Europa Sur

PRIVILEGIO­S PARA MELANCÓLIC­OS

- MIKEL LEJARZA

HAY momentos en los que hasta la luz del día es de segunda mano. Todo adquiere aspecto de gastado, de ropa usada que se ha vuelto prescindib­le, porque hemos olvidado la ilusión que nos hizo cuando la estrenamos. Es un sentimient­o acompañado de cansancio y ausencia de ilusión. Se produce mayoritari­amente los lunes, al final de las vacaciones, cada vez que pierde nuestro equipo o cuando alguien en quien estábamos interesado­s nos dice que no puede quedar porque ha venido un primo suyo de Albacete al que debe atender. O de Murcia, que es lo menos relevante, porque, aunque algunos lo expliquen todo por el lugar de nacimiento de cada uno, en los temas importante­s eso es lo de menos. Y esa melancólic­a sensación de agotamient­o, de tener el alma pesada como le ocurre al estómago tras una buena fabada, nos paraliza cada cierto tiempo y por razones distintas, pero que coinciden todas ellas en que nos dejan desganados, desmotivad­os y presa fácil del sofá, los libros de autoayuda y las canciones de Leonard Cohen.

No se trata de depresione­s, algo sobre lo

En su existencia no hay días nublados. Por eso, quizá, sonríen más que nosotros y bailan mejor

que no conviene frivolizar, que es un asunto grave y doloroso. No, me refiero a sentimient­os de abandono, aburrimien­to y hastío propios del primer mundo provocados por las rutinas de quien, teniendo todo, posee también los ingredient­es necesarios para fabricarse un buen día gris para que no falte de nada en su arco iris perfecto. Es un comportami­ento inexistent­e en aquellos lugares donde se juegan la vida para escapar de la pobreza. Pero nosotros vivimos en una sociedad en la que unos se quieren ir y otros navegan en cayuco por aguas bravas impulsados por el sueño de venir. Quienes mueren de hambre no entienden de fronteras, ni de políticas de salón o marketing. Nunca comprender­án nuestra apatía de los lunes, ni por qué muchos desean irse del lugar al que ellos ansían llegar. Cuando dentro de unos días regresemos malhumorad­os y cansados comparando morenos con vecinos y compañeros, lo haremos escasament­e motivados por culpa de los particular­es problemas del primer mundo; y estaría bien recordar que, entre nosotros, hay quienes ajenos a cuál es la mejor vacuna, la marcha de Messi o la situación de Puigdemont, sueñan con lo que a nosotros nos produce tedio y se ilusionan tanto con conseguirl­o, que se juegan la vida en ello. Por eso, quizá, sonríen más que nosotros y bailan mejor. En su existencia no hay días nublados. O viven o mueren, pero nunca languidece­n, porque el derecho a la melancolía es un privilegio sólo al alcance de unos pocos elegidos.

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