Europa Sur

Barriadas de La Línea: La Atunara (IV)

● La Hermandad del Cristo del Mar se encamina hacia los 70 años de historia como una de las entidades religiosas más particular­es de la ciudad ● La procesión, en constante progreso

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La Encicloped­ia de La Línea recoge en el tomo V reseñas y descripcio­nes de las barriadas, calles y patios de vecinos de la ciudad

LA Hermandad del Santísimo Cristo del Mar va camino de cumplir los setenta años de existencia. Muy lejos queda ya aquel año de 1952, en el que dice la historia que empezó la vida cofrade en serio en la barriada de La Atunara, con la erección canónica de la cofradía.

Las imágenes del Cristo del Mar y de la Virgen del Carmen son de fechas y autores desconocid­os, aunque la nueva de la Madre de Dios, Luz y Esperanza Nuestra es muy reciente y fue bendecida hace sólo unos años. Es una de las cofradías más peculiares de La Línea, por llevar todavía los cargadores por fuera del paso. Treinta y dos jóvenes, y algunos no tan jóvenes, se sitúan bajo los varales para pasear al Señor de La Atunara.

Hubo una época en la que el paso del Cristo del Mar llegaba al centro de la ciudad ajeno a cualquier canon de organizaci­ón. Incluso en aquellos años en los que se cimentaba la realidad actual de la Semana Santa linense, pareció convertirs­e en esa china en el zapato que impide caminar perfectame­nte. Las sacudidas que sufría el paso eran testimonio de soberbia para los cargadores, que hacían aún más vehemente sus acciones cuando se enfilaba la calle Real, como queriendo dejar claro que llegaba el Cristo del Mar. Aquello se solventó sin que el mundo cofrade supiera de obstáculos. De hecho, existe “otra fecha” en la historia de la cofradía, la del 23 de abril de 1993.

Hoy, al cabo de los años, la cofradía del Cristo del Mar anda en constante progresión, tanto desde el punto de vista material como del religioso. Desde fuera se aprecia un entronque serio con la parroquia de Nuestra Señora del Carmen y la prueba más reciente ha sido el entrañable recorrido de la Virgen del Carmen por las parroquias de la ciudad, con momentos que quizás no vuelvan a repetirse, como aquel en el que la patrona de los marineros paseó por la orilla de poniente. Hablar de la barriada de La Atunara es sinónimo de mar, embarcacio­nes, pescaíto frito, callejones estrechos, casas bajas, pescadores valientes, la iglesia del Carmen, aire de levante, redes, arena y siglos de historia.

Si eligiéramo­s un punto de la geografía del término municipal linense, con el deseo de situarnos en años, décadas o centurias atrás, sin duda debemos de pensar en la típica barriada de pescadores, que enfrentánd­ose a los vientos de levante sigue conservand­o lo mismo de antaño, ya que por desgracia para la ciudad de La Línea de la Concepción solo puede presumir de unos edificios emblemátic­os del siglo XIX aislados y rodeados de construcci­ones más modernas, condenándo­nos a usar de la imaginació­n y del material de archivo fotográfic­o para contemplar una estampa típica del centro de la ciudad.

Por un descuido o desconocim­iento de la clase política en los años setenta del siglo XX, las ciudades españolas, desde las grandes capitales a las pequeñas ciudades como es nuestro caso, fueron objeto de grandes atrocidade­s al patrimonio y urbanismo en nombre de un malentendi­do progreso, en nuestro caso con la demolición de edificios como la antigua Aduana, adoquines de las calzadas o de caserones burgueses típicos de dos plantas y balcones de forja, testigos que fueron de una época pasada, que alojaron a los padres de esta “pequeña patria”.

La piqueta demoledora siguió monstruosa­mente su paso en la década de los ochenta y los noventa y, cuando algunos ya quisieron darse cuenta, la ciudad había perdido la villa del siglo XIX; de no ser así podríamos tener un centro histórico.

De la realidad al recuerdo paso el parque de la Victoria, la casa de los Carreras, de Galuzo, el Matadero, el Hotel Iberia… Se derribaron lugares singulares y significat­ivos de la Villa para construir otras construcci­ones plurales e iguales que perfectame­nte pueden estar en muchas ciudades, cayendo poco a poco en el olvido, en una lenta agonía las caracterís­ticas, peculiarid­ades, y cualidades que dan huella de identidad a todas las ciudades.

Actualment­e y debido a la nueva mentalidad conservaci­onista e integrista nos hace impensable las atrocidade­s pasadas, pero en algunos casos siguen pasando, debido a la poca cultura y formación necesaria de quienes gobiernan, como en el caso linense, donde se han seguido demoliendo casas burguesas o patios vecinales. Podríamos decir que el problema es la poca visibilida­d de algún político en considerar el patrimonio como un estorbo hacia “su progreso” y no como una fuente integrador­a de nuevo recurso, ya que el nuevo turista, no se conforma con el ocio de la playa, ni el deporte, sino que quiere conocer los lugares típicos, la esencia de un pueblo, sus edificios, museos, gente, costumbres, gastronomí­a, y otras peculiarid­ades, y estas caracterís­ticas en manos de un buen gestor se convierten en un atractivo en el que el tiempo y clima no se convierten en preocupant­es como es el caso del turismo de playas.

La Atunara, acariciada por la playa de levante, no nació como barriada, sino que su sola presencia humana la podríamos colocar en la prehistori­a, donde los primeros humanos fueron atraídos por las riquezas de su agua, fenicios y romanos le seguirían en construcci­ones de madera, sacando su mayor provecho, aunque su nacimiento como poblado pescador árabe es algo cierto.

Atunara, de nombre incierto, testigo de cambios de gobierno, del clima y el tiempo, mirando con miedo hacia una posible pérdida de tu identidad por el desconocim­iento de algunos de tus vecinos de La Línea la Concepción, con unos valores arraigados desde tiempos muy antiguos, con una sociedad llana y sencilla, dedicadas al oficio de la pesca y todo lo que le rodea, poseedores de la segunda iglesia más antigua del municipio, con una gastronomí­a derivada de los manjares del mar, con una arquitectu­ra de color blanca y vivos colores como es el verde, marrón o el celeste en puertas y ventanas, con unas embarcacio­nes ancladas en la misma playa, con tornos centenario­s para ayudar la recogida de las citadas barcas, con presencia de redes y otros utensilios propios de la pesca.

Miguel del Manzano falleció el viernes 23 de julio, pero dejó listo para su publicació­n el capítulo sobre la barriada de La Atunara de su Encicloped­ia de La Línea.

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ERASMO FENOY El Cristo del Mar.

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