In memoriam
Mi amigo Rafael murió la madrugada del pasado jueves. Tenía 66 años y no hace mucho que se había jubilado de la policía nacional.
Rafael era de estos hombres sólidos, hechos a sí mismos que, junto a su mujer, había sacado adelante a sus tres preciosas hijas con trabajo y sacrificio. Especialmente curtido en Madrid en aquellos tiempos en que los colegas de un tal Otegui se dedicaban a poner en práctica ‘su paz’.
De constitución fuerte y conversación grave, le encantaba la pesca y era aficionado a la panadería casera; nunca olvidaré su pan ‘preñao’. A Rafael le gustaba reparar cosas, desde la electrónica a arreglos caseros que realizaba con habilidad.
Por sus bodas de plata le regalamos una medalla de San José, pues sin lugar a dudas era un buen padre.
Aquel día salía de rehabilitación, pues se estaba recuperándose un ictus fortísimo hacía un mes, cosa poco común en un hombre sano y de constitución fuerte. De repente se le amorató un brazo y comenzó a encontrarse mal. Ingresó en urgencias donde en horas experimentó un fallo multiorgánico, sin una causa aparente según los médicos que le atendieron.
En mala hora te llamaron a tu casa, en mala hora confiaste en una autoridad indigna de tal confianza. A nadie le importa tu extraña muerte pues no eras un joven futuro padre, pero al menos tu familia y tus amigos guardaremos la memoria de tu bondad y de la injusticia que se ha hecho contigo.
Amigo Rafael, que San José, patrón de la buena muerte, te conduzca a las puertas del cielo. Allí donde reina la verdad, la justicia, la misericordia y el gozo. Allí nos encontraremos si Dios quiere. Luis Javier Caro Mateo (Correo)