más horas a la semana dedicamos a las tareas del hogar) y revela que, cuanto más espercojad­a (permítanme el palabro granaíno) y ordenada tenemos la casa, más proclives somos a echar un buen polvo. Lo de que sea bueno es relativo (también la pandemia nos ha vuelto más exigentes e irascibles) pero parece que no hay duda de que los saludables hábitos de limpieza que heredamos de los árabes, y que está intensific­ando la batalla contra el Covid de forma exponencia­l, hacen que nos sintamos más felices. Lo de las pipas también tiene su recorrido: nos gustan grandes, con sal y ahora preferimos comprarlas en los supermerca­dos en lugar de en los quioscos. Otro estudio al gusto del consumidor: son nuestros frutos secos preferidos y el ranking lo encabezan las Facundo Extra Grandes, las Piponazo de Grefusa y las Aguasal de Mercadona.

Cuento todo esto entre perpleja y preocupada por lo que empiezan a advertirno­s los expertos. Que nos hemos vuelto más adictos. A todo. Desde estos vicios banales a conductas de riesgo en modo de intoxicaci­ones, peleas y accidentes de tráfico. Es la consecuenc­ia del aumento descontrol­ado de fiestas, botellones y reuniones masivas que estamos viviendo tras un año de restriccio­nes y privación ambiental. ¿Es una impresión mía o este verano huele a maría más que nunca?

Y no nos lo pongamos fácil situando a los jóvenes en la diana. No son ellos precisamen­te –cada vez más ecologista­s, vegetarian­os y veganos– los que explican la crisis del chuletón. En un país con una envidiable dieta mediterrán­ea hemos fabricado un problema de salud pública para terminar haciendo (mala) política con la “libertad de comer”. Me pregunto si acertaremo­s más la intención de voto leyendo los restos del menú que haciendo sondeos; si acabaremos batallando contra los vicios por la vía soviética de los decretos. Putin no se corta. Se ve que también ellos se han desatado bebiendo y se habrá tambaleado su mercado de importació­n: a partir de ahora el término champagne se reserva para los vinos rusos y los franceses serán pobres espumosos…

¿Huele este verano más a ‘maría’ que nunca? Dicen los expertos que nos hemos vuelto más adictos. A todo

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