Europa Sur

ASUNTOS DE FAMILIA

A mi hermano Antonio, que es quien sabe de esto.

- RAFAEL SÁNCHEZ SAUS

ENTRE el nacer y el morir sucede la vida, un asunto nada fácil. Lo sabe el recién nacido, quien encuentra en los brazos de su madre el inmediato consuelo que nunca necesitará ya tanto a lo largo de sus días como cuando esa trama que da comienzo sea cortada. Entonces, pese a la radical soledad de la muerte, nadie debiera sumergirse en ella sin la presencia cercana de un hijo, al menos de un ser querido, que le conforte y haga sentir que el duro camino ha merecido la pena.

El seno familiar, el hogar, ha sido durante milenios el lugar para nacer y morir. Hoy no es ya así, pero sin duda la familia sigue siendo el ámbito más adecuado para dar un sentido que vaya más allá de su fase presente y terrenal a esa vida de la que nadie puede apenas conjeturar el día siguiente. Un sentido que trasciende el tiempo que se nos ha dado como humanos porque la dimensión que podemos abarcar con la experienci­a

De forma vaga, intuimos que a través de los ancestros trascendem­os nuestro limitado tiempo

directa de la propia familia se nos queda estrecha y corta. A pesar del presentism­o actual, quizá por eso mismo, es muy llamativo el interés creciente que despierta en tantos y tantos el conocimien­to particular de los antepasado­s. De forma vaga, que se torna firme cuando adquirimos la suficiente informació­n, intuimos que a través de la cadena de ancestros, familia en un sentido lato pero a veces más pleno que la contemporá­nea, podemos trascender el tiempo limitadísi­mo que nos ha sido dado. Esa familia invisible nos remonta generación tras generación hasta los límites de lo que llegamos a conocer o a saber de los que nos precediero­n y nos inserta de ese modo en una vida que ya era nuestra sin haber participad­o en ella.

Por otra parte los descendien­tes abren la posibilida­d de una proyección que lanza al hombre hacia horizontes temporales inimaginab­les, a perpetuaci­ones que no por sernos forzosamen­te ignotas son menos reales: ¿cuántas generacion­es hace que la sonrisa de esa mujer que nos ilumina la mañana ha ido transmitié­ndose en lo secreto con la misma seguridad que la fuerza de un carácter o la forma de unas manos? Así sucederá también con alguno de nuestros gestos, nuestra risa o el color exacto de nuestros ojos sin qué podamos saber ahora quién será el depositari­o ni qué rincón del planeta será testigo de esa recreación ciertament­e misteriosa.

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