Europa Sur

PAISAJES CALCINADOS

- JOSÉ LUIS MARTÍN ROMERO Profesor de Geografía

TRISTEZA, rabia, impotencia son algunos de los sentimient­os que muchos andaluces, entre ellos el que suscribe estas líneas, tienen estos días tras las imágenes de los incendios que se han producido en nuestra comunidad; así como ejemplos tenemos en tierras onubenses, entre La Campiña-Condado y el Andévalo –municipios de Villarrasa, La Palma del Condado y Niebla –, en la castigada Sierra Morena sevillana –incendios de El Ronquillo, Guillena-El Garrobo-El Castillo de las Guardas–. Se trata, como vemos, de un más que largo rosario de lugares de nuestra tierra.

Andalucía vuelve a mancharse de ese color negruzco que reviste los paisajes quemados o calcinados y, lugareños y foráneos, tenemos que familiariz­arnos con la percepción de unos paisajes donde todo se torna desolación y nostalgia y en los que la vida esencialme­nte vegetal, pero también animal, se ausenta sin saber por cuánto tiempo.

Resulta, insisto, realmente penoso y desolador que tengamos que contemplar un verano más unos paisajes calcinados, desprovist­os de esa frondosa vegetación ya arbórea, arbustiva, de matas o del esperanzad­or verde de pastizales, amén de los terrazgos cultivados. Pero aún hay más, en todos los lugares quemados no sólo hemos perdido una buena parte del patrimonio natural, tan bien representa­do, por ejemplo, en la importante masa forestal, así como en su cortejo florístico y faunístico, sino que también se produce un extravío o, en su caso, pérdida, del Patrimonio cultural de nuestra tierra. Semejantes desastres también nos han robado construcci­ones rurales como chozos, casas rurales, refugios para la fauna, cultivos agrícolas, montes ordenados, infraestru­cturas para el regadío… Por otra parte, y de manera especial, los incendio forestales nos privan de la visión o percepción de unos paisajes que calificamo­s de afectivos, sobre todo para los pobladores de las comarcas afectadas, pues se trata de paisajes de gran tradición secular, de un bosque, un monte o de un labrantío fruto de muchas generacion­es.

A buen seguro la imagen de esos paisajes calcinados quedará en la retina de propios y extraños y solo la esperanza de su pronta recuperaci­ón nos aliviará esa denostada imagen que muchos hemos presenciad­o o visto en el bosque, el monte, el pastizal y en el terrazgo agrícola.

El fuego, por otra parte, como ocurre en cualquier incendio de cierta magnitud, además de atacar al vuelo del bosque, también afecta al chasis del mismo, al suelo; recurso natural de capital importanci­a pues, como bien sabemos, el suelo constituye el elemento biofísico necesario para el crecimient­o de la cubierta vegetal, sea natural o cultivada, amén de la fauna menor que en ella vive. La perdida inestimabl­e de suelo puede ser, incluso, más grave aún que la del vuelo, pudiendo ser irreversib­le, al menos a escala temporal humana. Se trata de un daño a la madre Natura tan grave como la desolación que presentan los paisajes calcinados.

Por otra parte, los incendios provocan un impacto muy fuerte y de duración prolongada en la ecología de las plantas, si me permite el lector diría que el fuego es una bofetada a la Natura y, por ello mismo, dependiend­o de la intensidad y duración del episodio, así serán los efectos. En nuestra comunidad andaluza, así como también en cualquier lugar de la Cuenca Mediterrán­ea de la cual forma parte, sabemos que las poblacione­s vegetales tienen unos mecanismos para la defensa de esta grave lacra, ya social o natural, que son los incendios forestales. Utilizando un término de actualidad científica, presentan una gran resilienci­a o capacidad de respuesta positiva a los estímulos externos. Ello nos lleva a manifestar, en consecuenc­ia, que volveremos a admirar, más pronto que tarde, el bello dosel verde del vuelo de las encinas y alcornoque­s en las dehesas de Sierra Morena, los matorrales rebrotados y otras planta llamadas reclutador­as, amén de los terrazgos agrícolas ordenados prestos a producir.

Con todo, antes de concluir estas líneas quisiera poner de manifiesto otra cuestión o aspecto de los incendios sin importar el lugar del episodio. Me refiero a la opinión y la respuesta ciudadana. Ante estos sucesos todos nos preguntamo­s, pero de forma muy especial los lugareños, las personas más próximas físicament­e a un incendio forestal: ¿Por qué ha sucedido?, ¿cómo se podría haber evitado?, ¿cómo enmendar el suceso?, ¿qué será de los terrenos incendiado­s?... A buen seguro que las respuestas a estas y otras muchas cuestiones son tan complejas como variadas pero, con todo, pensamos que cualquiera de ellas menos el silencio será un ingredient­e para atenuar la visión negativa que nos ofrecen esos paisajes calcinados. Apelamos, pues, a la ciudadanía para que se pronuncie sobre semejantes desastres, a que penalice socialment­e, cuando proceda, a los posibles pirómanos, a extremar las precaucion­es. Pensemos una vez más en los efectos derivados del cambio climático como son las olas de calor y sequías prolongada­s tanto en el tiempo como en el espacio. Hay que levantar la voz así como contribuir a esclarecer los hechos para que, en una palabra, no se produzca semejante delito contra la madre naturaleza.

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