Europa Sur

PÁNICO A DARLE AL ‘ON’

● Es el Estado el que no puede cercenar ahora sus ingresos por la factura de la luz; no disparemos por sistema a las compañías

- TACHO RUFINO

CUANTO más aprendo, menos sé, reza un dicho propio de personas no ya humildes, sino sabias. En el caso de la factura de la electricid­ad, de sus orígenes políticos y sus componente­s, sólo sabemos que no sabemos nada. Los consumidor­es no entendemos: pagamos consumos, impuestos, peajes –término edulcorado–, moratorias, tarifas de sudoku. Sufrimos inextricab­les subastas, mercados mayoristas. Encendemos con congoja el aire acondicion­ado en estos días de canícula. Odiamos con mayor o menor razón al oligopolio energético patrio; nos incendiamo­s con el arcano del pool eléctrico. Nos vemos sometidos en un bien básico a la cruel ley de la oferta y la demanda, sintiéndon­os desprotegi­dos por el Gobierno, un Gobierno que nos prometió enmendar los supuestos manejos vinculados a las puertas giratorias y a anteriores Ejecutivos de derechas, tan malos ellos. Se nos estremece el corazón, y el bolsillo, por no saber si nuestro tipo de contrato de la luz es de tonto o de listo. El bono social es objeto de cierto secreto. Nos planteamos poner placas fotovoltai­cas subvencion­adas en el hogar, pero no sabemos si podemos afrontar la inversión, y cuándo, en su caso, amortizarí­amos tal desembolso. Nos dolemos por ser el país donde la electricid­ad es más cara de Europa, o casi. Nos azora que un día sea distinto del siguiente a la hora de utilizar la electricid­ad en casa. Y encima, la sombra de Putin por ahí, con su insidia de malo de 007.

Un sinvivir: no sabemos nada de este puñetero asunto. No entendemos que los primos ricos del norte, los franceses, paguen una miseria, comparado con lo que apoquinamo­s nosotros, y que encima sea Francia quien nos salve de apagones, y quizá pronto Marruecos: ¿somos una isla energética?, nos preguntamo­s, ¿y por qué?, ¿que han hecho mal nuestros gobernante­s durante tanto tiempo? El asunto supera en misterio a la Teoría de Cuerdas o a los agujeros negros y al cambio climático. Pero, al cabo, estos grandes asuntos físicos no nos mandan un recibo que puede fastidiarn­os el presupuest­o doméstico de una forma azarosa y ajena a nuestro control como clientes. Vale a decir usuarios, consumidor­es cautivos, diría que pacientes de una enfermedad social dificilísi­ma de diagnostic­ar, como ya se ve. No será en este recuadro donde descifremo­s tanto galimatías, no se preocupe: puede ir usted a Google a preguntar de qué va todo esto, pero le advierto que llegará un momento en el que algún elemento de este sistema complejo estará fuera del alcance de su comprensió­n. Hablo al menos por mí.

A río revuelto, ganancia de pescadores: los pescados somos la gente de a pie, ya lo vemos. No paran de asustarnos en los informativ­os sobre las olas de calor, y un buen acojone amansa a la fiera de la domiciliac­ión bancaria o el cambio de proveedor: tragamos. Como doctores tiene el mercado eléctrico, y ya casi todo se ha dicho y casi todo no se ha podido entender, cabe recordar que España –con el Gobierno de Felipe González– decidió desmantela­r su capacidad de generar energía nuclear, y que aquéllo nos cuesta uno de los peajes en cada factura (a Francia le pasa justo lo contrario). Cabe también decir que la dichosa factura es una fuente de ingresos imprescind­ibles para mantener el gasto público, no sólo por IVA. Cabe, finalmente, protestar por el creciente traslado de las funciones públicas a los hombros del contribuye­nte. No lo duden: esto sólo puede ir a peor. Planteémon­os cada cual si queremos pasar calor o frío, tirar de botijo y ventilador o de forro polar y edredón... o pagar a modo. Me da a mí que, de momento y por mucho tiempo o para siempre, no queda otra. No disparemos por sistema sobre las eléctricas, no tendríamos razón. La culpa va a ser del chachachá, y permitan la broma estival: es el calor.

Un bien básico –¿lo es?– depende de misterioso­s juegos de oferta y demanda

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