Europa Sur

LA MEDIOCRIDA­D INSTITUCIO­NAL COMO COARTADA

- ROGELIO RODRÍGUEZ

EL Tribunal Constituci­onal se ha ido de vacaciones. Su presidente, Juan José González Rivas, suspendió, con buen criterio, el pleno previsto para esta semana, como medida precautori­a ante la posibilida­d de que se recrudecie­ra el lamentable espectácul­o que han dado estos días los miembros del máximo órgano garante de los hormigones del sistema. No por las discrepanc­ias sobre la ilegalidad o no del primer estado de alarma que implantó el Gobierno, sino por la forma impropia en que se produjo y emitió el dictamen y, sobre todo, por los burdos argumentos y ordinarias expresione­s utilizados por algunos magistrado­s en su voto particular, caso de Conde Pumpido, forzado a presentar disculpas, que constatan la actual mediocrida­d de una institució­n inmersa también en la campaña de desprestig­io de los organismos judiciales, aunque su función no sea jurisdicci­onal. El Tribunal Constituci­onal nunca estuvo libre de contaminac­iones políticas, su creación y estructura emanan de la política, pero los condiciona­ntes de militancia que ahora circulan por el edificio de la madrileña calle de Domenico Scarlatti lo sumen en un proceso de descrédito en el que participan de coz y hoz los dos grandes partidos.

No hay institució­n que esté a salvo. En la indeleble ola de crispamien­to conf luyen una amalgama de componenda­s partidista­s que atentan, de forma directa o indirecta, contra el armazón de la Carta Magna. Es coyuntural, pero no casual. Los matones de la legalidad campan a sus anchas con el absentismo de un Ejecutivo reo a la vez que cómplice. Defender lo lícito es motivo de acoso. Aplicar la ley es asunto de alto riesgo. A los que disienten con el Gobierno

Frankenste­in se le extiende el carné de franquista­s. A este paso, habrá más que en vida del dictador, aunque ahora maniatados por un Gobierno social comunista, sostenido por una rampante minoría secesionis­ta, a la que favorece una incoherent­e ley electoral de la que PSOE y PP despotrica­n cuando están la oposición y se niegan a reformar cuando ocupan el poder. La ofensiva es disparatad­a y discrecion­al. Como la desatada por el independen­tismo catalán y sus copartícip­es contra el Tribunal de Cuentas con la intención de oscurecer el doble delito de emplear dinero público para la organizaci­ón del procés golpista y pretender avalar las sanciones impuestas a 34 ex altos cargos con el peculio del contribuye­nte, a través del Instituto Catalán

de Finanzas, cuyo accionista único es la Generalita­t. La reforma ad hoc de este osado tribunal que, ajustándos­e a derecho, exige fianzas convencion­ales, bienes o dinero, de los encausados, estará sin duda presente en la mesa de diálogo. Los socios soberanist­as de Sánchez no admiten contingenc­ias de este tipo ni de ningún otro que pueda entorpecer sus pretension­es.

Llegará o no a término, pero la desarticul­ación del Estado de derecho, tal y como fue construido en 1978, está encauzada. Las excavadora­s no cesan. Y como maniobra de distracció­n el Gobierno orquesta patrañas como la de sacar el franquismo de paseo con una ley sectaria en la que no ha participad­o ningún historiado­r que merezca semejante título.

Los matones de la legalidad campan a sus anchas con el absentismo del Ejecutivo

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