Europa Sur

JUANMA MORENO Y LA BOBA NÚMERO 15

- ANTONIO MÉNDEZ

AEsopo debieron darle político por liebre para su fábula más conocida. Rodilla en tierra, bermudas y polo verde. Juanma Moreno insuflaba ánimos institucio­nales hace unos días a la boba número 15. Algo talludita para la dificultad de la empresa: recorrer unos metros hacia la orilla. Ni la maraña de las 92 agencias y fundacione­s públicas para proseguir la carga contra la Administra­ción en los tiempos del PSOE. No hay nada más rentable que un discurso oficial antes de las vacaciones en defensa de las tortugas. Cinco minutos recogidos por la página oficial de la Junta. Con la consejera de Medio Ambiente y la alcaldesa de Fuengirola en el equipo de avezados naturalist­as. Sólo faltaron los cepillos para que, además del aliento, le limpiaran de obstáculos la arena por la que se deslizaban los pequeños galápagos en busca de la primera ola para regresar al mar . Un curling playero andaluz.

Hace un año, una tortuga boba desovó en la playa de los Boliches en Fuengirola. Los voluntario­s protegiero­n los huevos. Y se los llevaron hasta Cabopino en Marbella. Para que nacieran con menos presión ambiental en septiembre. Los 30 necesitaro­n para su crianza de la ayuda de especialis­tas de Algeciras, Doñana y Sevilla. Hasta que el presidente andaluz, que para eso es el ejecutivo, puso en suerte a 15 de ellos en su Boliches natal, el de las tortugas. Aunque legalmente las bobas rompieron el cascarón en Marbella. Menos mal que en los dos municipios gobierna el PP porque en caso contrario se habría producido un serio conflicto territoria­l. En la próxima suelta del resto de la camada ya se introducir­á la vigilancia por satélite. Veremos si la tecnología se traduce en un incremento en la comitiva de despedida.

La afición de los políticos por las tortugas no es una seña de identidad del Gobierno del cambio. Sólo hay que rastrear las hemeroteca­s. Estos quelonios suelen recalar con graves heridas en las costas andaluzas. Los centros de recuperaci­ón de especies marinas los curan durante meses. Y después los dirigentes de las institucio­nes que financian los salvamento­s intentan sacarle rédito a la inversión con sus fotos. La de los políticos junto al animalito de turno. Las únicas caras bobas que se ven en este tipo de operacione­s no suelen ser las de las tortugas. En 2013 se marcó un hito. A un barco se subieron en Málaga hasta ocho representa­ntes de la Diputación, Ayuntamien­to, Parlamento, Junta para una tortuga. Ni Esopo ni un refrán popular. Pero no había suficiente caparazón para ponerle tanta mano encima.

No hay nada más rentable que un discurso institucio­nal en defensa de las tortugas antes de tomarse las vacaciones

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