Josu de Solaun, sin red
EL PIANISTA HISPANOESTADOUNIDENSE PUBLICA UN ÁLBUM SALIDO DE UN CONCIERTO POR COMPLETO IMPROVISADO
Nacido en Valencia, formado en Nueva York, premiado, condecorado y adorado en Rumanía, el pianista Josu de Solaun sorprende con un álbum de improvisación libre grabado en León para IBS Classical.
–Un CD que lleva hasta en el título la pandemia. ¿Le condicionó?
–Las circunstancias de la pandemia me permitieron pensar en algo más experimental. Como la pandemia es un estado de excepción, algo un poquito más excepcional de lo que normalmente hago. Además el disco es muy dramático, tiene incluso hasta una cierta violencia desgarradora y eso tiene que ver con el clima pandémico. En realidad, cuando fui a tocar el recital [en el Auditorio Ciudad de León el 13 de marzo de 2021] no estaba pensado hacer un disco ni titularlo así, eso surgió a posteriori, lo cual lo hace más auténtico.
–Las improvisaciones son infrecuentes en los pianistas clásicos.
–He vivido 20 años en Nueva York, y de ellos muchos en Harlem y tengo pasión no sólo por el jazz, sino por las tradiciones orales en las que la improvisación es esencial. La cultura oral y la escrita se necesitan la una a la otra. Hacerlo en público lo he hecho poco, porque agentes, programadores y público no van mucho con tus expectativas. Quieren obras clásicas. Y es lo que hago normalmente. Esa es mi parte de rapsoda: rapsoda es el que da vida a las palabras de otros. Pero en Grecia también estaban los aedos, que eran los que improvisaban en acto. Homero era un aedo. La improvisación ha sido parte de mi vida musical desde muy pequeño. Y consideré que era el momento para atreverme a presentarlo en público. No supone un abandono de mi perfil de rapsoda, sino un añadido a mi vida musical.
–El álbum está dedicado a Keith Jarrett.
–Es una de mis grandes influencias como músico. Anunció hace muy poco que se retiraba de los escenarios y es algo que me conmovió muchísimo, porque su música ha sido como una especie de banda sonora de mi vida durante muchos años. No lo conozco
personalmente pero quise de alguna manera constatar que aunque no siga en los escenarios su obra vive en todos aquellos que lo admiramos.
–¿Llegó con un plan previo al concierto?
–Había dos planes previos. El concierto duraría sesenta minutos y lo dividiría en partes que no fueran muy largas. Si tú vas a componer diez minutos de música, a lo mejor tienes dos años para hacerlo, pero aquí ese tiempo no existe, y eso te hace acceder a otras partes de tu racionalidad, las que tienen que ver con la intuición, con asociaciones mucho más rápidas, pero de esa forma es mucho más difícil crear estructuras arquitectónicas de una mínima solidez. El número de divisiones y la longitud de cada parte no estaban planeados, y todo lo demás no estaba planeado. Lo único, mi bagaje musical de haber tocado tanta música y manoseado tantas partituras. Las manos tienen una especie de inteligencia del artesano, los dedos van buscando cosas en el teclado y surgen estructuras, patrones, costuras. Así fue naciendo un disco en once partes que luego yo distribuí en tres grandes secciones con introducción y conclusión, y cada una de las tres secciones tiene tres piezas. Le puse Olas en referencia a la pandemia: estábamos en la tercera, y yo pensaba, última. También hay ahí un cierto guiño a la forma que la filósofa Susanne Langer tenía de caracterizar el arte como crecimientos y atenuaciones. Las olas son eso. Hay una coordinación entre esa sensación de lo que puede sentir uno como sujeto pensante y las olas de la música, algo que crece hasta un punto culminante para luego descender. Pensé que era apropiado hallar esa analogía entre las olas musicales y las pandémicas. Lo de Proemio y Colofón es un guiño a los antiguos aedos griegos.
–¿Qué referencias musicales hay detrás de esta improvisación?
–Es difícil para mí hablar de eso, es como mirarte en el espejo para hablar de tu cuerpo. Pero hay música oriental, bizantina, del Oriente Medio, del folclore español, de la vanguardia, sobre todo de los años 50, y también mucha influencia de Scriabin, Debussy, Szymanowski, Bartók, Enescu, todo ese modalismo cromático, hay también algo de jazz, aunque muy estilizado, de funk y algo de música rusa y soviética (Rajmáninov, pero también Shostakóvich y Prokófiev). Es una mixtura, no ecléctica, porque el eclecticismo superficial no me gusta, son retazos, estromas de cultura musical que de alguna manera habitan en mí, porque he estado en contacto con esas músicas y son parte del mundo sonoro que he manejado. Aunque al final, la música que sale de toda esa mezcla es muy personal.
Referencias “Hay música oriental, bizantina, del folclore español, de las vanguardias .... ”