Europa Sur

India Martínez, un concierto con el alma a flor de piel

La cordobesa se gana al público de Tío Pepe Festival con cercanía y entrega

- Nicolás Montoya / JEREZ

INDIA MARTÍNEZ. TÍO PEPE FESTIVAL Jardines Bodega Las Copas. 3 de agosto de 2021.

La fuerza de la naturaleza y la poesía serena pueden coexistir. Las ganas de tener un sello propio y el compás en la sangre hacen el resto. De esta forma se puede definir las dos horas de concierto de una India Martínez en el esplendor de su carrera. La cuidada sucesión de propuestas musicales lleva a crear un ambiente intimista, lleno de guiños a la tierra jerezana, y a unas gentes, las de Jerez, que fueron piropeadas en más de una ocasión como parte de las musas que se hicieron presentes en la noche del martes pasado. Un concierto muy cercano a la tierra del Tío Pepe, con la presencia de gente de la familia Carpio y los Vargas entre sus palmeras y el coro, un recuerdo a Fernando Pantoja con palabras sinceras y, a la vez, emocionada­s y, para colmo, con un dúo sublime con María Terremoto, que subió al escenario invitada para compartir sentimient­os y que junto a India subieron al olimpo de las voces del compás con quejío.

Atrás quedan años de búsqueda de identidad, de vaivenes más o menos acertados, de apuestas comerciale­s para abrirse paso o de inventos más o menos arriesgado­s. Cuando la caja torácica funciona, las cuerdas vocales se cuidan y la cabeza se tiene en su sitio, no hay más remedio que obtener resultados saludables. Porque tras los efectos de una pandemia, la salud de hierro es la que permanece impasible ante el ataque de los virus digitaliza­dos de la música enlatada. India, parece inmunizada a todo y las defensas de su cuerpo hacen el resto para ser un organismo vivo encima de un escenario. Una forma de entender la música muy vital, una cantante que derrocha energía en todos sus trabajos, pero más en éste que ha presentado en Jerez, a pleno pulmón, bajo el auspicio de las palmeras de su Córdoba natal, pero sin que faltaran pinceladas de sus temas de siempre, donde la dulzura de una tesitura armónica sigue siendo su carta de presentaci­ón, en volandas de una garganta que hace que las notas siempre acaben levantando el vuelo de terciopelo de su tierra andaluza. En cada canción, se puede sentir el amanecer de cualquier playa andaluza, se hace un viaje con los sentidos en el que se llega a vibrar con cualquier atardecer cercano, con sus olores y sabores caracterís­ticos a aceite de oliva y a sal de las marismas.

La formación musical le rebosa cada vez que entona y la elegancia sobre el escenario hace que el directo sea de mayor calidad de lo esperado. La fuerza de la mirada, la del cuerpo retorciénd­ose de energía y la de las manos abanicando su mundo son su carta de presentaci­ón continua. Una artista de la canción y una pintora de las sensacione­s, que a modo de poetisa es capaz de poner los vellos de punta cuando alcanza los agudos, hace cambios de tonos necesarios y los mantiene sin esfuerzo haciendo que las modulacion­es siempre estén por encima de los ritmos fuertes de las percusione­s y las notas musicales, aprovechán­dose muy bien de los acordes dominantes.

La vivacidad de su apuesta canora se resalta en muchos momentos. El registro de la voz de India

es tan peculiar que, por conocido, no deja de asombrar, gracias, por supuesto, a una interpreta­ción vocal muy acertada y al apoyo en todo momento de sus artistas que le acompañan. A destacar el tempo creado por un Antonio Bejarano inconmensu­rable, que la lleva, al piano, por donde ella se siente cómoda y el compás de los recursos de los instrument­os como el cajón que hacen que, en todo momento, se mantenga la correlació­n entre los grados y las notas de la escala que le favorece a ella. La puesta en escena muy contenida, sin grandes artificios, muy centraliza­da en los efectos lumínicos de decenas de focos, con contrastes cenitales y direcciona­les que llenan de sobra el escenario sin molestar en ningún momento.

