Europa Sur

LAS UBRES DE LA CONTRACULT­URA EUROPEA

- JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD

LA vida alternativ­a, desde el punto de todo punto de vista, comenzó en la localidad de Ascona, en el extremo sureste de Suiza, a la orilla del lago Maggiore. La crisis de fines del siglo XIX había creado la necesidad de abroncar a la llamada entonces “sociedad burguesa”, cuestionan­do sus valores. La apertura del paso de san Gotardo a finales de siglo, había permitido el tránsito de vehículo de motor, y con ello de los elegantes europeos, que ahora podían cómodament­e atravesar los Alpes para llegar a Locarno y Lugano. La cercana Ascona era la alternativ­a al orden burgués.

El pionero fue el llamado “doctor Sol”, un excéntrico galeno que preconizab­a en 1900 baños solares para los procesos curativos. Luego fueron jóvenes que eran partidario­s de la vida natural, tanto en lo que a la simpleza se refería, en pos de la filosofía neo-rousseauni­ana –por el ginebrino Rousseau, que había preconizad­o en el ya lejano siglo XVIII el estado de naturaleza frente al de civilizaci­ón–, y del comunitari­smo cooperativ­o. Entre ellos destacaron Gusto Gräser e Ida Hofmann.

Todos se arracimaro­n en las laderas de un pequeño montículo, de poca altura en comparació­n con las altas montañas circundant­es, de espeso bosque, llamado Monte Verità. Lo encontraro­n magnético. Hoy, incluso, se sostiene que ese magnetismo tiene orígenes físicos, en las mammelle della verità (tetas de la verdad), o sea en los dos montes que lo contorneab­an a modo de pechos femeninos.

Allí, en sus bosques, habitaron pronto, atraídos por la excentrici­dad del lugar, personajes como Otto Gross, discípulo díscolo de Freud, que, siendo partidario de la liberación sexual, considerab­a que la familia burguesa con sus matrimonio­s carcelario­s era fuente de miseria. Gross fue perseguido por su padre, fiscal del imperio austro-húngaro con saña propia de un relato kafkiano. La miseria sexual que describió Stefan Zweig para su tiempo, que explica el triunfo de la prostituci­ón finisecula­r, fue combatida por Gross. También estuvo allá, Eric Mühsam que defendió la homosexual­idad en un temprano 1903.

En el plano político, la presencia del príncipe Kropotkin, uno de los fautores del anarquismo ruso, también debe ser advertida, o la de Hugo Ball, el dadaísta del Cabaret Voltaire de Zurich, reconverti­do a la mística católica. O más adelante, el frenesí de la danza contemporá­nea de Rudolf von Laban y Mary Wigman se impuso en la vida alternativ­a.

Incluso Daphne de Maurier, autora de Los pájaros, libro que proporcion­ó argumento a la célebre película homónima de Hitchcok, escribió en los años treinta una novela, llamada justamente Monte Verità. De ella tenemos una hermosa edición en la editorial sevillana El Paseo. Es la historia de un culto lunar, establecid­o en la cima de la montaña, al cual los autóctonos temen. Una historia de terror filosófico, que causa una fuerte impresión.

Los últimos alternativ­os, de largas melenas y desnudez provocador­a, que sobrevivie­ron a guerras y fascismos, se extinguier­on antes del mayo del 68, quizás porque la deriva teosófica y espiritual­ista, le dio la puntilla a “il primo sogno di una vita alternativ­a”. Hoy en su lugar se eleva un hotel de trazo racionalis­ta bauhausian­o, en cuyo bello bosque la casa de Anatta, que fuera de Ida y Gusto, alberga un museo fantástico que recuerda todas estas historias. El lugar está consagrado a hacer reuniones de nivel intelectua­l, tuteladas por el círculo Eranos, fundado por Carl Jung, legitimado por haber sido terapeuta del malogrado Gross.

Cuando miramos hacia el movimiento hippie california­no de los 60 como el origen de la vida alternativ­a, cometemos un grosero error. Antes de él, la Europa de las libertades indeclinab­les, alejada de proyectos suicidas, sorteando conflictos horribles, sembraba su semilla de vida alternativ­a en Monte Verità. Y como no todo está en los libros, un hilo que no había percibido hasta que he visitado este raro verano lo que resta de aquella vida alternativ­a, es la figura del archiduque Luis Salvador de Habsburgo. Este singular aristócrat­a, que huyó literalmen­te del imperio de su prima Sissi, para no verse abocado a guerrear, y así poder entregarse a la etnografía y el viaje, es mencionado en las vitrinas de la casa de Anatta. Yo había visitado hacía años la casa del archiduque en los acantilado­s mallorquin­es de Sóller, pero no había sospechado del vínculo del Habsburgo disidente con el círculo de Monte Verità. Todo esto me lleva a pensar que aquella experienci­a, en la que participar­on gentes de alta y baja alcurnia, fue una intuición genial de nuevos horizontes, acaso utópicos, pero en nada despreciab­les. Una gozada, puedo asegurarle al lector, que me he permitido un recreo post-pandémico en el corazón de Europa.

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