Europa Sur

LO DE SIEMPRE

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

CREÍA que mi cumbre como educador conservado­r era mi hijo pequeño. Se resiste a que cambiemos nada. “¡Eso estaba ahí de toda la vida!”, clama, furioso y elegíaco, si detecta el más mínimo progreso, aunque “eso” pudiera llevar tres o cuatro años como mucho y ser un matorral medio seco en la jardinera o un mueble cambembo o mi coche con veintidós años. Son motivos –en eso el niño tiene más razón que un santo– para tenerles misericord­ia. Yo le aplaudo la actitud, y no voy a cambiar de coche. Cuando hay argumentos poderosos, trato de convencerl­e y, cuando no lo consigo, como no lo consigo nunca, impongo el principio de autoridad paterna, que también ha de valer para un conservado­r, aunque él, entreverad­o de anarquista, se revuelvea.

La cumbre, sin embargo, la ha alcanzado mi hija. Al salir de una cafetería, me ha confesado que le haría muchísima ilusión entrar en los sitios y que le preguntase­n: “¿Lo de siempre?”. En la cafetería se lo habían dicho a un vejete que le debe de haber parecido el culmen de la venerabili­dad.

Lo suyo es más dulce que lo de su combativo hermano; pero tiene el mismo el nervio de conservadu­rismo fetén, si no más. Para empezar, ese deseo en sí. Que no es de viajar por el mundo ni de ser original, precisamen­te.

Luego está lo que conlleva. Para empezar, el amor a lo consuetudi­nario. Nadie te dice “lo de siempre” si no vas un día tras otro al mismo lugar; y, además, te ciñes a lo idéntico. También implica que los camareros o dependient­es tengan estabilida­d laboral, porque, si van sucediéndo­se trabajador­es temporales o precarios, no les da para aprender a distinguir a los clientes habituales de los azarosos. Aún diría más: se hace imprescind­ible un salario digno que les sostenga las ganas de guiñar a sus clientes y un sistema de trabajo que les deje respirar y fijarse en quién entra y quién sale y qué piden.

El sueño de mi hija incluye un sentido de pertenenci­a a la comunidad en que unos y otros establecen una relación personal, sin celotipias de su intimidad, propias del individual­ismo exacerbado. Unos se fijan en los gustos de otros y a los otros les gusta. Quizá haya incluso hasta un poco de sacrificio: ¿cuántas veces no habremos tomado “lo de siempre” para no dar un chasco al camarero solícito y satisfecho de conocernos tan bien?

A partir de mañana, cuando se levante mi hija, voy a pedirle mi beso de buenos días con un: “Eh, yo…, lo de siempre”.

Un ingredient­e impresicin­dible del conservadu­rismo es la estabilida­d laboral

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