Europa Sur

POR MAR Y TIERRA

- PAOLA TOBALINA

EL sábado 23 de enero de 2010 escribí mi primer artículo en el histórico rincón de este periódico: El mástil. Desde entonces, semana tras semana fui oteando, con ganas de nuevas conquistas, el horizonte desde el palo mayor buscando intransita­dos rumbos, nuevas corrientes, con el firme propósito de mantener las velas del compromiso y la libertad bien izadas. Surqué mares en los que aprendí a desprender­me de lo superfluo, de lo innecesari­o, de lo ya sabido. He anotado en el cuaderno de bitácora todos los aprendizaj­es que otros navegantes me enseñaron sin mancillar la personal bandera de mi nave hasta que el viaje llegó a su fin. Después de muchos amaneceres y muchos ocasos, después de muchos naufragios en los que aprendí que nada me pertenece, solo el amor si lo cultivo, después de muchas tentacione­s que superé atada al palo de la nave como Ulises para capotear los cantos de sirenas… divisé la costa que me advirtió que la travesía se acababa y que tocaba poner los pies en tierra firme, recoger las velas, abandonar el inolvidabl­e aroma de la brisa marina

Es imposible dejar atrás la memoria de mi hermano José Luis que me acompaña en este título

e hincar la bandera en la nueva tierra conquistad­a.

Cambié de elemento, de estancia, que no de casa; dejé el agua para tocar la tierra y seguir ofreciéndo­te lo que me ilusiona hacer: crear con las palabras, aprender de sus innumerabl­es combinacio­nes, construir con el lenguaje pasajes que estén a la altura de tus expectativ­as, mi fiel y querido lector, ya que sin ti nada tendría sentido. Me curtí a base de concisión, pero fue que el espacio se agrandó sintiendo en un principio el abismo bajo mis pies. Y fue así como nació este territorio que desde hace ya ocho años llevo compartien­do contigo: Tierra de palabras.

Es imposible dejar atrás la memoria de mi hermano José Luis que me acompaña en este título; él fue su inventor, el que le dio vida usándolo para un blog inacabado, sin tiempo suficiente para desgastar y exprimir su sentido. Su estela me ofreció la nave, me acompañó en cada milla del trayecto; cada noche su estrella me orientó en la inmensa oscuridad y supo llevarme sana y salva a tierra firme, curtida, madura y segura.

Después de todo este tiempo de aprendizaj­e, no olvido cuál era y es mi misión: seguir hablando de ti y hablando de mí, porque todos somos uno en esta tierra que, aunque tenga poco de prometida, intento que tenga mucho de verdad en sus palabras.

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