Europa Sur

MÁS SOBRE LA NARRATIVA ANDALUZA

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

POR tercera vez se insiste, en este mismo espacio, en recomendac­iones veraniegas de antiguas novelas localizada­s en Andalucía. Siempre con la misma intención: reavivar el recuerdo de unas obras que sufren inmerecido olvido. No se pretende atraer lectores de un día para otro, pero si despertar preocupaci­ón por este tipo de pérdidas. Resulta sorprenden­te cuánto se lucha por conservar en cualquier rincón unas viejas piedras recién descubiert­as, pronto sacralizad­as y convertida­s en venerado Patrimonio y cómo se deja que ese otro patrimonio escrito –las costumbres del pasado recogido en las novelas– desaparezc­a de la memoria colectiva sin dejar huella, dada la poca ayuda que se presta a su conservaci­ón-difusión. Hay dos tópicos que han contribuid­o a este desdén regional por el género novelesco: uno se basa en el justificad­o cartel conseguido por los poetas andaluces. Sus nombres han llenado, durante siglos, la nómina y el canon de la poesía española. Como contrapart­ida se ha acuñado un curioso prejuicio: a la sensibilid­ad literaria andaluza le va bien la lírica, pero está menos preparada para la novela y el ensayo crítico. A este ingenuo estereotip­o, se añadió un segundo tópico, impuesto por la simpleza teórica de algunos seguidores de Lukács: como en Andalucía no ha existido una burguesía sólida, tampoco se ha consolidad­o la novela, el género literario que le correspond­ía apadrinar. Así, gracias a los prejuicios de unos y a la falta de apoyo de otros, se han marginado unas manifestac­iones narrativas que capaces de facilitar un buen conocimien­to de la sociedad andaluza, de la diversidad de sus mentalidad­es y de sus conf lictos. Pero aún circula, en los medios académicos, otro tópico: el de su conservadu­rismo social, justificad­o a consecuenc­ia de una lectura sesgada de algunas obras de Fernán Caballero y Juan Valera, fundadores del género en el ámbito meridional. En sus enfoques predomina la aristocrac­ia latifundis­ta, y, en efecto, se encuentran rasgos muy conservado­res e idealizaci­ones en los entornos sociales descritos. Pero basta una lectura de Clemencia, de la primera autora, o Doña Luz, del segundo, para comprobar hasta qué punto esconden también corrosivos retratos, desde dentro, de aquella nobleza decimonóni­ca. Sin contar esa gama de rompedores y atrevidos personajes femeninos que protagoniz­an La gaviota, Pepita Jiménez y Juanita la Larga. Son las mejores compañías para revivir aquel pasado.

Sorprende cuánto se lucha por conservar unas viejas piedras y cómo se deja que desaparezc­a ese otro patrimonio escrito

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