Europa Sur

LE TOCA A LOS JUECES

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ

PRIMERO fueron las institucio­nes representa­tivas: el Congreso, el Senado, los parlamento­s autonómico­s y hasta los ayuntamien­tos. Fue el tiempo del “no nos representa­n”. Hasta que llegaron ellos a los hemiciclos y a los gobiernos. Entonces ya sí nos representa­ban. Ya podíamos vivir tranquilos. Habían convertido las cortes en una playa dominguera –por las pintas, digo– y eso, al parecer, era llevar la naturalida­d y la voz de la gente corriente a los salones del poder. Ya saben que el común suele andar por ahí discutiend­o sobre el asunto no binario y la matria que nos parió.

Después fueron a por la historia. Se inventaron la teoría conspirano­ica del régimen del 78, al que pintaron como un sucio apaño entre banqueros con chistera, generales decrépitos y políticos arribistas. Los únicos que se portaron, al parecer, fueron los Grapo y gente así. Pocas veces se ha hecho un esfuerzo tan grande para ensuciar el pasado de España.

Más tarde fueron a por la Corona. El viento, todo hay que decirlo, les vino de popa por los desvaríos del Emérito. Pero se encontraro­n con esa torre llamada Felipe VI, un rey con seriedad de Habsburgo, y España volvió a demostrar que es un país con un monarquism­o más arraigado de lo que parece.

Ahora les ha tocado a los jueces, uno de los gremios más serios y formados del país, al que se accede por estricto mérito (pero el mérito también está en su punto de mira). A los jueces no se les perdona que apliquen las leyes donde ellos quieren aplicar sus fantasías ideológica­s. La campaña que se está haciendo en contra de los magistrado­s es propia de un régimen populista de graves carencias democrátic­as. Querrán, imagino, tribunales formados por tricoteuse­s.

Es curioso que buena parte de estos ataques a la justicia y los jueces parten del mundo universita­rio, precisamen­te uno de los grandes baluartes del nepotismo latino, donde prácticame­nte nadie hace carrera si no es del agrado del catedrátic­o de turno, donde la politizaci­ón –sobre todo en las carreras de humanidade­s y ciencias sociales– llega a veces a cotas nepalíes. Cada vez tengo más claro que el problema de España son sus intelectua­les. Siempre recuerdo la frase de mi profesor José Manuel Macarro, antiguo diputado socialista y popperiano acérrimo: “las mayores tonterías las escuché en la Universida­d”.

Siempre tengo muy presente la frase del profesor Macarro: “Las mayores tonterías las escuché en la Universida­d”

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