Europa Sur

VIDA INTERIOR

- BRAULIO ORTIZ

INTENTO no revelar demasiado mis gustos personales cuando entrevisto a alguien, por eso de que mantener cierta distancia se nos antoja una actitud más profesiona­l, pero en algunas ocasiones no puedo evitar admitirle al entrevista­do la alegría que me provoca conversar con él. Recuerdo que aquello me ocurrió, por ejemplo, con el cineasta y narrador Gonzalo Suárez, una vez que él vino a promociona­r una novela, Con el cielo a cuestas, yyo perdí un poco los papeles en un momento fan. Al terminar la charla le confesé cómo había incorporad­o a mi historia, y había repetido a lo largo de estas décadas igual que un mantra, un pequeño monólogo que se marca Carmen Maura en su película La reina anónima: “No soy tan inocente como creéis. Yo soy algo que nadie conoce, que nadie imagina, tengo otra vida que nadie ve. Y nadie podrá juzgar... mi vida interior”, decía ella. Aquel día le hablé a Gonzalo Suárez de los extraños fenómenos que suceden en un cine: le expliqué cómo en aquella sesión el adolescent­e que yo era por entonces sintió que le definía el personaje de un ama de casa que se rebelaba contra su existencia aparenteme­nte anodina. Sí, ese chaval, supongo que todos, somos así exactament­e: algo que nadie conoce, que nadie imagina.

Maura representa en ese filme a los inadaptado­s que siempre tenemos la cabeza en las nubes, los que funcionamo­s de puertas adentro, en nuestra fantasía, los que podemos estar paseando por una calle cualquiera, una calle ruidosa y aburrida, y en el pensamient­o atravesamo­s un jardín, una playa, una naturaleza exuberante y dichosa. Siempre creí que este enredarse en mundos irreales era algo parecido a una tara, una incapacida­d para centrarse en las nociones importante­s, una debilidad absurda y poco productiva, y de hecho nos advirtiero­n de que, como a la lechera, se nos rompería el cántaro si dejábamos volar nuestra inventiva, pero con el tiempo comprendo que esta propensión a distraerse, esta vida interior ,no han sido sino un regalo. Ese territorio íntimo e infranquea­ble que no responde a la lógica y donde casi todo resulta posible: ahí, por ejemplo, a veces hablo con mis muertos, los que se han ido, y una rara calidez me recorre entonces el cuerpo. O, si ando escribiend­o una novela, convivo con sus protagonis­tas, amigos imaginario­s que siento como reales. Qué tonto fui al creer que era un fallo del sistema esta tendencia a la abstracció­n. Ahora que la realidad se presenta tan desapacibl­e, tan bronca, me alegro de haber levantado este refugio. No presten tanta atención al entorno, no vale la pena. Mírense dentro, que igual dan ahí con la felicidad.

Nos advirtiero­n de que se nos rompería el cántaro, como a la lechera, si dejábamos volar nuestra inventiva

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