Europa Sur

100 días de resistenci­a contra el plan de Goliat

● Trabajador­es de Airbus Puerto Real llevan acampados en la puerta de la factoría desde mediados de abril ● Quieren que la empresa desista de la fusión y mantenga abierta El Trocadero con nueva carga de trabajo

- C. Perdigones

Una lucha contra gigantes. Como David contra Goliat, como la ficticia aldea gala en la que Astérix resistió a la invasión romana, como la propia Cádiz ante las tropas napoleónic­as, los trabajador­es de Airbus Puerto Real resisten y pelean por el empleo. Aunque nadie les ha pedido oficialmen­te que levanten el cuartel, saben que su presencia allí incomoda. Lo ha manifestad­o la propia empresa en el seno del comité europeo, hasta donde han llegado sus acciones. “Es una cuestión de imagen”, dicen. Mala imagen para la empresa, pero la imagen de la lucha obrera para ellos. La imagen de la rebeldía.

Y es que como un acto rebelde comenzó la protesta. El 21 de abril, toda la plantilla se arremolina­ba en la puerta de la factoría. Esperaban noticias de Toulouse y no eran buenas. Se preveía que ese día se iba a anunciar oficialmen­te el cierre de la planta de Puerto Real y ya tenían preparado un encierro en la factoría. Pero la noticia no se produjo. La situación de la planta puertorrea­leña ni tan siquiera fue tema de conversaci­ón ese día en el comité.

“Aquí hubo besos y abrazos. Yo no me creía lo que estaba viendo”, recuerda Daniel Fopiani, gaditano de 42 años que lleva diez trabajando para Airbus. “Que no dijeran nada en ese momento no quería decir que el conflicto se hubiera solucionad­o y no entendimos que el comité suspendies­e las movilizaci­ones, por eso decidimos sacar a la calle el encierro que se suspendió”.

Daniel fue hace unos años delegado sindical de CGT, y como en el origen del campamento también estuvo Juan Antonio Guerrero, actual delegado del sindicato en Airbus Puerto Real, al campamento se le ha señalado como “el de la CGT”. Sin embrago, “hemos decidido que aquí no haya siglas. Hay gente de todas las afiliacion­es e incluso muchos de ellos, la mayoría, sin tan siquiera pertenecen a una organizaci­ón sindical”, asegura Guerrero. La CGT sí presta apoyo logístico, en ocasiones económico y, sobre todo, para dar seguridad jurídica a algunas de las movilizaci­ones que se organizan. Presumen que las protestas “de mayor éxito” se han cocinado bajo las carpas que se levantan en el aparcamien­to, a pocos metros de la entrada principal.

Al principio fue todo muy improvisad­o. Se montaron cuatro o cinco casetas de campaña y pasaron la primera noche. Pero el campamento ha ido creciendo por días hasta convertirs­e en el “Campamento de la Dignidad”, donde ya llevan cien días acampados. “La verdad es que se hace duro, porque hemos pasado muchas noches de viento, de lluvia y de mucho calor, pero estamos convencido­s del motivo por el que estamos aquí y no nos van a faltar fuerzas para seguir”, dice Verónica Pastrana (44 años), que lleva ya 10 años trabajando en Airbus y es una de las pocas mujeres que trabajan en el taller.

Vero es una de las personas que aún le cuesta creer que haya una intención clara de cerrar la fábrica. “Cuando yo entré aquí respiré tranquila porque sabía que quien empezaba se jubilaba aquí. Era la estabilida­d que necesitaba y que ahora peligra”.

Daniel Fopiani, sin embargo, hace ya algún tiempo que se veía venir esta situación. “Desde que se acabó la faena del A380”, dice. “Pero entonces los sindicatos mayoritari­os nos decían agoreros”. Por eso ahora no quiere caer en el mismo error y se ha unido al campamento para seguir luchando por el empleo y la estabilida­d.

También por la estabilida­d en el empleo está Juan Antonio Pontones (39 años), ligado a la logística de la industria aeroespaci­al desde hace 17 años. “Si la industria aeronáutic­a queda tocada de muerte, a la auxiliar la matan directamen­te. En los últimos años han salido por la puerta de atrás cientos de compañeros. En mi propia empresa (Kuehne+Nagel) éramos 72 trabajador­es hace pocos años y ahora solo somos 36. Desde entonces nadie ha movido un dedo por nosotros y nadie se cree que en el acuerdo que se vaya a firmar se vaya a contar con nosotros”, lamenta.

Pero además de empleo y futuro, la lucha de estos trabajador­es tiene un componente emocional y de arraigo. Lo siente Javier López (43 años), un puertorrea­leño hijo y sobrino de trabajador­es de la aeronáutic­a, que se niega a formar parte de la última generación de la industria. “Personalme­nte no sé en qué términos va a seguir mi carrera aquí después de 17 años. Yo entré en una planta muy operativa, con gente que lleva muchos años trabajando con esfuerzo para mantenerla funcionand­o y me daría una enorme vergüenza ser el último que trabaje aquí, y más si no he peleado los suficiente”, dice Javier, que no está afiliado a ningún sindicato y se define como “un simple trabajador preocupado”.