El concierto empieza con expectació­n. El público, desde un principio está entregado. Ella aparece con su pelo azabache recogido, de negro y plata, con chaquetill­a torera y abriendo el concierto con la famosa canción de la Saeta que tan sutilmente ha personaliz­ado, con unos arreglos hechos a su medida, con el escenario repletos de focos de un rojo sangre que acerca la vida y la muerte hasta tal punto que es imposible sustraerse a una forma trágica y muy meditada de captar la atención para empezar a crear sobre las tablas.

En la segunda rumba consigue tener el beneplácit­o del público y ya le pide que la acompañe en los estribillo­s. A la tercera, va la vencida, India es dueña de la situación y nadie es ajeno al recital de ganas que se le ve en sus ojos y se le siente en su garganta. Jerez, en un momento dado, la convence de gitanear por bulerías. Ahí, es cuando, además de empezar a sentirse cómoda, se revira de sus ancestros y, sentada en un cajón, alcanza la gloria con una soleá llena de soniquete de la verdad verdadera de una voz que pudo ser la mejor voz del f lamenco en mayúsculas.

Con pequeños descansos para conectar con el público, acierta dando importanci­a a los momentos que se están viviendo en directo. Momentos que alcanzan el valor del significad­o más auténtico durante toda la noche. Los recuerdos de su dúo con Marc Anthony o el momento especial de invitar a subir al escenario a una adolescent­e fan, de nombre Alma, llevan el concierto hacia la intimidad del alma que atesora y de las vivencias más intensas de una artista nacida para abrirse con sus canciones. Una intimidad repleta de sinceridad porque tanto artista como público llegan a crear ese ambiente que se debe sentir cuando alguien se olvida de respirar con un beso bajo el agua como ella afirma.

El momento ramito de violetas, con el escenario plagado de tonos violáceos, con India recostada sobre el piano del maestro Bejarano, hace que todo el mundo cancele sus enojos y abriendo sus ojos como platos, puedan degustar un directo digno de los mejores festivales. Son tales las ganas, que, a modo de trance emocional, ofrece algunos momentos a capela, en los que es capaz de llenar el cielo de los jardines del festival de la ternura desgarrado­ra de sus cuerdas vocales consiguien­do remover conciencia­s y poner los vellos de punta sin piedad.

El engranaje técnico funciona a las mil maravillas. El sonido, uno de los mejores elementos de este festival. El escenario amplio, con dos grandes pantallas de apoyo en directo. La accesibili­dad conseguida. La apuesta de la organizaci­ón por el cambio de ubicación, funciona, es más cómoda y, lo más interesant­e, tiene múltiples posibilida­des de espacio y de puesta en escena para el futuro. El ambiente entre bastidores, de fiesta veraniega entre botas de vino y soleras. Y en una noche de agosto, India Martínez, y no sabemos cómo lo hace, es capaz, a la vez, de acariciar las estrellas y pisar con pié firme el patio de butacas, sentando cátedra en la cuna del flamenco con romanticis­mo y con compás. El impulso de bajar para cantar junto al público es una muestra más de la enorme seguridad en ella misma. De saber lo que se trae entre manos y, sobre todo, de expresar a las mil maravillas lo que quiere contar de sus anhelos en forma de canciones. Los bises, después de muchas horas, todavía se oyen en muchos tímpanos de los presentes, porque, lo que eran ganas de dejar de cantar no habían muchas.

Una artista de la canción y una pintora de las sensacione­s, capaz de poner los vellos de punta

 ?? VANESA LOBO ?? Un momento del concierto de India Martínez, el pasado martes, en Las Copas.
VANESA LOBO Un momento del concierto de India Martínez, el pasado martes, en Las Copas.

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