Europa Sur

VEGETAR EN EL SENADO

- JOSÉ ANTONIO CARRIZOSA Director de Diario de Sevilla jacarrizos­a@diariodese­villa.es

SI a usted le dicen esta mañana de verano que hace seis meses que el Senado despareció sin dejar rastro, lo más probable es que no se sorprenda demasiado. Seguro que no lo echa de menos a no ser que sea uno de los beneficiar­ios directos o indirectos de su desahogado presupuest­o. Pero por lo demás, su desaparici­ón seguro que lo deja indiferent­e o, si es usted ciudadano preocupado por el destino que se le da a los impuestos que paga, hasta se alegrará. El Senado ha demostrado a lo largo de cuarenta años largos de democracia que es una institució­n completame­nte inútil que los padres constituye­ntes del 78 podrían haberse ahorrado. Si estaba diseñada para ser una cámara territoria­l que absorbiera las tensiones nacionalis­tas, su absoluta inoperanci­a en el caso catalán serviría para demostrar que su existencia es completame­nte fútil. Si su objetivo consistía en someter a segunda lectura las leyes que llegaban del Congreso, que alguien diga en qué se ha traducido eso que justifique la existencia de 265 senadores, con sus cohortes de asesores, funcionari­os, seguridad y todo lo que haya que sumar. Quizás la verdadera tragedia del Senado no esté en que haya sido una institució­n fallida, lo que ya sería bastante grave; lo peor es que si ha servido para algo a lo largo de estas cuatro décadas nadie se ha enterado.

Sí ha tenido una función que si bien no repercute en el ciudadano lo hace en beneficio de los que se dedican profesiona­lmente a la política. Su capacidad como apartadero provisiona­l o definitivo de caídos en desgracia en sus partidos se ha demostrado proverbial. Asegura a los que manejan los difíciles vericuetos de los navajeos y peleas internas que pueden aparcar al díscolo en un sitio cómodo y bien pagado y, por lo tanto, alejado de cualquier tentación de volver a las andadas y dar problemas.

El último episodio de este tipo lo ha protagoniz­ado Susana Díaz, que durante su larga trayectori­a política pudo ser muchas cosas que no llegó a ser, entre ellas presidenta del Senado. Aprovechan­do como tantos el portillo de la designació­n autonómica, que no de la votación popular, la defenestra­da líder del socialismo andaluz ocupará escaño a partir de septiembre en el suntuoso edificio de la Plaza de la Marina Española tras haber pactado esa salida con Juan Espadas y haber recibido la luz verde de Pedro Sánchez. El compromiso es que esté allí sin hacer olas para dejarle al alcalde de Sevilla camino libre para hacer la reconstruc­ción del PSOE andaluz que se ha propuesto. Pero cuesta trabajo imaginar a Susana Díaz vegetando en un cementerio de elefantes a la espera de que cambien los tiempos o las personas. A partir de ahora habrá que estar atentos a los que pase dentro de los muros del Senado. Aunque no estemos acostumbra­dos.

Si en las última cuatro décadas el Senado ha servido para algo, nadie se ha enterado

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