Naomi Osaka, poderosa con la antorcha y a la luz del pebetero
La figura de Naomi Osaka creció dos palmos cuando avanzó con la antorcha olímpica en la mano y, con la misma firmeza con la que coloca su golpe de derechas junto a la línea, prendió el pebetero de los Juegos Olímpicos de Tokio, en el Estadio Nacional de la capital nipona. La tenista japonesa, número dos de la clasificación mundial, tuvo el honor de protagonizar el momento más inesperado de la ceremonia inaugural después de haber sido en las últimas siete semanas carne de titular por motivos más oscuros. Ganadora de cuatro torneos de Grand Slam, Osaka se plantó en mayo en Roland Garros y anunció que no daría ruedas de prensa. Aludió a cuestiones de salud mental, pero le llovieron palos de igual manera. El torneo la multó y ella optó por retirarse. Llegaron más palos y ciertas acusaciones de comportarse como una diva. Algunos deportistas de igual categoría que conocieron la depresión o la inestabilidad emocional, como Michael Phelps, se solidarizaron ella. También lo hizo Michelle Obama. Osaka renunció también a Wimbledon y se apartó de los focos hasta que reapareció dos semanas antes de los Juegos y escribió un comunicado que era un alegato: “No pasa nada por no estar bien”. Intentó así naturalizar los problemas mentales y la posibilidad de hablar de ellos sin eufemismos. Al hacerlo, podría haber salvado una vida, como comentó Phelps. En la inauguración de los Juegos, el encendido algo anodino del pebetero regaló todo el protagonismo a la portadora de la llama. Su presencia era una sorpresa, la sorpresa final.