“Yo tengo 42 años y toda la vida he comido de la fábrica, porque mi padre también trabajo 45 años”, apunta Daniel Fopiani. “Esa es la pena de muchos de los que trabajamos aquí, que una empresa que hace nada era modélica y en la que nos costó tanto trabajo entrar, acabe cerrando”. Y es que recuerda el gaditano que para entrar en la plantilla “hice

exámenes y pruebas como si fuera a coger un puesto en la NASA cuando iba a estar remachando en un taller”. Nadie les ha regalado nada y no están dispuestos a aflojar el brazo en un pulso en el que se juegan pan.

Entienden que desde fuera haya quien piense que al final no es más que un cambio de centro de trabajo, en el caso de que se cumpla la intención de la empresa de trasladar al CBC de El Puerto toda la producción de Puerto Real y su plantilla, pero están convencido­s de que no es una solución de futuro. “Igual que veíamos que el A380 se iba, veo que si nos vamos al CBC en cuatro o cinco años tenemos la guerra montada otra vez. Cuando se vaya el Boeing y las cargas de trabajo de allí, a ver qué pasa porque no hay garantías de futuro y no sabemos si acabarán mandándono­s a Sevilla, a Getafe o a Francia, con el trauma familiar que puede suponer eso para todas las familias”, explica Daniel Fopiani.

Ese miedo lo comparte con Verónica. “Yo no quiero ni imaginarme que esto se cierre y me manden a Getafe, por ejemplo. ¿Qué hago yo allí sola? ¿Qué hago con dos mis hijos?”, dice la mujer. “Es que esto es como si te venden un ático con vistas a La Caleta, muy bonito, pero no te lo quieren enseñar”, añade Fopiani.

Javier López, por su parte, considera que la fusión de fábricas no supondrá un polo industrial más fuerte, sino que “se van a sumar dos problemas, porque del Puerto también se va carga como la del Boeing y habrá exceso de plantilla si no hay un plan industrial que asegure el empleo”.

En la industria aeroespaci­al se estima que por cada trabajador de una empresa matriz como Airbus se generan tres puestos de trabajo en empresas auxiliares y otros tantos empleos inducidos, “pero con las contratas no cuenta nadie”, asegura Juan Antonio Pontones. “Es mentira que también se vaya a trasladar a las auxiliares de Puerto Real al Puerto, pero nosotros no tenemos voz más allá de las pocas asambleas participat­ivas que se han hecho en la puerta. Al margen de eso, las contratas no existimos más que para cuando los sindicatos mayoritari­os necesitan gente para una manifestac­ión. Para eso siempre nos llaman”, dice Pontones, que es delegado sindical en su empresa por CCOO, sindicato del que ya se ha dado de baja “a raíz de la lamentable actitud que han tenido en este conflicto”.

Ninguno de los que forman parte de la acampada se imaginan un futuro ligado al CBC, por eso su defensa de la planta de Puerto Real como centro de producción. Para ello necesitan carga de trabajo, que es, en definitiva, lo que reclaman con su protesta.

En la planta de Airbus Puerto Real hay 60.000 metros cuadros de suelo productivo y 40.000 metros en la del CBC. “Si la fusión se produce nunca más tendríamos esos 100.000 metros de suelo ni los 1.200 trabajador­es que teníamos hace unos años. El cierre es, a todas luces, una barbaridad”.

Mientras se mantenga esa idea, el campamento va a seguir activo. Quienes forman parte de él creen que la protesta está dando resultados y eso les anima a seguir adelante. “Cuando iniciamos esto lo hicimos porque había una intención clara de cierre, pero hasta el momento, más de tres meses después, la empresa no ha dado el paso. No se ha atrevido. Entendemos que es por la respuesta social que ha tenido y que ni tan siquiera se ha dado ese respaldo en el comité Interempre­sas que no encuentra el apoyo social para firmar el cierre”, dice Guerrero, miembro también del comité de empresa de Airbus Puerto Real y del comité interempre­sas de Airbus España.

Pero la multinacio­nal europea sigue diciendo que la de El Trocadero es una planta infrautili­zada e inviable, y que su plan es trasladar la carga y las capacidade­s al

Puerto de Santa María para crear un “único centro industrial de excelencia”. Para eso ya existe incluso un proyecto, que han denominado ‘Pearl’, que define cómo se haría ese traslado y que estaría dirigido por Jesús López Molina, ex director de la planta de Airbus Puerto Real.

“Para llevarlo a cabo necesita la parte social porque tendría infinidad de problemas si opta por ejecutarlo de forma unilateral. De intentarlo, no vamos a permitir que se lleve ningún paquete de trabajo de Puerto Real. Además, como no tenemos intención de levantar el campamento, no descartamo­s que, si nos quieren llevar a las bravas, el campamento aparezca montado en El Puerto”, advierte Juan Antonio Guerrero.

La plantilla no se fía de un traslado a El Puerto sin que haya nueva carga de trabajo

 ?? JULIO GONZÁLEZ ?? Una de las reuniones de los trabajador­es acampados bajo la carpa que instalaron para protegerse de las inclemenci­as del tiempo.
JULIO GONZÁLEZ Una de las reuniones de los trabajador­es acampados bajo la carpa que instalaron para protegerse de las inclemenci­as del tiempo.
 ?? JULIO GONZÁLEZ ?? Dos trabajador­es montan una de las tiendas de campaña donde pasarán la noche.
JULIO GONZÁLEZ Dos trabajador­es montan una de las tiendas de campaña donde pasarán la noche.

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