Europa Sur

Sandra corta el aire del Budokan

● La karateca española protagoniz­a una final prácticame­nte perfecta para imponerse a Kiyou Shimizu en su propio feudo

- Natalia Arriaga (Efe)

La karateca española Sandra Sánchez cortó ayer el aire del Nippon Budokan con un kata perfecto, un Chatanyara Kushanku que le dio la medalla de oro de los Juegos de Tokio, la primera de la recién nacida historia olímpica de este deporte.

Sánchez se impuso en la final a la japonesa Kiyou Shimizu por 28,06 puntos a 27,88, en una repetición de la final del último Campeonato del Mundo, en Madrid en 2018, en la que igualmente venció la española.

Las dos medallas de bronce las ganaron la italiana Viviana Bottaro y la hongkonesa Lau Mo Sheung Grace.

Los 153 centímetro­s de Sánchez inundaron de fuerza el escenario mítico del Budokan. Una karateca de Talavera de la Reina triunfó en el país en el que nació el kárate y ante una rival local que se mostró más peligrosa que nunca.

La final redondeó una jornada perfecta para el kárate, en la que las dos competidor­as de tantos años, que se admiran mutuamente, marcharon de la mano hacia el podio, separadas por escasas décimas.

Kururunfa, Suparinpei y Papuren fueron los tres katas presentado­s por la talaverana en las rondas iniciales. Con los dos primeros entró en la lucha por las medallas; con el tercero se aseguró la final.

Pero Shimizu, que avanzó por el cuadro con idéntica superiorid­ad, logró mejor puntuación en la ronda preliminar (27,70 frente a 27,43) e igualó a puntos (27,86) en el kata de la ronda de ranking, para decidir los cruces por las medallas.

El oro y la plata estaban en un puño. Un enfrentami­ento que se ha repetido decenas de veces en campeonato­s del mundo y europeos o en la liga mundial se produjo por fin al abrigo de los cinco aros.

Las dos se guardaban en el bolsillo su mejor kata: Chatanyara Kushanku.

Compitió primero la española, una mujer que irradia energía positiva y que sólo pierde la sonrisa cuando se planta ante el rival imaginario con el que lucha en cada kata.

“¡Vamos, Sandra, que es tu día!”, gritaron desde la grada octogonal del Nippon Budokan, que guardó un silencio absoluto. En el santuario de las artes marciales donde una vez tocaron los Beatles sólo se escuchó el sonido amenazante de la respiració­n de Sánchez, de los pliegues de su karategui, de sus patadas contra el suelo y de sus gritos de combate.

Shimizu, de espaldas al tatami, no quiso ver la actuación de su oponente. Cuando le llegó su turno estuvo igualmente rápida, precisa de movimiento­s, con un estilo más agresivo, más a lo Sandra que en las temporadas pasadas.

Ambas acabaron empapadas en sudor, sin dejarse nada en busca del oro. La juez encargada de anunciar el resultado se demoró unos segundos interminab­les antes de señalar con la mano a su derecha, donde esperaba el veredicto la española.

Fueron 28,06 puntos: 19,60 en técnica y 8,46 en ejecución física. Para Shimizu fueron 27,88: también 19,60 en la técnica, pero 8,28 en la parte atlética. Las maratonian­as sesiones de Sandra en el gimnasio del CAR de Madrid salieron a relucir en el momento más oportuno.

El gran éxito de la carrera de Sánchez le llegó en la jornada de su quinto aniversari­o de boda con Jesús del Moral, selecciona­dor nacional.

Su entrenador, pareja y cómplice fue el primero a quien se dirigió la nueva campeona olímpica. Se saludaron como sensei y alumna, con una inclinació­n. Pero tardaron pocos segundos en olvidar los formalismo­s para abrazarse y llorar juntos.

Sandra Sánchez, a un mes de cumplir los 40 años, no llegó a la selección nacional hasta los 31. Su entrada en la élite coincidió con su alianza deportiva con Del Moral, que en un principio se resistió a entrenarla porque no pensaba que tuviera opciones de llegar a lo más alto.

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HEDAYATULL­AH AMID / EFE Sandra Sánchez, con la mirada de extrema concentrac­ión durante la final de kata de kárate.
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